porque de lo contrario me bebere entera yo solo la condenada botella.

De repente, fue como si hiciera meses desde que habia hecho algo tan normal como sentarme en la casa de alguien con un vaso de licor; asi que acepte. Nos abrigamos del frio y caminamos hacia nuestros coches respectivos: el, a su manera un tanto extravagante, con un grueso gaban marron y un par de mitones de piel para conducir que le daban el aspecto de un oso simpatico; yo, mas modestamente, con mi abrigo y mi bufanda. Yo sali antes, pero el no tardo en darme alcance con su Packard, a una velocidad temeraria por las heladas carreteras rurales. Veinticinco minutos despues, cuando aparque ante la verja de su casa, el ya estaba dentro y ya habia preparado la botella y los vasos y encendido el fuego.

Vivia en una casa laberintica de estilo eduardiano, llena de habitaciones luminosas y desordenadas. Se habia casado a una edad tardia y el y su mujer, Christine, habian tenido cuatro hijos hermosos. Cuando entre por la puerta abierta de la casa, dos de los ninos se estaban persiguiendo de arriba abajo por la escalera. Otro golpeaba una pelota de tenis contra la puerta del salon.

– ?Dichosos crios del demonio! -grito Seeley desde la entrada de su despacho.

Me indico con un gesto que entrara y se excuso por el caos. Pero tambien se veia que estaba secretamente complacido y orgulloso de el, como he advertido que le ocurre a mucha gente que se queja de su familia numerosa y ruidosa delante de solteros como yo.

Este pensamiento establecio una distancia entre nosotros. El y yo habiamos trabajado juntos, como rivales amables, durante casi veinte anos, pero nunca habiamos sido realmente amigos. Cuando descorcho la botella, mire mi reloj y dije:

– Sera mejor que me sirva poco. Tengo que hacer un monton de recetas esta noche.

Pero el escancio el whisky generosamente.

– Mayor motivo aun para servir un buen vaso. ?De a sus pacientes alguna sorpresa! Dios, que bien huele esto, ?no le parece? Aqui esta lo bueno.

Entrechocamos los vasos y bebimos. Me senalo con el suyo un par de sillones desvencijados y engancho uno de ellos con el pie para acercarmelo al fuego, y luego hizo lo mismo con el otro; al hacerlo arrugo la polvorienta alfombra, pero no le dio importancia. Del pasillo llegaba el alboroto de los ninos jugando, y un minuto despues se abrio la puerta de golpe y uno de los guapos chicos asomo la cabeza y dijo:

– Padre.

– ?Fuera! -rugio Seeley.

– Pero, senor…

– ?Sal de aqui o re rebano las orejas! ?Donde esta tu madre?

– En la cocina con Rosie.

– ?Pues dale la lata a ella, enano!

La puerta se cerro de un portazo. Seeley dio un sorbo violento del whisky al mismo tiempo que buscaba en el bolsillo su pitillera de Players. Por una vez me adelante y saque la mia y el encendedor, y el se recosto con el cigarrillo sujeto entre los labios.

– Escenas de la vida domestica -dijo, dando muestras de cansancio-. ?Me envidia usted, Faraday? No lo haga. Un padre de familia nunca es un buen medico de cabecera; tiene demasiadas preocupaciones propias. Tendria que haber una ley que obligase a los medicos a ser solteros, como los curas catolicos. Asi serian mejores.

– Ni por asomo se cree usted eso -dije, despues de dar una chupada al cigarrillo-. Ademas, si fuera verdad, yo seria la prueba.

– Bueno, y usted lo es. Usted es mejor medico que yo. Y tambien le ha costado mas llegar a serlo.

Alce los hombros.

– Esta noche no he sido un brillante ejemplo.

– Oh, trabajo rutinario. Usted saca lo mejor de si mismo cuando hace falta. Lo ha dicho usted mismo, hay cosas que le ocupan el pensamiento… ?Quiere que hablemos de ellas? A proposito, no trato de husmear. Solo se que a veces ayuda estudiar casos dificiles con otro medico.

Hablaba con ligereza pero sinceramente, y la pequena resistencia que yo le estaba oponiendo -una resistencia a sus modales encantadores, su casa desordenada, su hermosa familia- empezo a disiparse. Quiza fue simplemente el efecto del whisky o el calor del fuego. La habitacion ofrecia un drastico contraste con mi lobrega casa de soltero, y tambien, comprendi de golpe, con Hundreds Hall. Tuve una vision de Caroline y su madre tal como estarian a aquella hora de la noche, encorvadas, quejosas y ateridas en el corazon de aquella casa triste y oscura.

Di vueltas en la mano al vaso de whisky.

– Quiza usted adivine mi problema, doctor Seeley. O una parte de el.

No levante la vista, pero vi que el levantaba su vaso. Dio un sorbo y dijo, suavemente:

– ?Se refiere a Caroline Ayres? Pensaba que debia de ser algo relacionado con ella. ?Siguio usted mi consejo despues de aquel baile?

Me movi incomodo, y antes de que pudiera contestarle prosiguio:

– Lo se, lo se, aquella noche yo estaba borracho como una cuba y me comporte como un maldito impertinente. Aunque lo dije en serio. ?Que ha salido mal? No me diga que la chica le ha dado calabazas. ?Demasiado agobiada? Vamos, confie en mi, ahora no estoy bebido. Ademas…

Ahora alce la mirada.

– ?Que?

– Bueno, es inevitable oir rumores.

– ?Sobre Caroline?

– Sobre toda la familia. -Hablo con mas gravedad-. Un amigo mio de Birmingham trabaja a tiempo parcial en la consulta de John Warren. Me hablo del terrible estado de Roderick. Un caso peliagudo, ?no? No me sorprende que haya empezado a deprimir a Caroline. Tengo entendido que ha habido otro incidente en el Hall, ?no es asi?

– Si -dije, al cabo de una pausa-. Y no me importa decirle, Seeley, que el maldito caso es tan extrano que no se muy bien como abordarlo…

Y le conte una buena parte de la historia, empezando por Roderick y sus alucinaciones, y despues le describi el incendio, los garabatos en las paredes, las llamadas telefonicas fantasmas, y le conte sin rodeos la horrible experiencia de la senora Ayres en la antigua guarderia. Me escucho en silencio, a ratos asintiendo, a ratos emitiendo un rugido de risa macabra. Pero la risa desaparecio a medida que avanzaba el relato, y cuando termine permanecio inmovil un momento y luego se inclino para sacudir la ceniza de su cigarrillo. Y al recostarse dijo lo siguiente:

– Pobre senora Ayres. Una manera muy sofisticada de cortarse las venas de las munecas, ?no le parece?

Le mire.

– ?O sea que ve asi el caso?

– Mi querido colega, ?como, si no? A no ser que la desdichada mujer fuera simplemente victima de la idea que alguien tiene de una mala pasada. Supongo que habra descartado esto ultimo, ?no?

– Si -dije-. Por supuesto.

– Bien, pues. Las pisadas en el pasillo, la respiracion fuerte en la bocina: me parece un caso bastante claro de psiconeurosis. Se siente culpable por la perdida de sus hijos: de Roderick y de la nina. Ha empezado a castigarse. ?Dice usted que fue en la guarderia donde ocurrio el episodio? ?Podria haber elegido un lugar mas significativo para el incidente?

Tuve que confesar que a mi se me habia pasado la misma idea por la cabeza, asi como, tres meses antes, me habia impresionado que el incendio de Hundreds hubiera estallado en lo que de hecho era el despacho de la finca -?entre sus documentos!-, como si concentrara toda la frustracion y la pesadumbre de Roderick.

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