– ?Como gatos! -dije, divertido por la imagen. Extendi la mano hacia la suya para atraerla-. Ven aqui, gatita. Gatita guapa.
– Estate quieto, por Dios. Podria entrar Betty.
– Bueno, Betty es una campesina. Sabe de pajaros, de abejas y de gatos… Ademas, conoces la solucion, ?no? Casate conmigo. La semana que viene, manana, cuando quieras. Asi podre besarte y al diablo los que nos vean. Y la pequena Betty estara mas ocupada que nunca, sirviendonos cada manana los huevos y el beicon en la cama, y cosas asi de agradables.
Yo seguia sonriendo, pero ella se habia vuelto hacia mi con una expresion extrana. Dijo:
– ?Que quieres decir? No estariamos…, no estariamos
Nunca habiamos hablado del aspecto practico de la vida que llevariamos juntos, una vez casados. Yo habia dado por sentado que viviriamos alli, en el Hall. Dije, mas inseguro que antes:
– Bueno, ?por que no? ?Como ibamos a dejar a tu madre?
Ella estaba cenuda.
– Pero ?como te las arreglarias con tus pacientes? Yo habia pensado…
Sonrei.
– ?Preferirias vivir conmigo en Lidcote, en aquella espantosa casa vieja de Gill?
– No, claro que no.
– Bueno, podemos organizar algo. Yo mantendre la consulta en el pueblo, y podria poner en marcha un sistema nocturno con Graham… No se. De todos modos, todo cambiara en julio, cuando implanten la Seguridad Social.
– Pero cuando volviste de Londres dijiste que podrias tener un puesto alli -dijo ella.
Me tomo por sorpresa; lo habia olvidado por completo. Mi viaje a Londres parecia a siglos de distancia; mi relacion con ella habia eclipsado todo aquel proyecto. Dije, despreocupado:
– Oh, no tiene sentido pensar en eso ahora. En julio cambiara todo. A partir de entonces podria haber infinidad de plazas; o ninguna.
– ?Ninguna? Pero entonces, ?como podriamos irnos?
Pestanee.
– ?Tendriamos que irnos?
– Pensaba… -empezo, y parecia tan inquieta que volvi a cogerle la mano y dije:
– Escucha, no te preocupes. Tendremos mucho tiempo para estas cosas cuando estemos casados. Eso es lo principal, ?no? Lo que mas queremos, ?eh?
Ella dijo que si, que por supuesto… Le lleve la mano hasta mi boca y la bese, y luego me puse el sombrero y me encamine a la puerta de la casa.
Y alli vi de nuevo a Betty. Bajaba la escalera, con un aire mas confuso que antes y tambien un poco enfurrunado. Al parecer, la senora Ayres estaba profundamente dormida en su dormitorio y en consecuencia no pudo haber sido ella la que llamo al timbre. Pero despues Betty me dijo que en ningun momento habia supuesto que era ella: el que habia sonado era el timbre de la salita -lo juraria por la vida de su madre- y si la senorita Caroline y yo no la creiamos, pues bueno, no era justo que dudasemos asi de su palabra. Alzo la voz mientras hablaba, y enseguida aparecio Caroline preguntandose que era aquel alboroto. Contento de huir, las deje discutiendo y no volvi a pensar en el asunto.
Sin embargo, cuando volvi, a finales de aquella semana, el Hall era, en palabras de Caroline, «un manicomio». Los timbres habian adquirido una misteriosa vida propia y sonaban a todas horas, con lo que Betty y la pobre senora Bazeley andaban continuamente de aca para alla, entrando y saliendo de las habitaciones para preguntar por que las llamaban, y tenian desquiciadas a Caroline y a su madre. Caroline habia inspeccionado en el sotano la caja de empalmes y cables electricos y no encontro ninguna averia.
– ?Es como si un diablillo se metiese ahi dentro -me dijo, llevandome al pasillo abovedado- y jugara con los cables para atormentarnos! No son ratas ni ratones. Hemos colocado una trampa tras otra y no hemos cazado ninguno.
