interrumpia, y yo tenia asi una conciencia aguda de los movimientos respiratorios de Caroline, de la tirantez y relajacion de su garganta cuando tragaba saliva, de la forma en que su lengua y su paladar se despegaron cuando entreabrio la boca. Durante un minuto, o quiza mas tiempo, fue todo el movimiento que hubo entre nosotros, yo con las manos en el volante, ella con el brazo extendido hacia el salpicadero, como si todavia se sujetara contra las sacudidas.

Me volvi e intente mirarla. Estaba demasiado oscuro para verla bien, pero distingui con bastante nitidez su cara, con su poco atractiva combinacion de fuertes rasgos familiares. Oi de nuevo las palabras de Seeley: «Tiene un algo, no hay duda…». Oh, ?acaso yo no lo habia captado? Creo que lo senti la primera vez que la vi en mi vida, observando como acariciaba con los dedos del pie, morenos y desnudos, la barriga de Gyp; y desde entonces lo habia sentido cientos de veces, al fijarme en la turgencia de sus caderas, la prominencia de su pecho, el facil y compacto movimiento de sus miembros. Pero -y otra vez me avergonzaba de reconocerlo, me averguenzo de recordarlo ahora- aquella sensacion despertaba en mi otra cosa, una oscura corriente de intranquilidad, casi de aversion. No era nuestra diferencia de edad. No creo que llegase siquiera a considerarla. Era como si lo que me atraia de ella tambien me repeliese. Como si la deseara a mi pesar… Volvi a pensar en Seeley. Sabia que nada de esto tendria sentido para el. Seeley la habria besado, y al diablo con todo. Yo me habia imaginado muchas veces aquel beso. El frio de sus labios y la sorpresa del calor mas alla de ellos. La abertura incitadora, en la oscuridad, de una veta de humedad, de sabor, de movimiento. Seeley lo habria hecho.

Pero yo no soy Seeley. Hacia mucho tiempo que no habia besado a una mujer; anos, de hecho, desde que habia estrechado a una mujer en mis brazos con algo mas que una pasion algo mecanica. Tuve un breve destello de panico. ?Y si hubiera perdido la pericia del beso? Y alli estaba Caroline a mi lado, posiblemente tan insegura como yo, pero joven, viva, tensa, expectante… Por fin retire la mano del volante y la pose a tientas en uno de sus pies. Los dedos retrocedieron como con cosquillas, pero fue su unica reaccion. Deje la mano alli durante quiza seis o siete latidos del corazon y luego, lentamente, la movi…, movi los dedos a lo largo de la fina y ductil superficie de sus medias, pase por encima del empeine y el saliente del hueso del tobillo y la baje por detras, por la hondonada de los talones. Como ella permanecio inmovil, deslice la mano poco a poco hacia mas arriba, hasta que anclo en la hendidura, ligeramente caliente, ligeramente humeda, entre la pantorrilla y la cara trasera del muslo. Y entonces me volvi y me incline hacia ella, extendiendo la otra mano con intencion de cogerle del hombro y atraer su cara hacia la mia. Pero en la oscuridad la mano encontro la solapa de su abrigo; mi pulgar resbalo un poco mas alla de su borde interior y topo con el inicio de la curva de su pecho. Creo que se estremecio o tirito cuando mi agil pulgar se desplazo por el vestido. De nuevo oi el movimiento de su lengua dentro de la boca, la separacion de sus labios, la bocanada de aire que aspiraron.

El vestido tenia tres botones de perla, y los desabroche torpemente. Debajo habia una combinacion, lavada demasiadas veces, con un blando ribete de encaje. Debajo estaba el sujetador, solido, sencillo, con numerosos elasticos, la clase de prenda que desde la guerra yo habia visto con frecuencia en pacientes, y de ahi que por un momento, al recordar las escenas nada eroticas de la sala de consulta, mi deseo vacilante casi menguo totalmente. Pero entonces ella se movio, o respiro; el pecho se le irguio en mi mano y percibi no el corte rigido de la copa del sujetador, sino la calida carne henchida que habia dentro, y su punta dura; dura, me parecio, como la yema de uno de sus dedos torneados. Aquello, de algun modo, dio el impulso que faltaba a mi deseo y me incline mas hacia ella, y el sombrero se me deslizo de la cabeza. Abri la pierna que sujetaba mi mano izquierda y la empuje hacia detras de mi. La otra pierna quedo encima de mis rodillas, pesada y calida. Aprete la cara contra su pecho y debio de ser entonces cuando busque su boca. Avance con desmana hacia ella y sobre ella, queriendo besarla, nada mas que eso. Pero ella hizo una especie de corcova, y con la barbilla me contuvo la cabeza. Desplazo las piernas -las desplazo aun mas-, y tarde un momento en comprender que intentaba apartarlas.

