arreciando y endureciendo sus ataques contra ella como para obligarla a indemnizarla. Se tambaleo otra vez antes de llegar al coche, o simulo que lo hacia; y cuando la sente en el asiento y le cubri los hombros con una manta, tiritaba de forma incontrolable y los dientes le castaneteaban como dados en un cubilete. Como mi coche no tenia calefaccion, habia llevado una bolsa de agua caliente para Caroline; se la di y ella se la metio dentro del abrigo, agradecida. Pero cuando arranque bajo la ventanilla y, todavia tiritando, asomo la cabeza.
– Pero ?que hace? -dije.
– Estoy mirando las estrellas. Brillan bastante.
– Por el amor de Dios, mirelas con la ventanilla cerrada. Va a pillar un resfriado.
Ella se rio.
– Casi parece un medico.
– Y usted -dije, cogiendole de la manga y empujandola hacia dentro- parece casi la joven estupida que se muy bien que no es. Sientese derecha y cierre la ventanilla.
Ella obedecio, repentinamente docil, quiza aleccionada por el tono irritado de mi voz, quiza perpleja al notarlo. A mi tambien me asombro, porque lo cierto era que ella no habia hecho nada para merecerlo. Toda la culpa era del viejo verde Seeley; y yo le habia permitido que saliera bien librado.
Abandonamos sin hablar el recinto del hospital, primero en medio de una rafaga de trafico bullicioso, aunque enseguida cesaron los bocinazos, los vitores y gritos y timbres de bicicletas y entramos en carreteras mas tranquilas. Caroline viajaba envuelta en la manta y, poco a poco, a medida que entraba en calor, note que sus largos miembros empezaban a relajarse. Mi malhumor, por consiguiente, se suavizo un poco.
– ?Mejor? -pregunte.
– Si, gracias -respondio.
Ya habiamos salido de Leamington y enfilado caminos no iluminados. El pavimento estaba menos helado, la calzada y los setos eran blancos y centelleaban; parecian separarse a ambos lados de los faros, espumear y volver a hundirse en la oscuridad, como agua agitada por la proa de un barco. Caroline miro durante un rato por el parabrisas y luego se froto los ojos.
– ?La carretera me esta hipnotizando! ?A usted no le molesta?
– Estoy acostumbrado -dije.
Ella parecio asombrarse.
– Si -dijo, mirandome-, claro que lo esta. A conducir de noche. A que la gente aguce el oido para oir su coche y divisar los faros. Y que contentos se pondran cuando llega. Si ahora corrieramos hacia la cabecera de una cama, que impaciente estaria la gente esperandonos. Nunca lo habia pensado. ?No le asusta un poco?
Estire el brazo para cambiar de marcha.
– ?Por que iba a asustarme?
– Por la responsabilidad, supongo.
– Ya le he dicho que soy un don nadie -dije-. La mitad del tiempo la gente ni siquiera me ve. Ven al «doctor». Ven mi maletin. El maletin es lo importante. El viejo doctor Gill ya me lo dijo. Mi padre me compro uno de piel, bonito y nuevo, cuando me licencie. Gill le echo un vistazo y me dijo que con aquello no iria a ninguna parte, que nadie confiaria en mi. Me dio un maletin viejo y destrozado que tenia. Lo use durante anos.
– Asi y todo -dijo al cabo de un momento, como si no me hubiera escuchado-. Como debe esperarle y necesitarle esa gente, a usted quiza le guste, ?no?
La mire a traves de la oscuridad.
– ?El que?
– ?Le gusta eso, que por la noche siempre haya alguien esperandole?
No conteste. La pregunta no parecia exigir una respuesta. Tuve mas que nunca la sensacion de que habia algo falso en ella, como si aprovechara la intimidad oscura y dislocada del coche para ensayar una personalidad distinta: la de Brenda, quiza. Guardo silencio un momento y empezo a tararear. Era una de las canciones que habia bailado con el joven de gafas y, al darme cuenta, note que el humor se me agriaba de nuevo. Ella cogio su bolso de noche y rebusco dentro.
