nada.
– ?No se oye nada ahora! -dijo la senora Bazeley-. Pero volvera, senora. ?Esta ahi dentro, esperando!
– ?Esperando? ?Que quiere decir? ?Habla como si hubiera una especie de genio! ?Como podria haber algo ahi dentro? El tubo va directo hasta los cuartos de los ninos…
Y entonces, me dijo despues la senora Bazeley, la senora Ayres dio un traspie y le cambio el semblante. Dijo, mas despacio:
– Esas habitaciones estan cerradas. Han estado cerradas desde que los soldados se fueron.
Ahora hablo Betty con un tono horrorizado.
– Oh, senora, no supondra…, ?no supondra que algo ha subido y esta alli ahora?
– ?Oh, Dios mio! -exclamo la senora Bazeley-. La chica tiene razon. Con todas esas habitaciones cerradas y oscuras, ?como sabemos lo que pasa dentro? ?Podria haber sucedido cualquier cosa! Oh, ?por que no llama al doctor Faraday y le pide que suba a echar un vistazo? O que Betty vaya corriendo a buscar a Makins o al senor Babb.
– ?Makins o Babb? -dijo la senora Ayres, reponiendose-. No, desde luego que no. Caroline volvera enseguida y no se como se explicara esto. Si entretanto reanudan sus ocupaciones…
– ?No podemos concentrarnos en las tareas de casa, senora, con esa asquerosidad que nos vigila!
– ?Que las vigila? ?Hace un minuto solo tenia oidos!
– Bueno, tenga lo que tenga, no es normal. No es agradable. Oh, por lo menos deje que la senorita Caroline suba a ver cuando vuelva. La senorita no consiente tonterias.
Pero del mismo modo que Caroline, una semana antes, habia intentado evitar que su madre se viera involucrada en el asunto, ahora a la senora Ayres se le ocurrio que muy bien podria resolver la papeleta antes de que su hija volviera. No se si la impulsaria otro motivo. Creo probable que asi fuese, que tras haber vislumbrado el primer y debil atisbo de una idea concreta, se sintio casi obligada a seguirlo. De todas formas, para gran horror de Betty y de la senora Bazeley, declaro que pondria fin a todo aquel embrollo subiendo a inspeccionar ella misma las habitaciones.
Por tanto, las dos sirvientas la siguieron de nuevo, esta vez a lo largo de pasillo del lado norte que llevaba al vestibulo; y asi como no habian cruzado el umbral de la cocina, ahora tambien se detuvieron asustadas al pie de la escalera, y vieron como subia la senora agarrada a la barandilla en forma de serpiente. Ella subio con brio y sin apenas hacer ruido con sus zapatillas de casa, y en cuanto doblo el primer rellano lo unico que las criadas pudieron hacer fue inclinar hacia atras la cabeza y ver desde el hueco de la escalera como seguia subiendo la senora Ayres. Vieron el destello de sus medias entre los graciles balaustres erguidos, y como sus dedos ensortijados asian y se deslizaban por el pasamanos de caoba. La vieron arriba, en el segundo piso, hacer una pausa y lanzarles una simple mirada; y despues siguio adelante, sobre unos tablones que crujian. Los crujidos siguieron resonando despues de que se apagaran las pisadas, pero finalmente tambien ellos se extinguieron. La senora Bazeley vencio su miedo hasta aventurarse un poco mas arriba; no obstante, nada la incito a ir mas alla del primer rellano. Aguzo el oido, agarrada con fuerza a la barandilla: intentaba percibir sonidos en el silencio de Hundreds, «como si tratara de divisar figuras en una niebla».
Tambien la senora Ayres, al dejar atras el hueco de la escalera, percibio el creciente silencio. No se asusto, me dijo mas tarde, pero Betty y la senora Bazeley debieron de contagiarle algo de su suspense, aunque solo fuera muy ligeramente, porque habia acometido la escalera con bastante audacia, pero cayo en la cuenta de que ahora se movia con mas precaucion. Aquel piso tenia una distribucion diferente de los dos de debajo, con pasillos mas estrechos y techos visiblemente mas bajos. La boveda de cristal del techo iluminaba la escalera con una luz fria y lechosa pero, al igual que en el vestibulo de abajo, llenaba de sombras los espacios laterales. Casi todas las habitaciones por las que la senora Ayres tuvo que pasar en su trayecto a los cuartos de los ninos eran trasteros o dormitorios del servicio y llevaban largo tiempo vacios. Las puertas estaban cerradas para evitar corrientes, y en los quicios de algunas habian amarrado rollos de papel o astillas de madera. Esto ensombrecia aun mas el pasillo, y como el generador estaba apagado, los interruptores electricos no funcionaban.