– Lo siento -dijo, y sus movimientos se volvieron mas recios-. Lo siento, no… no puedo.

Tambien esta vez creo que comprendi un poquito tarde; o quiza fue simplemente que, habiendo llegado tan lejos, de repente me invadio una ansiedad incontenible de completar lo empezado. Baje las manos y le agarre las caderas. Ella se zafo con una violencia que me dejo pasmado. Durante un momento libramos una autentica pelea. Luego desplego las rodillas y me asesto un puntapie a ciegas. El talon me alcanzo la mandibula y cai hacia atras.

Creo que el golpe me conmociono durante unos segundos. Tuve conciencia del traqueteo de los asientos. No veia a Caroline, pero comprendi que habia bajado las piernas al suelo y que se estaba poniendo bien la falda; lo hacia todo con movimientos presurosos, a tirones, como despavorida. Pero despues se envolvio fuertemente en la manta y se volvio y se aparto de mi, distanciandose todo lo que la estrechez del coche permitia, y apoyo la cabeza en la ventanilla, apretando la frente contra el cristal; y despues se quedo terriblemente inmovil. Yo no sabia que hacer. Extendi la mano, titubeante, y le toque el brazo. Ella se resistio, al principio, y luego me dejo acariciarla…, pero fue como si acariciase la manta, la piel del asiento; la sentia muerta al contacto de mi mano.

Dije, miseramente:

– ?Por el amor de Dios! Pense que usted queria.

Ella respondio, al cabo de un momento:

– Yo tambien creia que queria.

Fue lo unico que dijo. Asi que poco despues, incomodo, violento, aparte la mano y recogi el sombrero. Las ventanillas del coche, con atroz comicidad, se habian empanado. Baje la mia, con la esperanza de que aquello aliviase la atmosfera de intimidad y de desencuentro. El aire de la noche entro como una inundacion de agua glacial y al cabo de un minuto note que ella tiritaba.

– ?La llevo a casa, Caroline? -pregunte.

Ella no respondio, pero puse el motor en marcha -fue un sonido brutal en el silencio- y lentamente gire con el coche.

Ella solo empezo a moverse cuando ya habiamos tomado la carretera de Hundreds y circulabamos a lo largo del muro del parque. Se enderezo cuando me detuve ante las verjas, se arreglo el pelo y volvio a calzarse, pero sin mirarme. Para cuando me apee, abri las verjas y volvi a subir al coche, ella se habia quitado la manta de los hombros y estaba sentada erguida y preparada. Conduje con cuidado a lo largo del sendero helado y alrededor de la explanada de grava. La luz de los faros se proyecto en un par de ventanas, que devolvieron en su reflejo el brillo tenue e irregular de aceite sobre agua. Pero las ventanas estaban oscuras, y cuando apague el motor parecio que la mansion se aproximaba de algun modo, hasta que se torno increiblemente adusta e imponente contra el cielo profusamente estrellado.

Me dispuse a accionar el picaporte para abrir la puerta, con intencion de apearme y abrirle la suya. Pero se me adelanto, diciendo rapidamente:

– No, por favor. No se moleste. No quiero retenerle.

No habia rastro de borrachera en su voz; ni un tono juvenil, ni tampoco de enfado. Solo sono ligeramente apagada. Dije:

– Bueno, me quedare aqui hasta que entre, sana y salva.

Pero ella meneo la cabeza.

– No voy a entrar por aqui. Ahora que Roddie no esta, madre le ha encargado a Betty que por la noche cierre con llave la puerta principal. Voy a entrar por el jardin. He traido una llave.

Dije que en tal caso la acompanaria, por supuesto, y los dos nos apeamos y pasamos a trompicones y en silencio por delante de las ventanas con los postigos cerrados de la biblioteca, y despues giramos hacia la terraza para recorrer la fachada norte. Estaba tan oscuro que tuvimos que avanzar casi sin ver por donde ibamos. De vez en cuando nuestros brazos se tocaban y procurabamos caminar separados, pero luego, al dar un paso a ciegas, volviamos a juntarnos. Hubo un momento en que nuestras manos se encontraron y trabaron; ella aparto los dedos como si se los hubiera escaldado, y yo hice una mueca recordando la terrible y pequena pelea que habiamos librado en el coche. La oscuridad empezo a resultar casi asfixiante. Era como una manta encima de la cabeza. Cuando doblamos la esquina siguiente y hasta los olmos de aquel lado de la casa tapaban la luz de las estrellas, saque mi mechero y converti mis palmas en una linterna. Ella me dejo guiarla hasta la puerta, con la llave preparada.

Apenas abrio la puerta, sin embargo, se quedo en el umbral, como si de repente

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