de ella una blusa de seda. La blusa era clara, de color marfil, y mientras la miraba, incredulo, parecio que tres gotitas carmesies brotaban de la nada en la superficie de la seda y a continuacion, como tinta en un papel secante, se esparcian velozmente. Tire hacia abajo del cuello de la blusa y vi debajo, en la piel desnuda, un rasguno bastante profundo, obviamente reciente, que todavia afloraba, todavia enrojecia.

– ?Que ha hecho? -exclame, horrorizado-. ?Como se ha hecho esto?

Examine su vestido, buscando un alfiler o un broche. Le cogi las manos, le examine los guantes. No habia nada.

– ?Con que se lo ha hecho?

Ella bajo la mirada.

– Mi hijita -murmuro-. Esta tan ansiosa de reunirse conmigo. Me temo que ella… no siempre es buena.

Senti un mareo cuando comprendi lo que estaba diciendo. Retrocedi, me separe de ella. Despues, impulsado por un nuevo palpito, volvi a cogerle las manos, le quite los guantes y asperamente le remangue las mangas. Las heridas producidas por los cortes del cristal roto habian cicatrizado, rosadas y saludables sobre la piel mas palida. Sin embargo, me parecio ver nuevos rasgunos en distintos puntos entre las cicatrices. Y en uno de sus brazos habia una contusion tenue, de una forma extrana, como si una mano pequena y resuelta hubiera pellizcado y retorcido la carne.

Sus guantes habian caido al suelo. Los recogi, temblando, y la ayude a ponerselos. La agarre del codo.

– Entremos en casa, senora Ayres.

– ?Esta intentando separarme de ella? -dijo-. No sirve de nada, ?sabe?

Me volvi y la zarandee.

– ?Ya basta! ?Me oye? ?Por el amor de Dios, no diga esas cosas!

Ella se debatio blandamente en mis brazos, y a partir de ese momento descubri que no queria mirarla a la cara. Me producia una singular verguenza. La agarre de la muneca y la saque de los jardines intrincados, y ella se dejo llevar muy docilmente. Pasamos por delante del reloj parado del establo, recorrimos los cespedes y entramos en la casa; la conduje directamente arriba, sin detenerme a quitarle la ropa de calle. Cuando llegamos a su habitacion caldeada, le quite el abrigo, el sombrero y los zapatos llenos de nieve y la sente en su butaca al lado del fuego.

Pero despues mire las cosas que se encontraban cerca, los carbones de la lumbre, los atizadores, las pinzas, los vasos de cristal, los espejos, los objetos decorativos… Todo de pronto parecia brutal o fragil, y capaz de hacer dano. Pulse el timbre para llamar a Betty. La palanca se movio inutilmente en mi mano y recorde que Caroline habia cortado el cable. Sali, por lo tanto, y desde lo alto de la escalera llame varias veces en el silencio. Finalmente Betty se presento.

– No te asustes -le dije, antes de que pudiera hablar-. Solo quiero que le hagas compania a la senora. -Acerque una silla y la acompane hasta ella-. Quiero que estes aqui sentada y te asegures de que tiene todo lo que necesite, mientras yo…

Lo cierto es que despues de haber llevado hasta alli a la senora Ayres ya no sabia que hacer con ella. Segui pensando en la nieve de fuera, sobre los terrenos; en el aislamiento de la casa. Si al menos hubiera estado la senora Bazeley, creo que habria estado mas tranquilo. ?Pero con solo Betty para ayudarme…! Ni siquiera habia sacado del coche mi maletin de trabajo. No tenia instrumental ni farmacos. Me quede dudando, al borde del panico, mientras las dos mujeres me observaban.

Entonces oi unos pasos abajo, en el suelo de marmol del vestibulo. Fui a la puerta y me asome, y con una rafaga de alivio vi a Caroline, que subia ya la escalera. Se estaba desatando la bufanda y quitandose el sombrero, y el pelo castano le caia en desorden alrededor de los hombros. La llame. Ella miro arriba, sobresaltada, y aligero el paso.

