una posicion muy dificil por culpa de este Gobierno titere -dijo Serra.

– Por eso quiero ver a Hericio. Empiezo a pensar que hablais mucho pero en realidad no haceis nada. Como todos los demas -dijo la androide.

El hombre se puso rigido.

– No sabes lo que dices. No sabes nada.

– ?Ah, no? ?Que es lo que no se? ?Para que servis, aparte de para salir en las noticias diciendo grandes palabras?

Era un cebo tan grosero que Bruna no esperaba que el hombre picara, pero a veces la informacion se conseguia de la manera mas absurda. Este no fue el caso. Serra torcio el gesto, irritado, y toco el panel tactil que habia frente a el. El vehiculo se detuvo junto a la acera y abrio la puerta.

– Ya te llamaremos -gruno el tipo.

– Que sea pronto. Manana o pasado. El domingo me voy de la ciudad -contesto Bruna, imperativa: la cobertura proporcionada por Mirari no duraria mucho mas.

Serra no contesto. El coche se cerro y arranco de nuevo. La detective lo vio desaparecer y reprimio el impulso de sacar el movil del bolsillo: era posible que la sombra todavia anduviera por ahi. Sobre su cabeza, la pantalla publica estaba pasando atroces imagenes de androides de combate masacrando humanos. Eran viejas grabaciones de la guerra rep. «?Vas a permitir que vuelva a suceder?», repetia una cinta continua sobre la carniceria.

Ya en el hotel, la detective se quito a Annie de encima con un suspiro de alivio. Este trabajo de astilla le corroia los nervios como un acido. Comprobo que su verdadero movil no solo estaba apagado, sino tambien desarmado. Coloco en su lugar la fuente de energia y lo encendio, e inmediatamente entro una llamada de Lizard: sin duda el policia se habia puesto en reconexion automatica.

– ?En que andas metida, Husky? Llevas horas apagada e ilocalizable -gruno el hombre.

– ?Por que estas tan irritado? ?Porque me escapo de tu vigilancia de perro de presa, o porque te preocupa mi bienestar?

Bruna habia recurrido a un truco viejisimo: cuando te pregunten algo que no quieras contestar, responde con otra pregunta, a ser posible molesta. Habia actuado, pues, conforme al manual, pero sintio que se deslizaba inestablemente por encima de las palabras como quien resbala sobre hielo. Sintio que deseaba de verdad que Lizard contestara. Que asegurara: si, me preocupa lo que pueda sucederte en este mundo cada vez mas peligroso para ti. Pero no dijo nada de eso.

– Te buscaba porque consegui la cita con el sacerdote canciller de la embajada de Labari. Por si quieres venir. Tu fuiste quien me sugirio que le llamara.

Si, claro que queria. La legacion estaba bastante lejos del Majestic y decidio tomar de nuevo un taxi pese a sus renovados propositos de hacer economias. Pero despues de perder diez minutos en la acera sin lograr que le parara nadie, tuvo que tomar el metro. Era evidente que los taxistas humanos no querian llevar a un tecno de combate, y en Madrid el sindicato de conductores habia impedido que hubiera taxis automaticos como los que circulaban en otras ciudades. En cuanto a los taxistas androides, parecian haber desaparecido. En realidad, apenas se veian reps por ningun lado.

Llego a la cita sin aliento: estaba siendo un maldito dia de prisas y carreras. La sede de los representantes labaricos era un enorme y vetusto edificio situado en la avenida de los Estados Unidos de la Tierra, junto al Museo del Prado. Durante siglos habia sido una iglesia catolica, la iglesia de los Jeronimos, hasta que fue quemada y medio derruida en tiempos de las Guerras Roboticas. La empobrecida institucion catolica, hundida por sus crisis internas, por el laicismo progresivo del mundo y porque los individuos ansiosos de certezas preferian doctrinas mas radicales, se vio obligada a vender las ruinas a un consorcio que en realidad era una tapadera de sus mas acerbos contrincantes, los unicos del Reino de Labari, que reconstruyeron el templo en una version amazacotada y sombria. Contemplando ahora esa mole pintada en un tono morado oscuro, el color ritual labarico, la detective sintio un escalofrio: ese edificio arcaizante, abrumador y riguroso era toda una declaracion de principios, una definicion petrea de la intransigencia.

