Michael Chabon
Chicos prodigiosos
© 1997
Titulo original: Wonder Boys
Que piensen lo que quieran, pero no pretendia ahogarme. Pretendia nadar hasta que me hundiera, que no es lo mismo.
JOSEPH CONRAD
El autor manifiesta su gratitud
a Mary Evans y Douglas Stumpf,
Tigris y Eufrates de este pequeno imperio.
El primer escritor autentico al que conoci personalmente fue un cuentista que firmo todas sus obras con el seudonimo de August Van Zorn. Vivia en la habitacion del ultimo piso de la torre del Hotel McClelland, propiedad de mi abuela, y ensenaba literatura inglesa en Coxley, una modesta universidad en la otra orilla del insignificante rio Pensilvania que divide en dos nuestra ciudad. Su verdadero nombre era Albert Vetch, y creo que era especialista en Blake; recuerdo que en su habitacion, sobre el descolorido papel de pared aterciopelado, destacaba una reproduccion enmarcada de una de las imagenes de Jehova del genial visionario ingles colgada encima de un perchero de madera que habia pertenecido a mi padre. La mujer del senor Vetch estaba internada en un sanatorio cerca de Erie desde la muerte de sus dos hijos adolescentes en una explosion ocurrida en su jardin trasero varios anos atras, y siempre tuve la impresion de que el escribia, en parte, a fin de ganar el dinero necesario para mantenerla alli. Escribio cientos de relatos de terror, muchos de los cuales aparecieron en revistas de la epoca como
Sin embargo, cuando, en los anos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el mercado de las publicaciones de terror baratas empezo a declinar, los sobres blancos de papel verjurado con fabulosas direcciones de Nueva York dejaron de aparecer regularmente en la bandeja de porcelana irlandesa que habia sobre el piano de mi abuela, y al final desaparecieron por completo. Se que August Van Zorn trato de adaptarse a los nuevos tiempos: cambio la localizacion de sus relatos, optando por las urbanizaciones residenciales que rodean a las grandes ciudades, y potencio el humor, para tratar de vender, sin exito, sus nuevas narraciones, mas moderadas y con un toque de ironia, al
Considero a Albert Vetch el primer escritor autentico al que conoci no porque durante un tiempo lograse vender sus relatos a diversas revistas, sino porque fue el primero aquejado del mal de la medianoche, el primero que permanecia pegado a su mecedora y su fiel botella de bourbon, el primero con la mirada perdida en lontananza, marcada por el insomnio incluso a pleno dia. De hecho, ahora que lo pienso, fue el primer escritor, autentico o no, que se cruzo en mi camino, en una vida que, en conjunto, ha estado un tanto excesivamente cargada de encuentros con representantes de ese gremio quisquilloso y excentrico. Instauro un modelo con arreglo al cual, en tanto que escritor, he vivido desde entonces. Tan solo espero que la existencia que atribuyo al senor Vetch no sea fruto de mi invencion.
La vida y los relatos de August Van Zorn me rondaban la cabeza aquel viernes, mientras me dirigia al aeropuerto para recoger a Terry Crabtree. Me resultaba imposible pensar en el sin recordar aquellos relatos fantasticos, ya que nuestra larga amistad habia comenzado, por asi decirlo, gracias a la oscura existencia de August Van Zorn, gracias al completo y miserable fracaso que habia contribuido a destrozar el alma de un hombre a quien mi abuela solia comparar con un paraguas roto. E incluso, al cabo de veinte anos, nuestra amistad habia acabado pareciendose a una de las pequenas ciudades de los relatos de Van Zorn: era una estructura que habia terminado por sustentarse, sin que hubieramos sido conscientes de ello, sobre una delgadisima membrana de realidad bajo la cual yacia una enorme y adormecida Cosa con un amarillento ojo que empezaba a entreabrir y con el que nos observaba escrutadoramente. Tres meses atras, Crabtree habia sido invitado a participar en el festival literario de aquel ano -yo me las arregle para que asi fuera-, y durante todo ese tiempo, a pesar de que dejo numerosos mensajes para mi, solo hable con el en una ocasion, durante cinco minutos, una tarde de febrero, cuando volvi a casa, ya bastante entonado, de una fiesta en casa de la rectora, para ponerme una corbata y reunirme con mi mujer en otra fiesta que daba su jefe en el Shadyside. Mientras hablaba con Crabtree me fumaba un porro y agarraba el auricular como si fuese una correa de sujecion y yo estuviese en el centro de un interminablemente largo tunel aerodinamico en el que el viento silbara e hiciera que mi cabello revoloteara alrededor de mi rostro y mi corbata ondeara a mi espalda. A pesar de que tuve la vaga impresion de que mi viejo amigo me hablaba con un tono que combinaba la irritacion y la reconvencion, sus palabras pasaron volando junto a mi, como virutas para embalaje, y las salude con la mano mientras se alejaban. Aquel viernes fue una de las pocas ocasiones desde que eramos amigos en que no me entusiasmaba la idea de volver a verlo; incluso diria que esa perspectiva mas bien me horrorizaba.
Recuerdo que aquella tarde les dije a los alumnos de mi curso que se marchasen a casa mas temprano, con el pretexto de la celebracion del festival literario. Al salir del aula todos miraron al pobre James Leer. Recogi las fotocopias anotadas y subrayadas de su ultimo y estrambotico relato, asi como las criticas mecanografiadas de los demas alumnos, guarde todo en la cartera, me puse la chaqueta y, al volverme para salir, vi que el chico seguia sentado al fondo del aula, en el centro del circulo de sillas vacias. Sabia que habria debido decirle algo para consolarlo -sus companeros habian sido tremendamente duros con el, y parecia deseoso de escuchar algun comentario mio-, pero tenia el tiempo justo para llegar al aeropuerto y me cabreaba que se comportara siempre