hombres tuvieran que parir…
No termino la frase, y se le borro la sonrisa. Yo me habia llevado otra vez las manos a la boca, y la manga, al encogerse, habia dejado mi reloj al descubierto. Ella lo miro y dijo, con un tono distinto:
– Caroline quiza este ya en casa. Querra verla, por supuesto.
– Estoy a gusto aqui -dije, cortesmente.
– No quieto impedirle que la vea.
Hubo un deje especial en su modo de decirlo. La mire y vi que, a pesar del cuidado que habiamos tenido Caroline y yo, ella sabia perfectamente cual era nuestra relacion. Ligeramente cohibido, volvi a acercarme al estanque. Puse las palmas encima del hielo y luego las levante y las calente varias veces, hasta que el hielo cedio y vi dos huecos abiertos en el agua de color te.
– Ya esta -dije, satisfecho-. Ahora los peces pueden hacer como los esquimales pero al reves: cazar moscas o lo que sea. ?Nos vamos?
Le ofreci mi mano, pero ella no respondio y no se levanto. Observo como me sacudia el agua de los dedos y dijo suavemente:
– Me alegro, doctor Faraday, de lo que hay entre usted y Caroline. Admito que al principio no me alegre. No me gusto cuando empezo a visitarnos y vi que usted y mi hija podrian entablar una relacion. Soy una mujer anticuada y usted no era exactamente el pretendiente que yo queria para ella. Espero que no se diera cuenta.
– Creo que si lo hice -dije, al cabo de un momento.
– Entonces disculpeme.
Me encogi de hombros.
– Bueno, ?que importa eso ahora?
– ?Piensa casarse con ella?
– Si.
– ?Le tiene mucho aprecio?
– Mucho. Les aprecio a todos ustedes. Espero que lo sepa. Una vez me hablo usted de su miedo a que… la abandonaran. Si me caso con Caroline no solo tengo intencion de cuidarla a ella, sino a usted y la casa; y a Roderick tambien. Lo ha pasado muy mal ultimamente. Pero ahora que se encuentra mejor, senora Ayres, ahora que esta mas tranquila, mas en su ser…
Ella me miro sin decir nada. Decidi arriesgarme y prosegui:
– Aquel dia en el cuarto de los ninos… Bueno, fue algo extrano, ?no? ?Horrible! Me alegro tanto de que haya acabado.
Ella sonrio; una sonrisa rara, paciente y secreta. Se le alzaron los pomulos y se estrecharon los ojos. Se incorporo y se sacudio con esmero la nieve de los guantes de gamuza:
– Oh, doctor Faraday -dijo, mientras lo hacia-. Que inocente es usted.
Lo dijo tan dulcemente y con tal tono de indulgencia que casi me rei. Pero su expresion seguia siendo extrana y, sin saber muy bien por que, empece a asustarme. Me levante apresuradamente y no con mucho garbo, porque me pille el faldon del abrigo debajo de los talones y perdi el equilibrio. Ella ya se alejaba. La alcance y le toque el brazo.
– Espere -dije-. ?Que quiere decir?
Ella no volvio la cara hacia mi y no respondio.
– ?Ha habido… otras cosas? -dije-. ?No seguira imaginando que… que Susan…?
– Susan -murmuro ella, sin que yo le viera del todo la cara-. Susan esta conmigo todo el tiempo. Me sigue a todas partes. Vaya, ahora esta en este jardin con nosotros.
Por un segundo consegui convencerme de que hablaba en sentido figurado, que lo unico que queria decir era que llevaba a su hija con ella en sus pensamientos, en su corazon. Pero cuando se volvio hacia mi vi que en su semblante habia algo horrible, una mezcla de soledad absoluta, de acoso y de miedo.
– Por el amor de Dios, ?por que no ha hablado de esto?
– ?No me ha examinado usted y me ha tratado y me ha dicho que estoy sonando? -dijo ella.
– Oh, pero, senora Ayres, querida senora Ayres, esta sonando. ?No lo ve? - Tome sus manos enguantadas-. ?Mire alrededor! Aqui no hay nadie. ?Esta todo en su imaginacion! Susan murio. Usted lo sabe, ?verdad?
– ?Claro que lo se! -dijo, casi altivamente-. ?Como no iba a saberlo! Mi nina murio… Pero ahora ha vuelto.
Le aprete los dedos.
– Pero ?como iba a volver? ?Como puede pensar esto? Senora Ayres, usted es una mujer sensata. ?Como ha vuelto? Digamelo. ?La ve usted?
– Oh, no, todavia no la he visto. La siento.
– La siente.
– Siento que me observa. Siento sus ojos. Tienen que ser sus ojos, ?no? Tiene una mirada tan fuerte que sus ojos son como dedos; pueden tocarte. Pueden apretar y pellizcar.
– Senora Ayres, por favor, no siga.
– Oigo su voz. No necesito bocinas ni telefonos para oirla ahora. Ella me habla.
– ?Le habla…!
– Susurra. -Ladeo la cabeza, como si escuchara, y luego levanto una mano-. Esta susurrando ahora.
Habia algo horriblemente enigmatico en la vehemencia de su afectacion. Dije, no con mucha firmeza:
– ?Que esta susurrando?
Su semblante volvio a ensombrecerse.
– Dice siempre lo mismo. Dice:
Dijo estas palabras susurrando a su vez; parecio que flotaban un momento en el aire, junto con el aliento empanado que las habia formado. Despues se desvanecieron, tragadas por el silencio.
Me quede petrificado un momento, sin saber que hacer. Unos minutos antes, el pequeno jardin me habia parecido casi acogedor. Ahora la estrecha parcela tapiada, con su unica salida angosta, que solo daba a otro espacio congestionado y aislado, parecia llena de amenaza. El dia, como he dicho, era especialmente apacible. No habia viento que meciese las ramas de los arboles, ni siquiera un pajaro se alzaba en el aire fino y frio, y si hubiera habido algun sonido, si se hubiera producido algun movimiento, yo lo habria percibido. Nada cambio, nada en absoluto…, y sin embargo empezo a parecerme que habia en el jardin con nosotros algo que reptaba o avanzaba a nuestro encuentro a traves de la nieve crujiente y blanca. Peor aun, tuve la extrana sensacion de que aquello, fuera lo que fuese, era en cierto modo
El jardin estaba desierto, en la nieve no habia mas huellas que las de nuestras pisadas. Pero mi corazon estaba al acecho, me temblaban las manos. Me quite el sombrero y me limpie la cara. Mi frente y mis labios estaban sudando, y mi piel caliente y mojada parecia arder al contacto del aire frio.
Me estaba poniendo otra vez el sombrero cuando oi respirar hondo a la senora Ayres. Me volvi hacia ella y vi que tenia una mano en el cuello, la cara arrugada y cada vez mas roja.
– ?Que es? -dije-. ?Que pasa?
Ella sacudio la cabeza y no contesto. Pero parecia tan angustiada que pense en su corazon: la agarre de la mano y le abri los panuelos y el abrigo. Debajo del abrigo llevaba una rebeca y debajo