Esto no es en absoluto como lo que ocurrio antes. Solo quiero que seas buena chica con la senora Ayres, y que no te ofusques y hagas todo lo que te digan. Y, Betty… -habia hecho ademan de irse. Le toque el brazo y anadi en voz baja-, cuida tambien de la senorita Caroline, ?lo haras? Confio en ti. Llamame si las cosas no van bien, ?de acuerdo?
Ella asintio con los labios tan apretados que perdio en parte su aire infantil.
Fuera, el cielo oscurecido habia despojado a la nieve de su luz cegadora y el dia era incluso mas frio; solo la energica caminata por el sendero mantuvo el calor de mis miembros, y en cuanto estuve en el coche el frio empezo a hacerme efecto y me puse a temblar. Gracias a Dios, el motor arranco al primer intento y el trayecto de regreso a Lidcote fue lento pero sin contratiempos. Seguia temblando cuando entre en mi casa, temblaba delante de la estufa mientras oia congregarse a mis pacientes al otro lado de la pared. Solo consegui quitarme el frio de las manos y serenarlas cuando las puse debajo de un chorro de lo que me parecio que era agua casi hirviendo en el lavabo de la consulta.
Me repuse tratando una serie de dolencias invernales. Al terminar la consulta telefonee al Hall y me sosegue aun mas cuando oi la voz fuerte y clara de Caroline asegurandome que todo estaba en orden.
Acto seguido hice otras dos llamadas.
La primera fue a una mujer que conocia en Rugby, una enfermera de la comarca jubilada a quien de vez en cuando enviaba pacientes privados como clientes de pago. Estaba mas habituada a casos fisicos que nerviosos, pero era competente y, despues de escuchar mi precavido relato del caso de la senora Ayres, dijo que estaba dispuesta a acogerla durante el dia o los dos dias que yo necesitaria para organizar una atencion mas adecuada. Le dije que, en el supuesto de que las carreteras estuviesen despejadas, le llevaria a la senora al dia siguiente, y tomamos las disposiciones pertinentes.
Titubee sobre si hacer la segunda llamada, porque simplemente queria consultar el asunto, y en rigor deberia haber recurrido a Graham. Pero al final telefonee a Seeley. Era la unica persona que conocia todos los detalles del caso. Y fue para mi un gran alivio contarle lo que habia sucedido, sin mencionar nombres por telefono, pero hablando con suficiente claridad, y note que su tono habitualmente campechano se volvia mas grave a medida que iba asimilando lo que yo le contaba.
– Es una mala noticia -dijo-. Y todo ha ocurrido como usted suponia.
– ?Y no cree que me estoy precipitando? -pregunte.
– ?En absoluto! Por el cariz del asunto, hay que actuar con rapidez.
– No he visto muchos indicios de que se haya producido un dano fisico.
– ?Los necesita realmente? El aspecto mental ya es bastante preocupante. Admitamoslo, nadie quiere dar un paso asi con esas personas, y menos aun cuando hay… otras consecuencias. Pero ?que alternativa nos queda? ?Que las alucinaciones prosigan y adquieran mas fuerza? ?Quiere que vaya a ayudarle manana? Ire, si quiere.
– No, no -dije-. Vendra Graham. Solo queria tranquilizarme… Pero, Seeley, escuche. -El se disponia a colgar-. Hay una cosa mas. ?Se acuerda de lo que hablamos la ultima vez que nos vimos?
Guardo silencio un segundo y dijo:
– ?Se refiere a aquella tonteria sobre Myers?
– ?Era una tonteria? ?No pensara…? Tengo una sensacion de peligro, Seeley. Yo…
El aguardo; como yo no prosegui, dijo con firmeza:
– Ha hecho todo lo posible. No se angustie ahora con esos disparates. Recuerde lo que le dije en otra ocasion: lo fundamental aqui es la atencion. Es tan sencillo como eso. Manana, a la hora de la verdad, nuestra paciente puede cerrarse en banda. Pero usted le dara lo que en el fondo ella ansia. Duerma bien esta noche y no le de mas vueltas.
Si nuestra situacion hubiera sido la inversa, yo le habria dicho exactamente lo mismo. Pero, no del todo convencido, subi al piso de arriba y tome una copa y fume un cigarrillo. Cene sin apetito y melancolicamente parti hacia Leamington.
