sincero. No habia trazas de la mujer de mirada perdida y balbuciente que me habia recibido la vispera. Al final dije:
– Muy bien. Pero ahora quiero que descanse. Le dare a Caroline una receta para usted; es solo un sedante suave. Quiero que duerma ocho horas sin suenos cada noche, hasta que recupere las fuerzas. ?Que le parece?
– Como si fuera una invalida -respondio, con un tonillo travieso.
– Bueno, yo soy el medico aqui. Debe permitirme que decida quienes son los invalidos.
Se levanto, refunfunando un poco, pero me dejo que la ayudara a acostarse. Le di otro Veronal, esta vez una dosis inferior, y Caroline y yo nos quedamos a su lado hasta que se durmio, entre suspiros y murmullos. Salimos de la habitacion en cuanto estuvimos seguros de que dormia debidamente.
Nos quedamos en el rellano. Mire la puerta cerrada y menee la cabeza.
– ?Esta mucho mejor! Es increible. ?Ha estado asi toda la manana?
– Si -contesto Caroline, sin mirarme del todo.
– Casi parece la misma de siempre.
– ?Tu crees?
La mire.
– ?Tu no?
– No estoy tan segura. Madre es muy buena ocultando sus verdaderos sentimientos. Como toda su generacion; sobre todo las mujeres.
– Pues la he encontrado mucho mejor de lo que esperaba. Con tal de que ahora podamos mantenerla tranquila…
– ?Tranquila? -dijo, lanzandome una mirada-. ?Crees que eso es posible aqui?
La pregunta me parecio extrana, dado que estabamos hablando en murmullos en el centro de la casa silenciosa. Pero antes de que pudiese responder, ella se separo de mi.
– Baja un momento a la biblioteca, ?quieres? Quiero ensenarte algo.
La segui vacilante hasta el vestibulo. Abrio la puerta de la biblioteca y se hizo a un lado para que yo entrara.
La habitacion olia a moho mas que nunca, despues de todas las lluvias invernales. Los anaqueles seguian envueltos en sabanas, y en la penumbra seguian mostrando una debil apariencia espectral. Pero ella o Betty habian abierto el postigo de una sola hoja y un fuego ceniciento humeaba en la rejilla de la chimenea. Habian colocado dos lamparas junto a un sillon. Las mire con cierta sorpresa.
– ?Has estado aqui sentada?
– He estado leyendo mientras mi madre dormia -dijo-. Veras, anoche hable con Betty despues de haberte ido. Y me dio que pensar.
Retrocedio un paso hasta el vestibulo y llamo a Betty. Debia de haberle dicho que aguardara en algun sitio, porque la llamo en voz muy baja, pero la chica aparecio casi en el acto. Cruzo el umbral detras de Caroline, me vio en la penumbra y titubeo. Caroline le indico:
– Entra y cierra la puerta, por favor.
La chica se acerco, agachando la cabeza.
– Bien -dijo Caroline. Habia juntado las manos y se pasaba los dedos de una de ellas por los nudillos de la otra, como si distraidamente intentara suavizar su piel aspera como papel-. Quiero que le digas al doctor Faraday lo que me dijiste ayer.
Betty vacilo de nuevo y luego musito:
– No quisiera, senorita.
– Anda, no seas boba. Nadie esta enfadado contigo. ?Que viniste a decirme ayer por la tarde, cuando el doctor Faraday se marcho a su casa?
– Por favor, senorita -dijo Betty, lanzandome una ojeada-. Le dije que en esta casa hay algo malo.
Debi de emitir algun sonido o de hacer algun gesto de consternacion. Betty levanto la cabeza y adelanto la barbilla.
– ?Lo hay! ?Y yo lo sabia hace meses! Y se lo dije al doctor y el dijo que era una boba. ?Pero no quiero ser boba!
Caroline me estaba observando. Cruzamos una mirada y le dije, friamente:
– Es absolutamente cierto que le pedi a Betty que no mencionara esto.
– Dile al doctor Faraday lo que sentiste exactamente -dijo Caroline, como si no me hubiera oido.
– Yo solo lo senti -dijo Betty, mas debilmente- en la casa. Es como un… criado malvado.
– ?Un criado malvado! -dije.
Ella estampo el pie contra el suelo.
– ?Lo es! Movia las cosas de un sitio a otro, aqui arriba; nunca hacia nada abajo. Pero empujaba cosas y las dejaba asquerosas…, como si las tocara con las manos sucias. Yo estaba por decir algo, despues de aquel incendio. Pero la senora Bazeley me dijo que no debia, porque la culpa era del senor Roderick. Pero luego le sucedieron todas esas cosas raras a la senora Ayres, todos aquellos ruidos y golpes, y entonces si lo dije. Se lo dije a la senora.
Ahora empezaba a entender. Me cruce de brazos.
– Ya veo. Bueno, eso explica muchas cosas. ?Y que dijo la senora Ayres?
– Dijo que lo sabia todo. ?Dijo que era un fantasma! ?Dijo que a ella le gustaba! Dijo que era un secreto suyo y mio, y que yo no tenia que decirselo a nadie. Y desde entonces no dije una palabra, ni siquiera a la senora Bazeley. Y crei que todo estaba bien, porque la senora Ayres parecia muy contenta. Pero ahora el fantasma ha vuelto a ser malvado, ?no? ?Y ojala yo lo hubiera dicho! Porque entonces no le habria hecho dano a la senora. ?Y lo siento! ?Pero no es culpa mia!
Rompio a llorar, se tapo la cara con las manos y le temblaron los hombros. Caroline se le acerco y dijo:
– No pasa nada, Betty. Nadie te culpa de nada. Fuiste muy buena y sensata ayer, cuando las demas estabamos tan alteradas. Secate los ojos.
Al final la chica se calmo y Caroline la mando al sotano. Betty obedecio docilmente, pero me dirigio una mirada torva; y cuando se hubo ido me quede mirando a la puerta cerrada, muy consciente del silencio y de la mirada vigilante de Caroline. Al fin me volvi y dije:
– Betty me dijo algo, la manana en que
– No creo que fuese ella -dijo Caroline.
Habia ido hasta la butaca y cogio dos libros voluminosos de la mesa contigua. Los apreto contra el pecho y respiro; y cuando volvio a hablar, lo hizo con una especie de dignidad tranquila.
– No me importa que no me lo dijeras antes -dijo-. No me importa haberlo tenido que saber por Betty en lugar de por ti. Se lo que piensas de lo que esta ocurriendo en esta casa. Pero quiero que me escuches; solo sera un momento. Creo que me lo debes, ?no?
Di un paso hacia ella, pero su actitud y su porte eran disuasorios. Me detuve y respondi, cauteloso:
– De acuerdo.
Ella respiro fuerte de nuevo y continuo.
– Despues de lo que me dijo Betty ayer, me puse a pensar.
De repente recorde unos libros de mi padre. Recorde los titulos y vine a buscarlos anoche. Llegue a pensar que quiza los hubieramos regalado… Pero finalmente los encontre.