– Un sonido raro.

– ?Raro en que sentido?

– No se explicarlo. Como una respiracion.

– ?Una respiracion? -dije-. ?Quiere decir una persona respirando? ?Oyo una voz?

No, no oyo una voz. Era una especie de susurro. Pero no exactamente un susurro…

– Bueno, como oir a la operadora del telefono -dijo-. No la oyes hablar, pero sabes que escucha. Sabes que esta ahi. ?Oh, era algo raro!

Me la quede mirando, asombrado por un momento por el parecido que habia entre sus palabras y la descripcion que Caroline habia hecho de las misteriosas llamadas por telefono. Ella vio mi mirada y se estremecio; dijo que habia encajado a toda prisa el silbato en su soporte y habia salido corriendo de la habitacion en busca de Betty, y que esta, despues de armarse de valor, habia acercado el oido a la boquilla y tambien habia tenido la sensacion de que habia «algo raro» en el tubo. Fue entonces cuando subieron a quejarse a las Ayres.

Encontraron a Caroline sola y le contaron todo lo que habia sucedido. A ella tambien debio de sorprenderla el relato de la senora Bazeley: lo escucho atentamente y luego acompano a la cocina a las dos sirvientas y cautelosamente escucho por el tubo. Pero no oyo nada de nada. Dijo que debian de haberse imaginado cosas; o que la causa de los silbidos eran «los soplos de viento». Colgo un pano del te sobre la boquilla y les dijo que no hicieran caso del sonido si recomenzaba. Y anadio, como si se hubiera olvidado de decirlo, que esperaba que no dijesen nada de aquella nueva molestia a la senora Ayres.

La visita de Caroline no las tranquilizo demasiado. De hecho, el pano solo sirvio para empeorar las cosas, pues ahora la bocina parecia «un loro en una jaula»: cada vez que empezaban a olvidarse de ella y reanudaban su antigua rutina, emitia uno de sus silbidos horribles y les daba un susto de muerte.

En cualquier otro lugar, una historia semejante se me habria antojado absurda. Pero el Hall, a esas alturas, emanaba un aire desconcertante y palpable de estres y tension: las mujeres que lo habitaban estaban cansadas y nerviosas, y comprendi que el miedo de la senora Bazeley, al menos, era autentico. Cuando termino de hablar, la deje y cruce la cocina para examinar la bocina. Al levantar el pano de te descubri un bocal anodino de marfil y un silbato colocado en la pared, a la altura de la cabeza, sobre un soporte poco profundo de madera. Habria sido dificil imaginar un objeto de apariencia mas inofensiva; y sin embargo, cuando pense en la desazon que habia conseguido suscitar, su propia rareza empezo a parecerme ligeramente grotesca. Intranquilo, me acorde de Roderick. Recorde aquellas «cosas corrientes» -el cuello, los gemelos, el espejo de afeitar- que en su alucinacion habian cobrado una vida astuta y maligna.

Despues, cuando deje el silbato, me asalto otro pensamiento. Aquella bocina era para la ninera; mi madre lo habia sido en la casa. Debia de haber hablado muchas veces por aquel artefacto, hacia cuarenta anos… El pensamiento me pillo desprevenido. Tuve de pronto la idea irracional de que, al pegar mi oido a la boca del tubo, oiria la voz de mi madre. Tuve la idea de que la oiria decir mi nombre, exactamente como la oia llamarme para que entrara en casa al final del dia, cuando yo era un nino que jugaba en los campos de detras de la vivienda.

Cai en la cuenta de que la senora Bazeley y Betty me observaban y quiza empezaran a extranarse del tiempo que tardaba. Baje la cabeza hacia la boquilla… Y, al igual que Caroline, no oi nada, solo el embate y el eco tenues de la sangre en mi oreja, sonidos que, supongo, una imaginacion exaltada facilmente podria haber traducido en algo mas siniestro. Me enderece, riendome de mi mismo.

– Creo que Caroline tiene razon -dije-. ?Este tubo debe de tener sesenta anos como minimo! La goma debe de estar gastada; el viento entra y produce esos silbidos. Yo diria que tambien es el viento el que hacia sonar los timbres.

La senora Bazeley no parecia convencida. Lanzo una mirada a Betty:

– No lo se, doctor. Esta nina lleva meses diciendo que en la casa hay algo raro. Suponga…

– Esta casa se cae a pedazos -dije firmemente-. Es la triste verdad, y es lo unico que pasa.