– Venga, Bruna, ?que haces? No te quedes atras. Llegamos tarde -mascullo Lizard.

Y la rep se obligo a caminar detras del policia y entro renuente en la embajada de un mundo en donde su especie estaba prohibida.

El interior debia de haber sido en tiempos una nave diafana, como solian serlo las iglesias catolicas, pero ahora estaba compartimentado como cualquier edificio, con diversos pisos y habitaculos normales. O casi normales: a medida que pasaban de cuarto en cuarto, del vestibulo al recinto de seguridad y despues a la sala de espera, la detective fue sintiendo crecer en su pecho una vaga opresion: las dependencias eran todas mucho mas altas que anchas. En realidad eran desagradablemente angostas y sus interminables muros estaban recubiertos de gruesas cortinas amoratadas que caian a plomo desde las alturas.

– Que lugar mas alegre -musito Lizard.

En ese momento les vino a buscar un hombre con la cabeza afeitada y una cadena que se hincaba en los lobulos de sus orejas y colgaba por encima del pecho como un collar. Quiza fuera un esclavo, se dijo la detective mientras le seguian. Hasta entonces no habian visto a una sola mujer. Antes de franquearles el paso al despacho, el supuesto esclavo se volvio hacia ellos.

– Llamadlo eminencia… Ese es su titulo. Y teneis que usar el tratamiento de cortesia antiguo… Teneis que hablarle de usted. Que no se os olvide.

El sacerdote canciller les recibio en una sala que se elevaba vertiginosamente hasta un techo abovedado lejano y oscuro. Debia de ser la altura original de la iglesia de los Jeronimos, pero el hecho de que la sala fuera una habitacion relativamente pequena y de planta hexagonal hacia que pareciera un asfixiante pozo. Las colgaduras moradas solo llegaban hasta la mitad del muro, y mas arriba las paredes de piedra desnuda se perdian en las sombras. El diplomatico era un hombre maduro con el largo cabello gris recogido en una cola alta sobre la coronilla, el tipico peinado de los jerarcas labaricos. Estaba sentado detras de una gran mesa de madera maciza.

– El Principio Sagrado es el Principio -dijo pomposamente, utilizando el saludo ritual de los unicos.

– Gracias por recibirnos, eminencia -contesto Paul Lizard.

– Es mi trabajo -mascullo el hombre con tiesa gelidez.

El tipo tenia algo raro en la cara. De primeras, los afilados pomulos, la barbilla puntiaguda y las cejas elevadas y circunflejas, como las de los antiguos dibujos del diablo, daban la impresion de una fisonomia huesuda, severa y alargada. Pero luego se advertian los tremulos mofletes, la blandura general de la carne, la redondez del aplastado rostro. Era como si un hombre rechoncho y cabezon estuviera transformandose en un tipo delgado y anguloso, y en el proceso se hubiera quedado por error a medio camino. Los pomulos, el menton y esas cejas imposibles que parecian dos tejaditos picudos sobre los ojos debian de ser un producto del bisturi. Bruna habia leido en algun sitio que la religion labarica no admitia la cirugia plastica cuando su funcion solo era estetica, pero si cuando la operacion tenia una finalidad moral. Tal vez dotar de un aspecto algo mas imponente y espiritual a ese tipejo gordinflon y anodino habia sido considerado un mandato sagrado.

Lizard saco una bola holografica del bolsillo y la activo. Sobre la mesa del unico floto la palabra «venganza». La imagen estaba sin duda tomada del cuerpo de alguno de los cadaveres, aunque en la holografia no se percibia bien el soporte y el tatuaje estaba agrandado cuatro o cinco veces.

– ?Conoce usted esto?

El tipo le echo una languida ojeada.

– No.

– ?No hay nada en ello que le suene familiar?

– No -repitio el embajador sin siquiera molestarse en volver a mirar.

El inspector manipulo la bola y la imagen se amplio hasta mostrar lo que era: un tatuaje en la espalda del cuerpo desnudo de una mujer muerta.

– ?Y ahora?

El legado contemplo el cadaver un segundo con expresion vacia. Luego miro a Lizard.

– Ahora aun menos.

– Pero esa grafia… Esas letras son del Reino de Labari -salto Bruna.

El canciller ni la miro. Siguio dirigiendose a Lizard.

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