– ?Hay en el coche algun encendedor? -pregunto, sacando un paquete de tabaco. Deslizo la mano palida por el salpicadero y luego la retiro-. Da igual, tengo cerillas en algun sitio… ?Quiere que le encienda un cigarrillo?
– Puedo encendermelo yo, si me da uno.
– Oh, dejeme a mi. Sera como en las peliculas.
Se oyo la raspadura, broto la llama de una cerilla y con el rabillo del ojo vi que su cara y sus manos cobraban una vida luminosa. Tenia dos cigarros en la boca: encendio los dos, se retiro uno de los labios y con la mano lo puso entre los mios. Debilmente turbado por el subito roce de sus dedos frios -y el seco contacto del cigarrillo, que poseia la sugerencia de una barra de labios-, me lo quite al instante de los labios y lo sostuve junto el volante.
Fumamos en silencio un rato. Ella acerco la cara a la ventanilla y empezo a trazar lineas y circulos en el cristal empanado por su aliento. Despues, bruscamente, dijo:
– Esa chica, Brenda, con la que he estado esta noche, no me gusta mucho, ?sabe?
– ?De verdad? -dije-. Nunca lo hubiera dicho. Se han saludado como hermanas que no se han visto durante mucho tiempo.
– Oh, las mujeres siempre hacen eso.
– Si, muchas veces he pensado que ser mujer debe de ser agotador.
– Si, si te comportas como ellas. Por eso casi nunca lo hago. ?Sabe como la conoci?
– ?A Brenda? En la marina, me imagino.
– No, la conozco de antes. Fuimos vigilantes de incendios durante unas seis semanas. No nos pareciamos en nada, pero por aburrimiento, supongo, nos pusimos a charlar. Salia con un chico, se acostaba con el, quiero decir, y acababa de descubrir que estaba embarazada. Queria deshacerse del bebe y buscaba a una chica para que la acompanase a una farmacia y la ayudase a comprar algun producto; le dije que yo la acompanaba. Fuimos a Birmingham, donde no nos conocia nadie. El hombre era un espanto: cursi y despectivo, y estaba nervioso, justo como era de esperar. Nunca se si es tranquilizador o deprimente que la gente resulte ser como esperabas… Pero dio resultado.
Cambiando otra vez de marcha, dije:
– Lo dudo, en realidad. Esos productos casi nunca hacen efecto.
– ?No? -dijo Caroline, sorprendida-. ?Fue pura coincidencia, entonces?
– Pura coincidencia.
– Un simple golpe de suerte, para la buena de Brenda. Y despues de todo aquello. Pero Brenda es de esas personas que todo lo relacionan con la suerte: ya sea buena o mala. Hay gente asi, ?no cree? -Aspiro del cigarrillo-. Me ha preguntado quien era usted.
– ?Que? ?Quien?
– Brenda. ?Penso que quiza fuera mi padrastro! Y cuando le he dicho que no lo era, le ha vuelto a mirar entrecerrando los ojos horriblemente y ha dicho: «Tu papaito, entonces». Asi le funciona la mente.
«?Dios mio!», pense. Parecia ser el modo en que funcionaba la mente de todo el mundo; y supuse que a todos les haria muchisima gracia. Dije:
– Bueno, espero que lo haya desmentido enseguida. -Ella no respondio. Seguia dibujando lineas en la ventanilla-. ?Lo ha hecho?
– Oh, he dejado que se lo creyera un minuto. Solo un minuto. Y lo he hecho unicamente porque era divertido que se lo creyera. Tambien debe de haberse acordado de aquella vez en Birmingham. Ha dicho que lo mejor de ser medico era que nunca tenias miedo de «tener un desliz». «?Y que lo digas, querida!», le he dicho. ?Me he torcido el tobillo cuatro veces! ?Y el medico ha sido un angelito!» -Dio otra