Y para zanjar la cuestion hice lo que la senora Bazeley o Caroline, si hubieran estado menos distraidas, podrian haber hecho facilmente ellas mismas: arranque el silbato de marfil de su cadena, me lo guarde en el bolsillo del chaleco y lo reemplace por un corcho.

Supuse que esto pondria fin al problema, y durante varios dias, creo, hubo calma en la casa. Pero la manana del sabado siguiente la senora Bazeley entro en la cocina, como de costumbre, y se fijo en que el pano que ella habia vuelto a colgar sobre la bocina despues de mi visita, de alguna manera se habia caido al suelo. Supuso que Betty debia de haberlo tirado sin querer o que lo habia desalojado una brisa del pasillo y, con dedos temerosos, lo recogio y lo puso en su sitio. Una hora mas tarde advirtio que el pano habia vuelto a caerse. Betty ya habia bajado de sus quehaceres arriba y estaba con ella: recogio el pano y lo puso sobre la boquilla, teniendo cuidado, me dijo muy seria, de encajarlo muy fuerte en el resquicio entre la pared y el soporte de madera. El pano volvio a soltarse y esta vez la senora Bazeley si vislumbro su caida. Lo vio con el rabillo del ojo mientras estaba junto a la mesa de la cocina: dijo que no volo, como si lo transportara una brisa, sino que cayo derecho al suelo, como si alguien lo hubiese arrancado de su sitio.

A esas alturas estaba cansada de su propio miedo, y ver aquello la exaspero. Recogio el pano y lo tiro a un lado, y luego se coloco justo delante del tubo taponado y agito el puno hacia el.

– ?Adelante, cacharro asqueroso! -grito-. ?Nadie te hace caso! ?Me oyes? -Poso una mano en el hombro de Betty-. No lo mires, Betty. Vete. Si quiere seguir gastando bromas, dejalo. Estoy mas que harta de el.

Y, dando media vuelta, emprendio el regreso hacia la mesa.

Solo habia dado dos o tres pasos cuando oyo el sonido de algo que aterrizaba suavemente en el suelo de la cocina. Al volverse vio que el corcho, que una semana antes me habia visto enroscar perfectamente en la boquilla de marfil, habia sido arrancado o desalojado de su soporte y rodaba alrededor de sus pies.

Despues de lo cual abandono las bravatas. Lanzo un grito y corrio hacia Betty - que tambien habia oido caer el corcho, aunque no lo vio rodar-, y las dos salieron disparadas de la habitacion, dando un portazo tras ellas. Se quedaron un momento en el pasillo abovedado del sotano, medio muertas de miedo; despues, al oir movimiento en el piso de arriba, subieron a trompicones la escalera. Tenian la esperanza de encontrar a Caroline, y ahora pienso que ojala la hubieran encontrado; creo que ella las habria sosegado y habria controlado la situacion. Caroline, por desgracia, estaba en la obra con Babb. En su lugar dieron con la senora Ayres, que en aquel preciso momento salia de la salita. Habia estado leyendo apaciblemente en su butaca y, tomada por sorpresa, dedujo de la actitud atolondrada de las sirvientas que habia sucedido alguna otra catastrofe; quiza se hubiera declarado otro incendio. No sabia nada de la bocina silbante, y cuando finalmente asimilo el confuso relato que le hicieron del pano del te que se caia y el corcho que rodaba, se quedo perpleja.

– Pero ?que las ha asustado tanto? -pregunto.

No sabian decirlo exactamente. Lo unico que logro entender, al final, fue lo conmocionadas que estaban. No le parecio un problema muy serio, pero accedio a echar un vistazo. Era un pequeno fastidio, dijo, pero ultimamente la casa no paraba de causarlos.

Siguieron a la senora Ayres hasta el umbral de la cocina, pero no quisieron traspasarlo. Cuando ella entro se quedaron en la puerta, agarradas al marco y observando consternadas como la senora examinaba asombrada el pano inerte, el corcho y la bocina; y cuando se echo hacia atras con delicadeza los rizos de pelo grisaceo, ellas estiraron los brazos y exclamaron:

– ?Oh, senora, tenga cuidado! ?Oh, senora, por favor, tenga cuidado!

La senora Ayres titubeo un segundo, sorprendida, quiza, como unos dias antes, por el miedo real que delataban sus voces. Despues acerco con cuidado la oreja al bocal y escucho. Cuando se enderezo, su expresion era casi de disculpa.

– Me temo que no se muy bien lo que deberia haber oido. Parece que no se oye

Вы читаете El ocupante
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ОБРАНЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату