Vienne, subprefectura del Isere, es una ciudad de 30.000 habitantes que tiene vestigios galo-romanos, un barrio antiguo, un paseo bordeado de cafes, un festival de jazz en julio. Es, por lo demas, una ciudad tan burguesa como desheredada es Bethune. Circulo de notables, dinastias de comerciantes o de togados, fachadas severas tras las cuales se dirimen a puerta cerrada las querellas por herencias: a Etienne mas bien le divertia verse catapultado a esta provincia de las peliculas de Chabrol, sobre todo porque no se trataba de vivir en Vienne, sino solo de ir tres veces por semana, media hora de coche desde el barrio de Perrache, donde acababan de encontrar el apartamento en que residen hoy. Le divertia, si, sus relatos hacian reir a Nathalie, el centro de gravedad de su vida estaba en otra parte, en el hermoso apartamento que se complacian en decorar y donde acababa de nacer su segundo hijo. No obstante, cuando el abogado llego con media hora de retraso, sin disculparse, a la primera audiencia que Etienne presidia, comprendio que se libraba una prueba de fuerza a la que no le convenia doblegarse. Los abogados del colegio de Vienne llevan alli veinte anos, sus padres les han precedido, sus hijos les sucederan, y cuando ven aparecer a un juez nuevo, lo primero que hacen es darle a entender que son los propietarios de la casa y el un simple inquilino del que se espera que acate las normas. Etienne convoco al abogado y le dijo, amablemente: es la primera vez, no lo he registrado como un incidente de audiencia, pero, por favor, no vuelva a hacerlo o las cosas iran mal.

Dio resultado.

Cuando era juez de aplicacion de penas, su trabajo consistia en recibir a gente cara a cara en su despacho. En vaqueros y camiseta, les escuchaba, hablaba, para ayudarles encontraba soluciones concretas que la mayoria de las veces no tenian nada de juridico. Las relaciones con estas personas podian prolongarse anos. Ahora, en el tribunal de primera instancia, lo presidia con toga en un estrado, rodeado de una secretaria judicial y un ujier tambien vestidos con toga y que le profesaban un respeto jerarquico un poco demasiado envarado para su gusto. Tambien en la primera audiencia hubo un suceso burlesco: al salir de la sala de deliberaciones, cedio galantemente el paso a la secretaria, a la cual esta excentricidad pillo desprevenida. Ella rechazo el gesto, tan azorada como si sospechara que el pretendiera aprovecharse para sodomizarla, y Etienne observo que en lo sucesivo ella se cuidaba mucho de encontrarse lejos de el, a su espalda, hasta que habia cruzado el umbral. Hasta el ultimo instante, fingia que estaba ordenando expedientes en la mesa, con las manos un tanto temblorosas. Esta solemnidad suscitaba una sonrisa de Etienne, pero echaba en falta las relaciones personales con los encausados. Las decisiones que tomaba recaian sobre la vida de personas a las que, en el mejor de los casos, solo habia visto cinco o diez minutos. Ya no se ocupaba de individuos, sino de expedientes. Ademas, tenia que apresurarse. La acumulacion de casos impulsa a practicar una justicia mecanica, tal infraccion exige tal multa, tal vicio contractual desencadena tal jurisprudencia, y hay que darse prisa porque la productividad, es decir, el numero de sentencias dictadas, es un criterio decisivo en la calificacion de un juez para su ascenso. A Etienne no le molestaba ser rapido; al contrario, le gusta, pero se ha prometido no ceder a la tentacion de la criba y seguir viendo cada expediente como una historia singular, unica, que requiere una solucion juridica particular.

Aquel otono fui dos veces a Vienne para dar una vuelta por el juzgado. Es un bello edificio del siglo XVII, que domina la plazuela donde se encuentra el templo de Augusto y Livio, orgullo del casco viejo. Cuando no estaba «en audiencia», tal como un dia me sorprendi diciendo, me entrevistaba con jueces, secretarios judiciales y abogados que me habia recomendado Etienne. Les interrogaba sobre lo que hace exactamente un juez de primera instancia y sobre la manera en que lo hacian Juliette y Etienne, y ellos me preguntaban como pensaba utilizar yo esta informacion. ?Como un piadoso homenaje a mi cunada recientemente fallecida? ?Como un documento sobre la justicia en Francia? ?Como un panfleto sobre el endeudamiento excesivo? Yo no sabia que contestar. Les notaba conmovidos al ver que un escritor se interesaba por los tribunales de primera instancia, que no interesan a mucha gente, pero al mismo tiempo recelosos. El nombre de Etienne no me abria las puertas tan de par en par como habia esperado. La magistrada que le sucedio, y a la que llame para decirle que deseaba presenciar durante una o dos semanas las sesiones del tribunal, me respondio que un stage no se improvisaba de cualquier manera. Yo en ningun momento habia hablado de stage, sino que me habia limitado a avisarle por cortesia de que tenia la intencion de asistir a audiencias que en su mayoria eran publicas, pero, como sucede a menudo cuando cometes la estupidez de pedir una autorizacion que no es necesaria, el asunto cobro una importancia exagerada; ella no podia asumir la responsabilidad de darme su aprobacion, se precisaba la del presidente del tribunal de casacion. ?Y por que no el del ministro de Justicia?, bromeo Etienne, no tan asombrado. Comprendi que la sombra de su antecesor pesaba sobre la nueva titular del cargo, y que ella debia de verme como un espia a sueldo de Etienne, un emisario del emperador que venia a despertar fantasmas en plena Restauracion.

