pintado encima con una insipida pintura al temple que la humedad estaba transformando en una especie de leche coagulada. Se miro con asco los dedos manchados, y luego se levanto y se froto las manos para tratar de borrar de la piel la pintura. Ahora lamentaba haber entrado alli, haber subido a aquellas habitaciones. Fue al lavamanos y se enjuago las manos con un borboteo de agua helada. Se enjugo los dedos contra la falda y se volvio para irse.

Al hacerlo sintio que se levantaba una brisa o, en cualquier caso, algo parecido a una brisa, un frio soplo de aire que la asalto de golpe, le fustigo la mejilla, le revolvio el pelo y la hizo tiritar; y un segundo despues, un portazo violento en la habitacion contigua la estremecio y le puso los pelos de punta. Adivino casi enseguida lo que habia ocurrido: que una corriente filtrada por las ventanas desencajadas habia movido la puerta que ella habia abierto con la llave y permanecido abierta. Aun asi, fue un ruido tan inesperado y tan estrepitoso en la habitacion desnuda y silenciosa que le costo un momento recuperarse y aquietar su corazon palpitante. Temblando ligeramente, volvio al cuarto de dia y, como esperaba, encontro la puerta cerrada. Llego hasta ella y asio el pomo; y no pudo abrirla.

Se quedo quieta un segundo, perpleja. Giro el pomo a la derecha y la izquierda, en la suposicion desazonada de que debia de haberse roto el eje, y penso que la violencia con que se habia cerrado la puerta debia de haber estropeado el mecanismo. Pero la cerradura era antigua, de las de reborde, encajada en la puerta y pintada encima: habia una pequena fisura, como suele haber, entre el cerrojo y el tope, y cuando se agacho y miro por el orificio vio muy claramente que el eje funcionaba como debia, y que el pestillo de la cerradura habia girado hasta el punto de encaje, como si alguien al otro lado de la puerta hubiera dado deliberadamente una vuelta de llave. ?Habria sido una brisa? ?Podia un portazo dejar una puerta atrancada? Indudablemente no. Se inquieto un poco. Volvio sobre sus pasos hasta el cuarto de noche, para probar la puerta. Tambien estaba cerrada con llave, pero en este caso no habia razon para que estuviera abierta. Estaba firmemente cerrada, como todas las demas de aquel piso, para que no entrara el frio.

Volvio a la primera puerta y probo de nuevo; se esforzo en no perder la paciencia y los nervios; razono consigo misma que la maldita puerta no podia estar cerrada, que simplemente se habia alabeado, igual que un monton de puertas de Hundreds, y que se habia pegado al marco. Pero la puerta habia oscilado sin esfuerzo cuando ella la habia abierto, y cuando volvio a mirar en la ranura entre el cerrojo y el tope vio el perno, inconfundible incluso en la penumbra. Mirando por el ojo de la cerradura, incluso distinguia el extremo redondeado del eje de la llave girada. Intento descubrir si habia algun modo de llegar a el -?quiza con una horquilla?- y girarlo en el otro sentido. Seguia suponiendo que la puerta, de alguna manera extraordinaria, se habia cerrado sola.

Entonces oyo algo. Se alzaba muy nitido en medio del silencio: el tamborileo rapido y suave de unos pasos. Y en la pulgada de luz turbia y lechosa que se veia por el ojo de la cerradura vio un movimiento. Dijo que fue como un destello de oscuridad, como de alguien o de algo que pasaba muy velozmente por el pasillo, de izquierda a derecha: en otras palabras, como si atravesara el pasillo de la guarderia viniendo de la escalera trasera que habia en la esquina noroeste de la casa. Como supuso, razonablemente, que la persona solo podia ser la senora Bazeley o Betty, su primera reaccion fue de alivio. Se puso de pie y golpeo la puerta con los nudillos.

– ?Quien esta ahi? -llamo-. ?Senora Bazeley? ?Betty? ?Eres tu, Betty? ?Sea quien sea, me ha dejado encerrada con llave, y si no eres tu ha sido alguien! -Sacudio el picaporte-. ?Hola! ?Me oyes?

Para su desconcierto, nadie respondio, nadie se acerco; y ceso el sonido de los pasos. La senora Ayres se agacho para mirar por el ojo de la cerradura hasta que al fin -y, nuevamente, con un notable alivio-, el sonido reaparecio y se aproximo. «?Betty!», llamo, porque comprendio que los pasos, tan rapidos y livianos, no podian ser de la senora Bazeley.

– ?Betty! ?Sacame de aqui, nina! ?Me oyes? ?Ves la llave? Ven a girarla, ?quieres?

