proponia. Habia librado al teatro de emperador y emperatriz, y no de mi presencia. Despues de aquello, los soberanos y yo compartimos el Mariinski. Se procuraba siempre que yo bailase entre semana, los miercoles, un dia poco de moda, las noches que la familia imperial no asistia al Mariinski, mientras que Pierina Legnani, el pichoncito italiano, bajita, recia, fea de cara, realizaba sus truquitos cada domingo para el zar.

Me habian nombrado prima ballerina assoluta de los Teatros Imperiales, pero nunca volveria a actuar ante los soberanos. Era como estar muerta.

Cuando bailaba el segundo acto de La Bayadere, mis miercoles, despues de la gran procesion de la Badrinata dejaba mi guitarrita y cogia una cesta de flores de cera. Entre los recovecos del mimbre se encontraba no la serpiente de goma de atrezzo, sino una viva, drogada, y esa era la que me arrojaba al pecho para simular que me mordia. Siempre he sido muy intrepida en escena (nadie viene al teatro a ver a un actor que se contiene), y alli nunca me he contenido; fuera de escena tampoco mucho, a decir verdad. Las demas bailarinas se echaban atras cuando, con la serpiente retorciendose entre mis brazos, yo daba la vuelta al escenario para mostrarles mi herida y mi destino inevitable. Algunas noches, bajo los focos calientes que me deslumbraban y el colorido endemoniado de bombachos y saris y tocados con velo, deseaba que aquella serpiente se despertase y, llena de confusion, me mordiese… y entonces, como la famosa cantante gitana Varya Panina, que una noche, viendo a su antiguo amante entre el publico, le dedico una cancion de amor frustrado y se bebio un vaso de veneno, yo tambien moriria alli mismo, en el escenario. Era mejor convertirse en leyenda que ser conocida como una amante despechada que bailaba ante un palco imperial vacio las noches de los miercoles.

A finales de ano supe con deleite que me habian dado un domingo para que bailase… pero luego supe que Vzevolozhski habia convencido al zar de que fuese a ver una obra francesa aquella noche en el Mijailovich.

Cuando me entere de esto, mi deleite se convirtio en una amargura tan intensa que iba rabiando por mi casa, rabiando a toda maquina, como las helices del yate imperial, el Standart. No consentiria en verme burlada de esa manera. No queria que me sepultaran en el teatro como un escenario antiguo o un trasto de atrezzo decrepito. Me sente a mi buro y escribi una carta a Niki con una letra histerica, tan grande como un armario, y al final firme con mi nombre con una enorme y floreada M. Escribi en ruso, y cuando Sergio llegase aquella noche, como era su costumbre cuando su deber no le requeria, pensaba suplicarle que tradujera aquella carta al frances, que luego copiaria en limpio con mi letra mas pequenita y preciosa. Yo no habia recibido demasiada formacion, como ya saben (el aspecto academico de las Escuelas del Teatro Imperial era ridiculo; hasta Vaslav Nijinski, un autentico imbecil en el aula, aunque un genio en el escenario, consiguio graduarse), pero era importante para mi escribir la copia final en frances, la lengua de la corte, ya que aquella era la carta formal de un subdito tratado injustamente por su zar, no una cartita de amor de una petite danseuse. Escribi que si habia perdido el privilegio de bailar para el emperador, no deseaba bailar mas, y que si no bailaba, entonces ya no tenia nada, ni a el ni mi arte; que aceptaba el castigo de no verle privadamente, pero que no se me podia castigar doblemente no viendole tampoco en el teatro. ?Era yo su prima ballerina assoluta o no? Y como tal, ?no era mi talento el que debia aplaudirse, y no el de alguna albondiga italiana importada?

Sergio aquella noche leyo mi carta, que yo habia puesto en sus manos despues de correr al vestibulo principal, como un nino que entrega un juguete roto a su padre para que se lo arregle, y cuando acabo, dijo:

– Entonces, Mala, ?le estas planteando un ultimatum a nuestro zar? ?Estas segura de que quieres hacer esto?

Yo asenti, aunque a decir verdad no habia pensado demasiado, aparte de que Niki leyera mi lamento gitano. ?Y si su irritacion conmigo era tan grande que me decia: «De acuerdo, pues deja los teatros»? Pero mi deseo de hacer que comprendiese la injusticia que se me hacia era mayor que mi interes en el resultado. Y de ese modo, a reganadientes, Sergio tradujo mi carta despues de que yo le cubriese de besos, y a la manana siguiente se la llevo en el bolsillo para entregarsela al zar, porque aquel dia servia como edecan de Niki, un privilegio que los grandes duques se iban turnando entre ellos. ?Quien si no podria haber entregado a Niki una carta semejante, o de que otro podia haberla aceptado Niki? Una vez estuviera en sus manos, yo sabia que la leeria, no solo porque la habia escrito yo, sino porque en los inicios de su reinado habia mostrado que se complacia tratando los asuntos pequenos: el presupuesto de una escuela de provincias, la peticion de unos campesinos que deseaban cambiar oficialmente sus nombres, que procedian de los groseros apodos que les habian adjudicado en el pueblo, como Feo o Apestoso (hasta el notorio nombre de Rasputin procedia de un apodo, Rasputinyi, que queria decir «disoluto»), una peticion que requirio la atencion del zar. Bueno, pues ahi estaba mi peticion.