– ?Que ocurre?

– Es tu madre -dije-. Yo… Espera un segundo.

Volvi corriendo al dormitorio donde estaba la senora Ayres. Le tome la mano y le hable como hablaria a un nino o a un invalido.

– Solo voy a hablar unos minutos con Caroline, senora Ayres. Dejare la puerta abierta para que pueda llamarme… Llameme de inmediato, si la asusta algo. ?Comprendido?

Ahora parecia cansada y no respondio. Dirigi a Betty una mirada de entendimiento, sali del cuarto, agarre a Caroline y doble con ella la esquina del rellano hacia su habitacion. Deje tambien la puerta entornada y nos quedamos cerca del umbral.

– ?Que ha ocurrido? -pregunto.

Me lleve un dedo a los labios.

– Habla bajo… Caroline, querida, es tu madre. Que Dios me ayude, pero creo que he juzgado mal su caso, he cometido un craso error. Supuse que mostraba senales de mejoria. ?Tu no? Pero lo que acaba de decirme… Oh, Caroline. ?No le has notado ningun cambio desde la ultima vez que vine? ?No estaba especialmente alterada o nerviosa o asustada?

Parecio desconcertada. Me observo mientras me desplazaba hasta la puerta para mirar hacia el dormitorio de su madre, al otro lado del rellano, y dijo:

– ?Que pasa? ?No puedo ir a verla?

Le puse las manos en los hombros.

– Escucha -dije-. Creo que se ha herido.

– ?Herido? ?Como?

– Creo que se… hiere ella misma.

Y le conte, lo mas brevemente posible, lo que habiamos hablado su madre y yo en el jardin tapiado.

– Cree que tu hermana esta con ella todo el tiempo, Caroline. ?Parecia aterrada! ?Atormentada! Ha dicho… ha dicho que tu hermana la lastima. Le he visto un rasguno aqui -dije, haciendo un gesto-, en la clavicula. No se como se lo ha hecho ni con que. Luego le he mirado los brazos y he visto algo parecido a otros cortes y moraduras. ?Tu has notado algo? Tienes que haber visto algo, ?no?

– Cortes y moraduras -dijo ella, esforzandose por asimilar la idea-. No estoy segura. Es facil que madre se haga cardenales, creo. Y se que el Veronal la vuelve patosa.

– Esto no es torpeza. Es…, lo siento, carino. Ha perdido el juicio.

Ella me miro y fue como si se le cerrara la cara. Desvio la mirada.

– Dejame verla.

– Espera -dije, reteniendola.

Ella se zafo, subitamente enfadada.

– ?Me lo prometiste! Te lo dije hace semanas. Te adverti que habia algo en esta casa. ?Te reiste de mi! Y dijiste que si hacia lo que tu decias, ella estaria bien. Bueno, la he vigilado continuamente. He estado con ella dia tras dia. La he obligado a tomar esas pastillas odiosas. Me lo prometiste.

– Lo siento, Caroline. Hice lo que pude. Su estado era peor de lo que yo creia. Si pudieramos observarla un poco mas, solo esta noche…

– ?Y manana? ?Y los dias siguientes?

– A tu madre ya no le basta una ayuda ordinaria. Me ocupare de organizado todo, te lo prometo. Lo hare esta noche. Y manana me la llevare.

Ella no comprendio. Movio la cabeza, impaciente.

– ?Llevartela adonde? ?Que quieres decir?

– No puede quedarse aqui.

– ?Quieres decir como Roddie?

– Me temo que no hay otra solucion.

Se llevo una mano a la frente y se le demudo la cara. Pense que estaba llorando. Pero se habia echado a reir. Era una risa sin alegria, temble.

– ?Dios santo! -dijo-. ?Cuanto falta para que me toque a mi?

Le cogi la mano.

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