A fin de cuentas, hice algo que se parecia a un stage y comprobe lo que me habia dicho Etienne: que el juez de primera instancia es el equivalente judicial del medico de barrio. Impago de alquileres, desalojos, embargos del sueldo, tutela de minusvalidos o ancianos, litigios sobre sumas inferiores a 10.000 euros: las superiores a esta cifra competen al tribunal de gran instancia, que ocupa la parte noble del juzgado. Para quien ha frecuentado los juicios penales o los de delitos, lo menos que se puede decir es que la primera instancia ofrece un espectaculo ingrato. Todo es pequeno en ella, las faltas, las reparaciones, las sumas. La miseria esta alli, pero no ha degenerado en delincuencia. Se chapotea en la materia pegajosa de lo cotidiano, se trata de personas que se debaten en dificultades tan mediocres como insuperables, y la mayoria de las veces ni siquiera ves a esas personas porque no asisten a la audiencia, ni tampoco su abogado porque no lo tienen, y hay que conformarse con enviarles la decision judicial mediante una carta certificada que una vez de cada dos ni siquiera se atreven a recoger.

El pan cotidiano del penalista en el norte era la delincuencia de los toxicomanos-seropositivos. El del civilista en Vienne era el contencioso del consumo y el credito. Ya he dicho que Vienne es una ciudad burguesa, Isere no es el mas pobre de los departamentos franceses, pero bastaron unas semanas para que Etienne descubriese que vivia en un mundo donde la gente esta abrumada por las deudas y no se las quita de encima. En las audiencias civiles, una pequena querella por un muro medianero o los danos ocasionados por el agua resultaba refrescante, porque rompia durante unas decenas de minutos el monotono desfile de las entidades de credito que llevaban a juicio a deudores morosos.

Ni la vida ni sus estudios habian preparado a Etienne para esta forma de desdicha social. La unica vez que un profesor de la Escuela Nacional de la Magistratura habia hablado del derecho de consumo fue con un desden ironico, como si fuera un derecho destinado a imbeciles, personas que firman contratos sin leerlos y a las que es demagogico querer asistir. Los libros de texto ensenan que el fundamento del derecho civil es el contrato. Y el fundamento del contrato es la autonomia de la voluntad y la igualdad de las partes. Nadie se compromete o deberia comprometerse contra su voluntad; los que lo hacen tienen que sufrir las consecuencias: seran mas prudentes la proxima vez. A Etienne no le habian hecho falta ocho anos en Pas-de-Calais para aprender que los hombres no son libres ni iguales, pero no por eso tenia menos apego a la idea de que se deben respetar los contratos, pues de lo contrario no habria sido jurista. Educado en un medio burgues, nunca habia tenido autenticos problemas de dinero. Nathalie y el tenian una cuenta conjunta, una libreta de ahorro, un seguro de vida y un prestamo para el apartamento cuyas mensualidades el banco cobraba automaticamente de la cuenta y que ellos habian calculado que seria lo bastante nutrida para no tener que preguntarse nunca si era razonable irse de vacaciones. En materia de credito revolving, lo unico que sabia era que su tarjeta de afiliado a la Fnac le daba derecho, segun le habian explicado, a facilidades de pago que nunca utilizaba, porque preferia comprar al contado libros y discos y regalar algunos mas con sus puntos de fidelidad. Algunas veces, pero no muchas porque no figuraba en los ficheros, encontraba en su buzon anuncios publicitarios de entidades de credito. «Sirvase a su gusto de su reserva de dinero», dice Sofinco. «Disfrutelo desde hoy», propone Finaref. «?Necesita dinero rapidamente?», se inquieta Cofidis. «Es el momento de aprovecharlo», asegura Cofinoga. Los tiraba a la basura sin fijarse en ellos.

Desde que veia desfilar por la audiencia a los que los habian firmado, veia de otra forma estos folletos. Descubria lo facil que es convencer a los pobres de que, aun siendo pobres, pueden comprar una lavadora, un automovil, una consola Nintendo para los ninos o simplemente alimentos, que pagaran mas adelante y que no les costara, como quien dice, nada mas que si pagasen al contado. A diferencia de los prestamos mas controlados y menos onerosos que conceden los bancos clasicos, de los que, por otra parte, las entidades de credito son filiales,

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