Aquel domingo me prepare como solia hacer los dias de representacion: me quede en la cama todo el dia, comi solo unas cucharadas de caviar a mediodia, me negue a beber una sola gota de liquido, ni agua siquiera, y llegue al teatro dos horas antes para calentar. Ese habito de llegar temprano al teatro lo tenia desde que era pequena. Debido a la posicion de mi padre, cuando en el teatro se necesitaba alguna nina para que sacase el anillo de la zarina doncella de la boca del pez en el ultimo fragmento de El caballito jorobado, me elegian a mi… y aunque no pusiera el pie en el escenario hasta casi el final del ballet, yo insistia en que mi padre me llevara con el al teatro una hora antes de alzar el telon. En el escenario de aquella noche, detras del telon bajado, los demas bailarines refunfunaban como de costumbre por tener que bailar conmigo, sabiendo que mi presencia garantizaba la ausencia del emperador. Si el zar y su sequito no estaban en el teatro, tambien el publico se veia afectado, porque la corte iba al teatro tanto para ver al zar como para vernos a nosotros. Y a nosotros, los artistas, nos gustaba mucho ser vistos por el, tambien. No puedo explicar esto… su poder nos conferia una sensibilidad agudizada, como ocurre con el amor.

Yo no habia recibido contestacion a mi carta, y Sergio no habia visto a Niki leerla, y de ese modo, yo solo podia rezar para que aquello que tenia tanta importancia para mi tuviera el poder de conmoverle un poquito. Iba andando simulando despreocupacion por entre los arboles del bosque, los bananos, amras y madhavis, con sus ramas entremezcladas, y junto a la pagoda de Megatshada, porque bailaba una vez mas, la suerte lo habia querido asi, La Bayadere. Tenia una escenografia muy recargada, porque a la corte le encantaba ver un escenario lujosamente adornado y le gustaba tambien la maquinaria: figuras voladoras, apariciones, torbellinos, trampillas, fuentes y cascadas, misteriosas telaranas y matorrales, grandes castillos que se derrumbaban… Vzevolozhski destinaba gran parte del presupuesto del ano a la opera, pero procuraba que quedase suficiente espectaculo para el ballet. Yo avance por el escenario hasta la mirilla que habia en el telon de terciopelo azul.

El palco imperial estaba desierto. A Vzevolzhsky no lo veia por ninguna parte. Era trabajo suyo recibir al emperador en la entrada privada, y con su paso peculiar, pues tenia la espalda encorvada, o quiza doblada de tantos anos de hacer reverencias a los soberanos, escoltarle por el vestibulo privado y el salon hasta su palco. Quiza Niki hubiese acudido al Mijailovich despues de todo, a ver la obra francesa. Vzevolozhski estaria alli para recibirle. Meti el dedo por la mirilla como si doblandolo pudiera atraer a Niki hacia mi. «Ven aqui, ven aqui.»

En el foso de la orquesta los musicos afinaban sus instrumentos, y fragmentos rotos de diversas melodias de la partitura venian flotando desde abajo: ahora el turti, ahora el vina, las gaitas y la pequena guitarrita de la danza de la bayadere, ahora el violin usado en el segundo acto en el Reino de las Sombras… El palco imperial todavia seguia oscuro, con la cortina corrida en el fondo, y senti que me encogia y que las pulseras se caian de mis munecas. Mientras me inclinaba a recogerlas oi a mi alrededor, compitiendo con la orquesta, una enorme algarabia que expandia la noticia desde el publico hasta los bastidores y el escenario: «El zar esta aqui. El emperador esta aqui». Era como la farsa francesa que despues de todo el emperador no veria aquella noche: los administradores del teatro tropezando unos con otros en su precipitacion por telefonear al teatro Mijailovich y hacer que Vzevolozhski, con su casaca azul de gala con la estrella de Vladimir sujeta en la solapa izquierda, corriera hacia al Mariinski para saludar a Niki, y sus esfuerzos por llegar a la entrada privada para saludar a sus soberanos ellos mismos si el director no podia llegar con la suficiente rapidez. ?Que le habria dicho Niki a Alix para explicar ese cambio de planes? ?Sabia ella lo que yo le habia escrito? Mi sonrisa, al volverme desde la mirilla, era triunfante. «Sabia que el vendria -le dije a la corte del raja Dugmanta, ahora reunida y en sus puestos para iniciar el primer acto-. Estaba mirando por el telon para verle.» Y deje a un lado mi pobre y somnoliento reptil y en su lugar cogi el de goma del armario de atrezzo. Ya bailaba de nuevo los domingos.

Fue una noche grandiosa, porque supe que todavia tenia algun poder, por pequeno que fuese, sobre su majestad el emperador. ?Y que haria yo con ese poder?

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