– ?Pues piensa! ?Fue despues del incendio?
– Yo… creo que debio de ser entonces.
– Yo tambien lo creo. ?Limpiaste esta pared, como todas las demas? ?Y no viste nada escrito?
– No recuerdo, senorita. Creo que no.
– Lo habrias visto, ?verdad?
Caroline, mientras hablaba, se dirigio derecha hacia la pared para examinar las marcas mas de cerca. Las froto con el puno de su cardigan. Se chupo el pulgar y las froto con el. Las marcas no se borraron. Meneo la cabeza, con un estupor total.
– ?Pudo haber sido la nina? ?Las haria ella? Creo que aquella noche en algun momento fue al cuarto de bano. Quiza vino hasta aqui. Puede que le pareciera divertido hacer una marca donde no la encontraramos durante muchos meses…
– Tapa eso -dijo bruscamente la senora Ayres.
Caroline se volvio a mirarla.
– ?No deberiamos limpiarlas?
– No servira de nada. ?No lo ves? Las marcas son iguales que las otras. Mejor seria no haberlas encontrado. No quiero verlas. Tapalas.
– Si, por supuesto -dijo Caroline, y lanzo una mirada a Betty. Maniobraron juntas para devolver el armario a su sitio.
Y ella me dijo que solo cuando lo hicieron empezo a percatarse de lo extrano que era aquello. Hasta entonces no habia tenido miedo, pero ahora los golpes, el hallazgo de las marcas, la reaccion de su madre, el silencio reinante: al pensar en todo esto sintio que le flaqueaba el animo. Intentando una bravata, dijo:
– Creo que esta casa esta jugando a un juego de salon con nosotras. Si vuelve a empezar, no debemos prestarle la menor atencion. -Alzo la voz y la oriento hacia la caja de la escalera-. ?Me has oido, casa? ?De nada te vale provocarnos! ?No queremos jugar!
Esta vez no hubo un tamborileo de respuesta. El silencio se trago sus palabras. Vio la mirada aprensiva de Betty, se aparto y hablo con mayor calma.
– Muy bien, Betty, ahora vuelve a la cocina.
Pero la chica vacilo.
– ?La senora esta bien?
– La senora esta muy bien. -Caroline puso una mano en el brazo de su madre-. Madre, ven a calentarte, anda.
Pero al igual que aquel otro dia, la senora Ayres dijo que preferia estar sola en su cuarto. Se cino el chal y Caroline y Betty la vieron subir lentamente la escalera. Se quedo en su dormitorio casi hasta la hora de la cena, y para entonces, manifiestamente, habia vuelto a ser la misma. Caroline tambien habia recuperado el sosiego. Ninguna de las dos menciono los garabatos. La noche y el dia o los dos dias que siguieron, no sucedio nada relevante.
Pero dias mas tarde, aquella misma semana, la senora Ayres tuvo su primera noche accidentada. Como a muchas mujeres que habian vivido la guerra, cualquier sonido inhabitual era capaz de despertarla, y una noche le interrumpio el sueno la clara impresion de que alguien la habia llamado. Permanecio inmovil en la profunda oscuridad del invierno, escuchando atentamente; como no oyo nada durante varios minutos, se relajo y empezo a adormecerse. Despues, al posar la cabeza en la almohada, creyo percibir otro sonido, aparte del frufru de la ropa de cama contra su oido, y se incorporo. Al cabo de un momento oyo otra vez el ruido. Pero no era una voz. Tampoco eran golpecitos ni un tamborileo. Era un revoloteo, tenue pero nitido; y procedia, inequivocamente, del otro lado de una estrecha puerta de carpintero al lado de su cama: es decir, de su antiguo vestidor, que ahora utilizaba como un trastero para guardar baules y cestas. El sonido era tan raro que evocaba una imagen particular, caracteristica, y por un momento tuvo autentico miedo. Supuso que algo se habia introducido en el vestidor y estaba sacando cosas de una de las cestas y las tiraba al suelo.
Despues, como el sonido continuaba, comprendio que lo que en realidad oia era un aleteo. Un pajaro debia de haberse colado por la chimenea y habia quedado atrapado.
