colorete en la cata; como de costumbre, de hecho, iba mas arreglada que su hija, que, a pesar del cambio en nuestra relacion, seguia poniendose los viejos e informes sueteres y faldas, los toscos sombreros de lana y calzados solidos. Pero yo me sentia inclinado a perdonarla porque el tiempo seguia siendo invernal. Al llegar la primavera pensaba llevarmela a Leamington y abastecerla de alguna ropa decente. A menudo pensaba con ansiedad en los dias del proximo verano: en el Hall con sus puertas y ventanas abiertas de par en par, en Caroline con blusas de manga corta y cuello flexible, en sus miembros largos y morenos, sus polvorientos pies descalzos… Mi propia casa triste se me antojaba ahora tan insulsa como un decorado. Por la noche, acostado en la cama, cansado pero despierto, pensaba en Caroline acostada en la suya. Mi mente atravesaba dulcemente la oscura distancia que nos separaba, traspasaba la verja de Hundreds como un cazador furtivo y recorria el sendero orillado de malezas, empujaba la hinchada puerta principal y cruzaba despacio los cuadrados de marmol; y luego subia sigiloso hacia ella, subia la tranquila y silenciosa escalera.
Un dia, a comienzos de marzo, llegue a la casa como de costumbre y descubri que habia sucedido algo. Aquellas jugarretas misteriosas o «juegos de salon» -como Caroline los habia llamado una vez- habian recomenzado de una forma nueva.
Al principio no quiso contarmelo. Dijo que eran «demasiado aburridos para mencionarlos». Pero tanto ella como su madre tenian un aire cansado y yo se lo comente y ella me confeso entonces que durante varias noches las habia despertado a primeras horas de la manana el timbre del telefono. Dijo que habia ocurrido en tres o cuatro ocasiones, siempre entre las dos y las tres de la manana; y cada vez que habian ido a descolgar el auricular, no habia nadie en el otro extremo.
Habian llegado a preguntarse si seria yo quien llamaba.
– Eres la unica persona que se nos ocurria que pudiera estar levantada a esa hora -dijo Caroline. Miro a su madre y se sonrojo ligeramente-. No eras tu, me imagino.
– ?No, no era yo! -conteste-. ?No se me ocurriria llamar tan tarde! Y a las dos de esta manana estaba bien arropado en la cama. Asi que a menos que llamase dormido…
– Si, claro -dijo ella, sonriendo-. Debio de haber algun lio en la central. Solo queria asegurarme.
Lo dijo como poniendo punto final al asunto, y
– Pero no -se corrigio-: la linea no estaba muerta. Eso es lo raro. No se oia una voz, pero pense…, oh, parece una idiotez, pero habria jurado que habia alguien alli. Alguien que habia llamado especialmente a Hundreds, especialmente a nosotras. Y ya ves, otra vez pense en ti.
– Y otra vez -dije- yo estaba durmiendo y sonando. -Y como en esta ocasion estabamos solos, anadi-: Sonando contigo, muy probablemente.
Le puse una mano en el pelo; ella cogio mis dedos y los apaciguo.
– Si. Pero llamo
– ?Rod! -dije, sobresaltado-. Oh, no, en absoluto.
– Es posible, ?no? Supongamos que tuviera algun problema…, en la clinica, quiero decir. Hace mucho que no le vemos. El doctor Warren dice siempre lo mismo cada vez que nos escribe. Podrian estar haciendole cualquier cosa, probando cualquier tipo de medicina o tratamiento. En realidad, no sabemos lo que hacen. Solo pagamos las facturas.
Le tome las dos manos con la mia. Vio mi expresion y dijo:
– Es solo un presentimiento que tuve, el de que alguien llamaba…, bueno, porque tenia algo que decirnos.
– ?Eran las dos y media de la manana, Caroline! Todo el mundo pensaria en la hora. Debe de ser justamente lo que pensaste la ultima vez; que debio de haber un cruce en las lineas. De hecho, ?por que no llamas a la centralita ahora, hablas con la telefonista y le explicas lo ocurrido?