Cumpli distraido mi horario en el hospital y al volver a casa, poco antes de medianoche, seguia abatido. Como si la idea de Caroline y su madre ejerciera sobre mi una especie de atraccion magnetica, tome sin percatarme el desvio que se alejaba de Lidcote y cuando cai en la cuenta de lo que habia hecho ya habia recorrido kilometro y medio de la carretera a Hundreds. La extrana palidez del paisaje nevado solo sirvio para aumentar mi malestar. Me sentia raro y visible en mi coche negro. Por un momento sopese continuar hasta el Hall; despues comprendi que molestar a la familia con mi llegada tardia no beneficiaria a nadie. Asi que di media vuelta, mirando al hacerlo a traves de los campos blanqueados, como si buscara una luz de Hundreds o alguna otra senal imposible indicando que todo estaba bien.
La llamada telefonica llego a la manana siguiente, cuando estaba desayunando despues de una noche de sueno interrumpido. No era nada infrecuente que me llamaran a aquella hora; los pacientes lo hacian a menudo para que les anadiera a mi ronda. Pero ya estaba nervioso, pensando en el dia dificil que tenia por delante, y me quede tenso, aguzando el oido, cuando contesto mi ama de llaves. Vino a verme casi de inmediato, perpleja e inquieta.
– Perdone, doctor -dijo-, pero es una mujer que quiere hablar con usted. Creo que ha dicho que llamaba desde Hundreds…
Solte el tenedor y el cuchillo y corri al recibidor.
– Caroline -dije sin aliento, al descolgar el auricular-. Caroline, ?eres tu?
– ?Doctor? -La comunicacion era mala debido a la nieve, pero supe en el acto que no era su voz. Era aguda como la de un nino y transida de llanto y panico-. Oh, doctor, ?puede venir? Quiero decir, ?vendra? Tengo que decirle…
Por fin comprendi que era Betty. Pero su voz me llegaba desde una distancia enorme, entrecortada por resoplidos y gritos. La oi repetir:
– Tengo que decirle…, un accidente…
– ?Un accidente? -Se me encogio el corazon-. ?Quien lo ha sufrido? ?Caroline? ?Que ha ocurrido?
– Oh, doctor, es…
– ?Por el amor de Dios, casi no te oigo! -grite-. ?Que ha pasado?
Luego, en una subita rafaga de claridad:
– ?Oh, doctor Faraday, ella me ha dicho que no se lo diga!
Y al oir esto supe que era grave.
– Muy bien -dije-. Ire. ?Ire lo mas rapido posible!
Baje corriendo la escalera hasta la consulta para coger mi maletin y ponerme a toda prisa el sombrero y el abrigo. La senora Rush me siguio inquieta escaleras abajo. Estaba acostumbrada a verme salir corriendo para atender partos dificiles y otras urgencias, pero supongo que nunca me habia visto tan enloquecido. Los primeros pacientes llegarian enseguida a la consulta; le grite deprisa que les dijera que esperasen, que volvieran por la tarde, que se fueran a otro sitio, cualquier cosa.
– Si, doctor, pero ?no ha tomado nada! -dijo ella, sosteniendo una taza-. Tomese el te, por lo menos.
Asi que me detuve un segundo para ingerir de un trago el te caliente, y sali disparado de casa y subi al coche.
Habia vuelto a nevar por la noche, no copiosamente pero si lo bastante para que el trayecto a Hundreds fuera otra vez peligroso. Circulaba a una velocidad excesiva, como es logico, y en varias ocasiones, a pesar de las cadenas en las ruedas, note que el coche resbalaba y se iba. Si hubiera encontrado otro vehiculo en la carretera podria haber sumado otro desastre al dia ya desastroso, pero por suerte la nieve disuadio a otros conductores de salir a la carretera y practicamente no me cruce con nadie. Miraba al reloj mientras conducia, angustiado por el paso de los minutos. Creo que nunca he hecho un trayecto tan intenso como aquel; era como si eliminara transpirando los kilometros que iba recorriendo metro a metro. Y tuve que apearme en las verjas del parque y salvar el sendero patinando. Con las prisas me habia puesto un calzado normal y al cabo de