Mire la caja en cuestion: aquel artefacto imperioso, como habia llegado a considerarlo, en el cual convergian los cables, como si fueran los nervios de la casa, a traves de tubos y canales procedentes de las habitaciones de arriba. Sabia por experiencia que los cables no eran cosas especialmente sensibles, y que a veces tenias que tirar de una palanca con mucha energia para que sonara un timbre, y por eso me desconcertaba lo que me contaba Caroline. Me trajo una lampara y un destornillador y estuve examinando el mecanismo, que era muy sencillo; no habia ningun cable excesivamente tenso y, al igual que Caroline, no encontre nada defectuoso. Solo pude recordar, con cierto desasosiego, los chasquidos o golpes que las mujeres habian oido unas semanas antes; pense tambien en la combadura del techo del salon, la humedad que se expandia, los ladrillos salientes… A Caroline no le dije nada, pero me parecio bastante claro que el Hall habia alcanzado un grado de deterioro en que un desperfecto era casi la causa de otro; y la decadencia de la casa me produjo mas frustracion y desazon que nunca.
Entretanto, los timbrazos proseguian su actividad incesante y enloquecedora, hasta que por ultimo, cansada y harta de aquello, Caroline cogio un par de tijeras de electricista e inutilizo la caja de empalmes. A partir de entonces, cada vez que ella o su madre querian llamar a Betty tenian que asomarse desde lo alto de la escalera de servicio y gritarle desde alli. A menudo se limitaban a bajar a la cocina y ocuparse ellas mismas de la tarea que fuese, como si no tuvieran sirvientas.
Sin embargo, la casa no parecia tan facil de someter, y antes de que transcurriera otra semana surgio un nuevo problema. Esta vez consistia en una reliquia de los anos Victorianos del Hall: una vieja bocina que habia sido instalada durante el decenio de 1880 para que la ninera pudiera comunicarse con la cocinera desde el cuarto de los ninos, y
Los cuartos de los ninos habian sido despojados de sus accesorios al comienzo de la guerra para que pudieran ocuparlos los oficiales de la unidad del ejercito alojados por la senora Ayres. De hecho, la bocina debia de llevar alli quince anos muda, polvorienta y sin que nadie la utilizara.
Ahora, sin embargo, la senora Bazeley y Betty habian ido a ver a Caroline para quejarse de que la boquilla en desuso habia empezado a emitir pequenos silbidos misteriosos.
La propia senora Bazeley me conto toda la historia un dia o dos despues, cuando baje a la cocina para ver que problema habia. Dijo que al principio habian oido el silbido y no se imaginaron la causa. Entonces era debil: «Debil -dijo ella-, y a rachas; un puro soplo. Bueno, como el ruido que hace una tetera cuando rompe a hervir», y llegaron a la conclusion incierta de que debia de ser el silbido del aire que se escapaba de las tuberias de la calefaccion central. Pero una manana el sonido del silbato habia sido tan nitido que su origen fue inconfundible. La senora Bazeley estaba sola en la cocina en aquel momento, metiendo hogazas en el horno, y el pitido repentino y penetrante la habia asustado tanto que se quemo la muneca. Cuando me enseno la ampolla me dijo que ni siquiera sabia lo que era aquella bocina. No llevaba en Hundreds el tiempo suficiente para haber visto utilizar el artilugio. Siempre habia pensado que la boquilla deslustrada y el silbato formaban «parte de los chismes electricos».
Betty tuvo que poner el aparato en marcha y explicarle su funcionamiento; y cuando al dia siguiente volvio a sonar el silbido estridente, la senora Bazeley supuso logicamente que Caroline o la senora Ayres querian hablar con ella desde alguna de las habitaciones superiores. Se dirigio recelosamente a la boquilla, extrajo el silbato y aplico el oido al bocal de marfil.
– ?Y que oyo? -le pregunte, siguiendo su mirada aprensiva a traves de la cocina hasta el tubo ahora silencioso.
Hizo una mueca.