Rosales, no es posible. Me estas vacilando. Todo eso que me cuentas lo inventaste. Lo viste en una pinche pelicula mexicana de las que te gustan. Lo escuchaste en una radionovela cursi de la xew. Esas cosas no pueden pasar. No me hagas bromas asi por favor.
Es la verdad, Carlitos. Por Dios Santo te juro que es cierto. Que se muera mi mama si te he dicho mentiras. Preguntale a quien quieras de la escuela. Habla con Mondragon. Todos lo saben aunque no salio en los periodicos. Me extrana que hasta ahora te enteres. Conste que yo no queria ser el que te lo dijera: por eso me escondi, no por los chicles. Carlitos, no pongas esa cara: ?estas llorando? Ya se que es muy terrible y espantoso lo que paso. A mi tambien me impresiono como no te imaginas. Pero no me vas a decir que, en serio, a tu edad, estabas enamorado de la mama de Jim.
En vez de contestar me levante, pague con un billete de diez pesos y sali sin esperar el cambio ni despedirme. Vi la muerte por todas partes: en los pedazos de animales a punto de convertirse en tortas y tacos entre la cebolla, los tomates, la lechuga, el queso, la crema, los frijoles, el guacamole, los chiles jalapenos. Animales vivos como los arboles que acababan de talarle a Insurgentes. Vi la muerte en los refrescos: Mission Orange, Spur, Ferroquina. En los cigarros: Belmont, Gratos, Elegantes, Casinos.
Corri por la calle de Tabasco diciendome, tratando de decirme: Es una chingadera de Rosales, una broma imbecil, siempre ha sido un cabron. Quiso vengarse de que lo encontre muertodehambre con su cajita de chicles y yo con mi raqueta de tenis, mi traje blanco, mi Perry Mason en ingles, mis reservaciones en el Plaza. No me importa que abra la puerta Jim. No me importa el ridiculo. Aunque todos vayan a reirse de mi quiero ver a Mariana. Quiero comprobar que no esta muerta Mariana.
Llegue al edificio, me seque las lagrimas con un clinex, subi las escaleras, toque el timbre del departamento cuatro. Salio una muchacha de unos quince anos. ?Mariana? No, aqui no vive ninguna senora Mariana. Esta es la casa de la familia Morales. Nos cambiamos hace dos meses. No se quien habra vivido antes aqui. Mejor preguntale al portero.
Mientras hablaba la muchacha pude ver una sala distinta, sucia, pobre, en desorden. Sin el retrato de Mariana por Semo ni la foto de Jim en el Golden Gate ni las imagenes del Senor
Tambien el portero estaba recien llegado al edificio. Ya no era don Sindulfo, el de antes, el viejo excoronel zapatista que se volvio amigo de Jim y a veces nos contaba historias de la revolucion y hacia la limpieza en su casa porque a Mariana no le gustaba tener sirvienta. No, nino: no conozco a ningun don Sindulfo ni tampoco a ese Jim que me dices. No hay ninguna senora Mariana. Ya no molestes, nino; no insistas. Le ofreci veinte pesos. Ni mil que me dieras, nino: no puedo aceptarlos porque no se nada de nada.
Sin embargo, tomo el billete y me dejo continuar la busqueda. En ese momento me parecio recordar que el edificio era propiedad del Senor y tenia empleado a don Sindulfo porque su padre -al que Jim llamaba 'mi abuelito' habia sido amigo del viejo cuando ambos pelearon en la revolucion. Toque a todas las puertas. Yo tan ridiculo con mi trajecito blanco y mi raqueta y mi Perry Mason, preguntando, asomandome, a punto de llorar otra vez. Olor a sopa de arroz, olor a chiles rellenos. En todos los departamentos me escucharon casi con miedo. Que incongruencia mi trajecito blanco. Era la casa de la muerte y no una cancha de tenis.
Pues no. Estoy en este edificio desde 1939 y, que yo sepa, nunca ha vivido aqui ninguna senora Mariana. ?Jim? Tampoco lo conocemos. En el ocho hay un nino mas o menos de tu edad pero se llama Everardo. ?En el departamento cuatro? No, alli vivia un matrimonio de ancianitos sin hijos. Pero si vine un millon de veces a casa de Jim y de la senora Mariana. Cosas que te imaginas, nino. Debe de ser en otra calle, en otro edificio. Bueno, adios; no me quites mas tiempo. No te metas en lo que no te importa ni provoques mas lios. Ya basta, nino, por favor. Tengo que preparar la comida; mi esposo llega a las dos y media. Pero, senora… Vete, nino, o llamo a la patrulla y te vas derechito al Tribunal de Menores.
Regrese a mi casa y no puedo recordar que hice despues. Debo de haber llorado dias enteros. Luego nos fuimos a Nueva York. Me quede en una escuela en Virginia. Me acuerdo, no me acuerdo ni siquiera del ano. Solo estas rafagas, estos destellos que vuelven con todo y las palabras exactas. Solo aquella cancioncita que no volvere a escuchar nunca. Por alto este el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo.
Que antigua, que remota, que imposible esta historia. Pero existio Mariana, existio Jim, existio cuanto me he repetido despues de tanto tiempo de rehusarme a enfrentarlo. Nunca sabre si el suicidio fue cierto. Jamas volvi a ver a Rosales ni a nadie de aquella epoca. Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabo esa ciudad. Termino aquel pais. No hay memoria del Mexico de aquellos anos. Y a nadie le importa: de ese horror quien puede tener nostalgia. Todo paso como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabre si aun vive Mariana. Si hoy viviera tendria ya ochenta anos.
Jose Emilio Pacheco

