calada y dijo, categorica-: No he dicho eso, en realidad. Le he dicho la verdad: que era un amigo de la familia que ha tenido la gentileza de invitarme al baile. Creo que la opinion que ella tiene de mi ha empeorado por eso.

– Parece una chica de lo mas desagradable.

Ella se rio.

– ?Que remilgado es usted! La mayoria de las chicas son asi…, con las otras chicas, me refiero. Ya se lo he dicho, ella no me gusta mucho. ?Dios, tengo los pies congelados!

Se removio durante unos segundos, intentando calentarse. Comprendi que se estaba quitando los zapatos; enseguida levanto las piernas y remetio la falda del vestido y el faldon del abrigo debajo de las rodillas, y se volvio de costado hacia mi, posando los pies enfundados en las medias sobre el estrecho espacio que separaba su asiento del mio. Extendiendo las manos, una de ellas todavia con el cigarro a medio fumar, se cogio los dedos de los pies y empezo a calentarselos.

Dedico unos minutos a hacerlo y finalmente dejo el cigarrillo en el cenicero del salpicadero, se echo el aliento en las palmas y se las apreto, abiertas e inmoviles, contra los talones. Despues se quedo callada; se arropo la cabeza y parecio que se dormia. O quiza solo lo fingio. En una curva note que el coche topaba con una placa de hielo y resbalaba unos centimetros: tuve que bombear el freno y reducir la velocidad hasta casi detenernos, lo que sin duda habria despertado a Caroline si de verdad estaba dormitando, pero no se movio. Un poco mas tarde pare en un cruce y me volvi a mirarla. Tenia los ojos todavia cerrados, y en la oscuridad, con su vestido y su abrigo oscuros, parecia un cumulo de fragmentos angulosos: la cara mas bien cuadrada, con las cejas espesas, el diamante totalmente rojo de la boca, el cuello descubierto, las pantorrillas musculosas y aquellas manos palidas y largas.

Los fragmentos se movieron cuando ella abrio los ojos. Sostuvo mi mirada y la suya brillo muy debilmente en el centelleo de la carretera helada. Cuando hablo, el desparpajo de su tono habia desaparecido de su voz; era alicaido, casi triste. Dijo:

– La primera vez que me llevo en este coche comimos moras. ?Se acuerda?

Puse una velocidad y reanudamos la marcha.

– Claro que me acuerdo.

Senti sus ojos fijos en mi cara. Se volvio hacia la ventanilla y miro fuera.

– ?Donde estamos?

– En la carretera de Hundreds.

– ?Tan cerca?

– Tiene que estar cansada.

– No. En realidad no.

– ?Despues de todos esos bailes, de todos esos chicos?

– El baile me ha espabilado -dijo, con la misma voz apagada que antes-, aunque es cierto que uno o dos de los chicos casi han conseguido que me durmiera.

Abri la boca para decir algo y despues la cerre; lo dije, de todos modos:

– ?Que tal el tipo de gafas?

Se volvio hacia mi, curiosa.

– Le ha visto, ?no? Era el peor. Alan… o Alee, supongo que seria. Me ha dicho que trabaja en un laboratorio del hospital, y ha intentado hacer ver como que era algo de lo mas tecnico e importante, pero no creo que lo sea. Vive «en la ciudad», con «su mama y su papa». Es todo lo que se. En realidad, no podia hablar mientras bailaba. Tampoco sabia bailar.

Bajo la cabeza de nuevo y su mejilla toco el respaldo del asiento, y otra vez me debati contra una extrana mezcla de emociones. Dije, con un toque de amargura:

– Pobrecito Alan o Alee.

Pero ella no capto el cambio en mi voz. Habia hundido la barbilla, y cuando hablo sus palabras sonaron mortecinas.

– Realmente creo que no he disfrutado ninguno de los bailes tanto como los que he bailado con usted al principio.

No respondi.

Ella continuo, tras una pausa:

– Ojala hubieramos bebido mas brandy. ?No tiene en el coche una petaca de algo?

Y alargo la mano, abrio una guantera y empezo a tantear entre los papeles, herramientas y paquetes de tabaco vacios, hasta que le pedi:

– Por favor, no haga eso.

– ?Por que no? ?Tiene algun secreto? Aqui no hay nada, de todas formas.

Cerro la guantera con un chasquido y se volvio para buscar en el asiento trasero. La bolsa de agua caliente se le cayo de la falda y se deslizo al suelo. Caroline se habia reanimado.

– ?No hay nada en su maletin?

– No sea tonta.

– Tiene que haber algo.

– Tome si quiere un poco de cloruro etilico.

– Eso me haria dormir, ?no? No quiero dormir. Seria lo mismo que haber vuelto a Hundreds. ?Dios, no quiero volver a Hundreds! Lleveme a otro sitio, por favor.

Se movia como una nina y gracias a ello, o simplemente debido al traqueteo del coche, sus pies ganaban terreno sobre la grieta entre nuestros asientos, hasta que solo percibi el pequeno avance directo de los dedos de sus pies contra mi muslo.

Dije, intranquilo:

– Su madre la estara esperando, Caroline.

– Oh, a madre le da igual. Se habra acostado y le habra dicho a Betty que me espere. Ademas, sabe que estoy con usted. La noble carabina y todo eso. No importa lo tarde que lleguemos.

Le lance una mirada.

– ?No hablara en serio? Son mas de las dos. Tengo consulta a las nueve.

– Podriamos parar, dar un paseo.

– ?Lleva zapatos de baile!

– No quiero volver a casa todavia, sencillamente. ?No podriamos ir a algun sitio y fumar aqui dentro un rato?

– ?Ir adonde?

– A cualquier parte. Conocera algun sitio.

– No sea tonta -repeti.

Pero lo dije con voz bastante debil, porque, a mi pesar -como si la imagen hubiera estado aguardando justo debajo de la superficie de la mente, y ahora, al oir las palabras de Caroline, hubiera emergido de golpe-, a mi pesar pense en aquel lugar que visitaba a veces: el estanque oscuro, con su orilla de juncos. Imagine el agua lisa y estrellada, la hierba plateada y el suelo crujiente; la quietud y el silencio del paraje. Estaba solo a unos dos kilometros de alli.

Quiza intuyo algun cambio en mi. Dejo de moverse de un lado para otro y nos sumimos en un tenso silencio. La carretera ascendia, se curvaba y bajaba; un minuto despues nos acercabamos a la entrada de la alameda. Creo que hasta el ultimo momento no supe realmente si daria o no media vuelta. Ralentice bruscamente, pise el embrague y cambie rapidamente las marchas. A mi lado, Caroline extendio una mano hacia el salpicadero para sujetarse durante el giro. Ella se lo esperaba aun menos que yo. El movimiento del coche le proyecto los pies hacia delante, de tal modo que por un segundo los senti debajo del muslo, solidos y resueltos como animales que excavan. Cuando el coche recupero la fluidez, ella encogio los pies y su asiento crujio y se ladeo mientras ella hacia fuerza con los talones para impedir que resbalaran mas.

?Hablaba en serio, cuando dijo lo de fumar sentados en el coche? Al recordar aquel lugar, ?habia yo olvidado que eran las dos de la manana? Tras apagarse los faros, cuando pare el motor, no se veia nada del estanque, la hierba, los juncos circundantes. Podiamos estar en cualquier parte o en ninguna. Solo la quietud era como me la habia imaginado: tan profunda que parecia magnificar cada sonido que la

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