– ?Crees que deberia?
– Si eso te tranquiliza, ?por que no?
Asi que, frunciendo el ceno, fue al anticuado supletorio que habia en la salita y marco el numero de la operadora. Hablo de espaldas a mi, pero la oi contar la historia de las llamadas. «Si, si no le importa», le oi decir, con una animacion artificial en la voz, y un momento despues, ya sin tanta vivacidad: «Ya. Si, supongo que tiene razon. Si, gracias… Perdone por haberla molestado».
Dejo el telefono y, tras colgar el auricular, se volvio hacia mi mas cenuda que antes. Se llevo los dedos a la boca para morderse las yemas y dijo:
– Por supuesto, no estaba, la mujer que trabaja en el turno de noche. Pero la chica con la que he hablado ha mirado la lista…, el diario, o lo que tengan, donde llevan un registro de las llamadas. Ha dicho que nadie ha telefoneado a Hundreds esta semana, absolutamente nadie. Y que tampoco llamo nadie la semana pasada.
– Entonces no hay lugar a dudas -dije, al cabo de un momento-. Es evidente que existe un fallo en la linea… o, mas probablemente, en los cables de esta casa. No fue Rod, seguro. ?Ves? No era nadie.
– Si -dijo ella despacio, todavia mordisqueandose los dedos-. Eso ha dicho la chica. Si, debe de ser eso, ?no?
Lo dijo como si quisiera que yo la convenciese. Pero el telefono sono otra vez esa noche. Y como la vez siguiente que vi a Caroline ella seguia irracionalmente trastornada por la idea de que su hermano podria estar intentando ponerse en contacto con ella, para tranquilizarla totalmente llame a la clinica de Birmingham y pregunte si habia alguna posibilidad de que Rod hubiera hecho las llamadas. Me aseguraron que no. Hable con el ayudante del doctor Warren, y note que su tono era menos simpatico que cuando nos vimos, poco antes de Navidad. Me dijo que Rod, despues de haber hecho aparentemente a principios de ano algunos progresos ligeros pero evidentes, recientemente les habia desenganado a todos pasando «un par de semanas malas». No entro en detalles pero, como un tonto, hice esta llamada con Caroline a mi lado. Capto lo suficiente de la conversacion para entender que las noticias no eran buenas; y posteriormente estuvo mas apagada y preocupada que nunca.
Y, como en respuesta a aquel cambio en sus preocupaciones, las llamadas de telefono cesaron y las suplanto una nueva serie de fastidios. Esta vez yo estaba alli el dia en que comenzaron, tras haber abandonado varios casos: Caroline y yo estabamos de nuevo solos en la salita -de hecho acababa de despedirla con un beso y ella acababa de separarse de mis brazos- cuando la puerta se abrio y los dos nos sorprendimos. Entro Betty, hizo una reverencia y pregunto «que queriamos».
– ?Que quieres decir? -pregunto Caroline, aturullada, con un tono aspero y alisandose hacia atras el pelo.
– Ha sonado el timbre, senorita.
– Pues yo no he llamado. Debe de ser mi madre la que te necesita.
Betty parecio confundida.
– La senora esta arriba, senorita.
– Si, ya se que esta arriba.
– Pero ha sonado el timbre de la salita, senorita.
– ?Pues no puede ser, si yo no he llamado, y tampoco el doctor Faraday! ?Crees que ha sonado solo? Sube a ver si mi madre te necesita.
Betty se retiro, parpadeando. Cuando cerro la puerta mire a Caroline, mientras me enjugaba la boca casi sonriendome. Pero no correspondio a mi sonrisa. Miro hacia otro lado, como impaciente. Y dijo, con una fuerza sorprendente:
– Oh, que odioso es esto. ?No lo soporto! Todo este andar merodeando, como gatos.