Avanzo, por tanto, entre las sombras hasta llegar al pasillo de la guarderia, y alli encontro cerrada, como todas las demas, con la llave pasada, la puerta del cuarto de dia. Tuvo la primera punzada de aprension cuando toco la llave con la mano, nuevamente consciente del denso silencio que envolvia a Hundreds y subitamente invadida por un miedo irracional a lo que pudiese encontrar cuando abriera la puerta. Con una intensidad casi excesiva, sintio renacer antiguas emociones; se acordo de cuando subia alli, con el mismo sigilo, a visitar a sus hijos cuando eran pequenos. Recordo escenas sueltas: Roderick que corria hacia sus brazos y se aferraba a ella como un mono, pegando a su vestido la boca mojada; Caroline bien educada, distante, enfrascada en sus pinturas, con el pelo caido hacia delante sobre los lapices de colores… Y entonces, como si perteneciera a una epoca distinta y lejana, vio a Susan, con un vestido sin arrugas. Recordo a su ninera, la senora Palmer. Bastante adusta y severa, siempre daba a entender que las visitas de la madre la incordiaban, como si quisiera ver a su hija mas de lo que era necesario o decoroso. Al girar la llave de la puerta, la senora Ayres casi esperaba oir la voz de Susan, esperaba casi encontrar todo como antano. «Mira, aqui viene otra vez tu mama a verte, Susan. ?Vaya, mama viene a todas horas!»
Pero la habitacion en la que entro no podria haber sido, al fin y al cabo, mas anonima, mas lugubre. Como ya he dicho, la habian despojado anos antes de los muebles y accesorios para ninos, y ahora poseia el sello quejumbroso de todos los aposentos desnudos y abandonados. Las tablas del suelo estaban polvorientas y habia manchas de humedad en el papel descolorido de las paredes. Una serie de cortinas de oscurecimiento, a las que el sol daba una tonalidad anil, colgaban todavia de un alambre en las ventanas de guillotina con barrotes. Habian barrido la anticuada chimenea de hornillos, pero en el guardafuegos de laton se veian tiznajos formados por el agua de lluvia que se habia colado por el tiro; una esquina de la repisa estaba rota y mostraba un color palido, como el esmalte que queda al descubierto en un diente recien limado. Pero tal como recordaba la senora Ayres, la bocina estaba en la campana de la chimenea: terminaba en el suelo, tras un corto tramo de tuberia trenzada, y tenia otra boquilla deslustrada en la punta. Se acerco, la levanto y saco el silbato, que al instante despidio un olor desagradable a moho, algo parecido al mal aliento, dijo, y por eso, al acercar el bocal al oido, tuvo una ingrata conciencia de todos los labios que a lo largo de los anos se habrian apretado y frotado contra el… Lo mismo que antes, solo oyo el fragor amortiguado de su propia sangre. Escucho durante cerca de un minuto, probando la boquilla en angulos distintos contra el oido. Despues inserto el silbato en su soporte, dejo caer la bocina y se limpio las manos.
Comprendio que estaba decepcionada, terriblemente decepcionada. Nada en la habitacion parecia desear ni aceptar su presencia: miro alrededor, buscando alguna huella de la vida infantil que habia discurrido alli, pero no habia signo de los cuadros sentimentales o cosas semejantes que en otro tiempo colgaban de las paredes. Solo quedaban vestigios mugrientos de la ocupacion de los soldados, aros, rasponazos y quemaduras de cigarrillo, marcas en los zocalos; y al acercarse a un alfeizar descubrio que en todos habia grises y feos redondeles de chicle. Hacia un frio glacial delante de las ventanas de guillotina desajustadas, pero se quedo un momento mirando la vista del parque, levemente intrigada por la perspectiva alta y oblicua que ofrecia de la obra en la distancia, y que le permitio, poco despues, divisar la figura de Caroline, que justo entonces emprendia el trayecto de regreso a casa. La imagen de su hija, una silueta alta y excentrica, atravesando los campos, hizo que la senora Ayres se sintiese mas desolada que nunca, y al cabo de un momento de observarla se aparto del cristal. A su izquierda habia otra puerta que comunicaba con la habitacion contigua, el cuarto de noche. Era la habitacion donde su primera hija estuvo postrada en cama con difteria; de hecho, era el cuarto donde habia muerto. La puerta estaba entornada. La senora Ayres comprendio que no podia vencer la oscura tentacion de abrirla del todo y entrar en el dormitorio.
Tampoco alli habia algo evocador, sino solo incuria, deterioro y desechos. El marco de las ventanas se desmenuzaba alrededor de un par de cristales rajados. Un lavamanos colocado en un rincon despedia un olor acre, como de orina, y las tablas de debajo estaban casi podridas por el agua que goteaba de un grifo. Se acerco a examinar el dano; al inclinarse apoyo una mano en la pared. El papel de pared tenia un diseno en relieve de espirales y arabescos que en otro tiempo -recordo de pronto- habia sido muy vistoso. Habian