Fue un alivio, despues de sus imaginaciones descabelladas; era tambien un fastidio, pues ahora estaba completamente desvelada, escuchando los intentos que hacia para escapar el pobre animal aterrorizado. No le agrado la idea de entrar en el vestidor para tratar de atraparlo. A decir verdad, nunca le habian gustado mucho los pajaros ni otros animales con alas; tenia un miedo infantil a que chocaran contra su cara y se le enredaran en el pelo. Pero al final no pudo aguantar mas. Encendio una vela y se levanto de la cama. Se puso la bata y se cuido de abotonarsela hasta el cuello; se ato muy prieto un panuelo en la cabeza y se puso los zapatos y los guantes de gamuza. Hizo todo esto -«convertida en un autentico adefesio», como mas tarde le dijo a su hija- y abrio con cautela la puerta del vestidor. Al igual que en el caso de Caroline en el salon, el aleteo ceso en el momento en que la puerta empezaba a oscilar, y el cuarto de detras parecia tranquilo. No vio excrementos ni plumas de pajaro; y cuando fue a examinar el faldon de la chimenea, descubrio que estaba recubierto de herrumbre.
Se mantuvo despierta el resto de la noche, intranquila y recelosa, pero la casa permanecio en silencio. La noche siguiente se acosto temprano y no le costo mucho conciliar el sueno. Sin embargo, la noche siguiente se desvelo de nuevo y exactamente igual que la primera noche. Esta vez salio al rellano, desperto a Betty e hizo que la acompanase a escuchar delante de la puerta del vestidor. Eran aproximadamente las tres menos cuarto. Betty dijo que oyo «algo, no sabia muy bien que»; pero de nuevo, cuando se armaron de valor para inspeccionar el cuartito, vieron que todo estaba quieto… Y entonces penso la senora Ayres que su primer instinto debio de haber sido certero. Tan nitidos eran los sonidos que no podia haberlos imaginado; el pajaro debia de estar dentro de la chimenea, justo detras de la campana, incapaz de remontar el vuelo por el tito. Esta idea horrible se apodero de ella. Supongo que la hora tardia, la oscuridad y el silencio exacerbaron la idea. Mando acostarse a Betty pero siguio despierta, alterada y frustrada, y ya estaba levantada, y de nuevo en el vestidor, cuando Caroline entro al dia siguiente; estaba de rodillas delante de la chimenea, removiendo con un atizador en el herrumbroso faldon de la chimenea.
Por un momento, Caroline penso que su madre quiza hubiese perdido el juicio. En cuanto comprendio de que se trataba, la ayudo a levantarse y asumio ella misma el raspado del faldon, y en cuanto abrio un agujero cogio el palo de una escoba y lo empujo contra el tiro hasta que le dolio el brazo. Para entonces estaba negra como un carbonero, tras haber recibido una ducha de hollin. En el hollin no habia una sola pluma, pero la senora Ayres estaba tan segura de lo del pajaro atrapado -y, a ojos vistas, tan «extranamente afectada por ello»- que Caroline se limpio y salio al jardin con un par de prismaticos para examinar el canon de la chimenea. Encontro todos los sombreretes de aquel lado del Hall protegidos con alambres, en algunas partes rotos, pero tan envueltos en humedad y hojas muertas que considero improbable que un pajaro hubiera podido entrar en una de aquellas jaulas e introducirse por el tiro de la chimenea. Aun asi se lo penso mientras volvia a la casa y le dijo a su madre que le habia parecido que el sombrerete en cuestion podria haber albergado recientemente un nido. Le conto que habia visto «entrar alli a un pajaro y salir despues volando, totalmente libre». Esto parecio tranquilizar un poco a la senora Ayres, que se vistio y desayuno.
Pero solo alrededor de una hora mas tarde, mientras Caroline tambien terminaba de desayunar en su cuarto, la sobresalto el grito de su madre. Fue un grito desgarrador y cruzo disparada el rellano. Encontro a la senora Ayres en la puerta abierta de su vestidor, al parecer retrocediendo debilmente, con los brazos extendidos, ante algo que habia dentro. Solo mucho despues Caroline dio en pensar que, en realidad, la postura de su madre en aquel momento no podia haber sido un gesto de retirada; entonces se limito a correr hacia ella, imaginando que habia caido gravemente enferma. Pero la senora Ayres no estaba enferma, al menos no de un modo normal. Dejo que Caroline la llevara a su butaca, que le diera un vaso de agua y se arrodillase a su lado, cogiendole de las manos.
– Estoy bien -dijo la madre, enjugandose los ojos brillantes; y sus lagrimas acrecentaron el susto de Caroline-. No te preocupes. Que estupidez por mi parte, al cabo de tanto tiempo.
Hablo sin apartar del vestidor la mirada. Tenia una expresion tan rara -tan aprensiva y, sin embargo, en cierto modo tan