Pero, para su gran perplejidad, solo hubo otro destello de oscuridad -que esta vez se desplazaba de derecha a izquierda- y, en vez de detenerse en la puerta, los pasos pasaron de largo. «?Betty!», volvio a gritar, mas fuerte. Siguio un momento de silencio y despues volvieron los pasos. Y a continuacion la veloz figura oscura paso una y otra vez por delante de la puerta; la veia borrosa segun pasaba; se movia como una sombra, sin cara ni rasgos. Lo unico que acerto a pensar, con horror creciente, fue que la figura debia de ser en definitiva la de Betty, pero que la chica, por alguna razon, estaba fuera de si y recorria de un extremo a otro el pasillo de los cuartos de los ninos como una lunatica.

Sin embargo, cuando paso otra vez, parecio que la figura rumorosa se acercaba a la puerta y frotaba contra ella un codo o una mano; y a partir de ese momento, al tamborileo de pasos acompano un chirrido tenue… La senora Ayres comprendio de pronto que, segun pasaba, la figura raspaba con las unas los paneles de madera. Tuvo una clara impresion de una mano pequena y de unas afiladas; comprendio que era la mano de un nino; y la idea le causo tal sobresalto que se aparto de la puerta en un acceso de subito panico, rasgandose las medias en las rodillas. Se quedo plantada en el centro de la habitacion, helada y temblando.

Entonces, cuando mas ruidosos eran, los pasos cesaron bruscamente. Sabia ahora que la figura debia de estar inmovil justo al otro lado de la puerta; incluso vio que el marco se movia un poco, como si lo empujaran, lo apretaran o lo tantearan. Miro la cerradura, esperando oir el giro de la llave y ver como giraba el pomo, y se armo de valor para afrontar lo que viese cuando la puerta se abriera. Pero al cabo de un largo rato de suspense la puerta se inmovilizo en sus goznes. Contuvo la respiracion hasta que lo unico que oyo, como sobre la superficie del silencio, fue la rapida secuencia de los latidos de su corazon.

Por encima del hombro le llego entonces un subito y estridente pitido del silbato de la bocina.

Tan distinto fue el susto que se aprestaba a afrontar que se alejo de un salto de la boquilla de marfil, dio un grito y estuvo a punto de trastabillar. La bocina enmudecio y despues silbo de nuevo; acto seguido, el silbido empezo a repetirse en una secuencia de pitidos prolongados y estridentes. Dijo que era imposible suponer que el sonido fuera producido por una brisa o un fenomeno acustico: era intencionado, exigente, algo parecido al gemido de una sirena o al llanto de un bebe hambriento. Era una senal tan deliberada, de hecho, que al final se le ocurrio en medio del panico la idea de que, a fin de cuentas, podria haber una explicacion muy sencilla, pues ?no seria que la senora Bazeley, inquieta por su seguridad pero todavia reacia a subir a buscarla, habia vuelto a la cocina y estaba intentando comunicarse con ella? De todos modos, la bocina formaba parte al menos del mundo humano ordinario de Hundreds, no era nada semejante a la inexplicable figura de fuera, en el pasillo. Por tanto, juntando valor de nuevo, la senora Ayres fue a la campana de la chimenea y recogio el estruendoso artefacto. Con dedos torpes y temblorosos extrajo el silbato de marfil y, por supuesto, se restauro el silencio.

Aun asi, el aparato que tenia en la mano no estaba completamente mudo. Al acercar al oido el bocal de la bocina oyo en su interior un susurro debil y humedo, como si lenta y vacilantemente estuviesen extrayendo del conducto una seda mojada o algo similar. Comprendio sobresaltada que el sonido era el de una respiracion trabajosa, que se atascaba y borboteaba en una garganta estrecha y obstruida. Al instante se vio transportada al lecho de enferma de su primera hija, veintiocho anos atras. Susurro su nombre -«?Susan?»- y la respiracion se acelero y se torno mas liquida. Una voz empezo a emerger del confuso borboteo: la tomo por una voz infantil, aguda y lastimera, que con un inmenso esfuerzo intentaba formar palabras.

Y la senora Ayres dejo caer la bocina, absolutamente horrorizada. Corrio a la puerta. No le importaba ahora lo que pudiese haber al otro lado: aporreo la madera, llamando freneticamente a la senora Bazeley, y al no obtener respuesta se precipito con paso inseguro a una de las ventanas con barrotes y tiro del pestillo. Para entonces las lagrimas de terror casi empezaban a cegarla. Estas, y su panico, debieron de privarla de fuerza y de sensatez, porque el pestillo era simple y estaba muy flojo, pero le estaba haciendo cortes en los dedos y no cedia.

Alli abajo, sin embargo, estaba Caroline, que subia por el cesped con paso ligero hacia la esquina suroeste de la terraza; y al ver a su hija la senora Ayres abandono el pestillo y se puso a dar golpes contra la ventana. Vio que Caroline se detenia y levantaba la cabeza, mirando alrededor, y que oia el sonido pero no conseguia situarlo; un segundo despues, para indecible alivio de la senora Ayres, vio que su hija alzaba una mano en un gesto de reconocimiento. Pero entonces capto mas claramente hacia donde miraba Caroline. Comprendio que no miraba a la ventana de la guarderia, sino justo enfrente, hacia la terraza.

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