Arnaldur Indri?ason

Las Marismas

Erlendur, 3

© 2000, Arnaldur Indndason

Titulo original: Myrtn

© de la traduccion: 2006, Kristin Arnadottir

Todo esto es una condenada marisma.

Erlendur Sveinsson, policia de investigacion criminal.

Capitulo 1

Reikiavik, 2001

Las palabras estaban escritas a lapiz en una hoja de papel colocada sobre el cadaver.

Tres palabras, incomprensibles para Erlendur.

El cadaver era de un hombre que debia de rondar los setenta anos. Estaba echado sobre su lado derecho en el suelo, junto a un sofa, en un pequeno salon, y vestia camisa azul y pantalones de pana de color marron claro. Calzaba zapatillas. El cabello gris, que habia empezado a escasear, estaba manchado con la sangre de una aparatosa herida en el craneo. En el suelo, cerca del cadaver, habia un cenicero grande de cristal, cuadrado y con aristas afiladas. Tambien estaba manchado de sangre. La mesa de centro estaba volcada.

Era un apartamento en el sotano de una casa de hormigon de dos pisos, en el barrio de Las Marismas. La casa estaba rodeada de un pequeno jardin protegido en tres de sus lados por un muro. Los arboles habian perdido las hojas, que ahora cubrian totalmente el suelo del jardin. Sus encorvadas ramas se estiraban hacia el cielo ennegrecido.

Un camino de grava conducia hasta la entrada del garaje. Seguian llegando agentes de la policia de Reikiavik. Se movian sin prisas, como fantasmas en una casa vieja. Esperaban al medico forense para que firmara el certificado de defuncion. El hallazgo del cadaver les habia sido comunicado quince minutos antes; Erlendur fue uno de los primeros que se presentaron en el lugar. Estaba esperando la llegada de Sigurdur Oli en cualquier momento.

El crepusculo de octubre cubria la ciudad y la lluvia batia contra el viento otonal. Alguien habia encendido una lampara que, desde una mesa del salon, alumbraba la estancia con una luz tenebrosa. Aparte de eso, no se habia tocado nada. Los tecnicos estaban colocando grandes focos sustentados en tripodes. Con ellos se iluminaria el apartamento. Erlendur fijo su atencion en una libreria, despues en un desgastado tresillo, una mesa de comedor, un viejo escritorio situado en un rincon, una alfombra que cubria el suelo y las manchas de sangre en la alfombra. Una puerta comunicaba el salon con la cocina y otra se abria hacia un pequeno corredor que daba paso a dos habitaciones y un aseo.

El vecino del piso de arriba fue quien aviso a la policia. Habia llegado a casa despues de ir a buscar a sus dos hijos al colegio y le extrano encontrar la puerta de entrada del sotano abierta de par en par. Se veia el interior del apartamento. Le extrano y llamo a su vecino desde fuera, para saber si estaba en casa. No contesto nadie. Entonces se asomo por la puerta y volvio a llamar; pero tampoco obtuvo respuesta. Vivia con su familia en el piso de arriba desde hacia algunos anos, pero no conocia bien al senor del sotano. Su hijo mayor, de nueve anos, no fue tan prudente como su padre y en un segundo entro hasta el salon del apartamento. Volvio a salir enseguida diciendo, sin mayor preocupacion, que habia un hombre muerto ahi dentro.

– Ves demasiadas peliculas -le dijo su padre, pero cuando entro vio a su vecino en el suelo, en medio de un charco de sangre.

Erlendur sabia como se llamaba el muerto. Su nombre figuraba en el timbre de la puerta; sin embargo, para evitar la posibilidad de hacer el ridiculo se puso unos guantes de latex y saco la billetera del hombre del bolsillo de una chaqueta que colgaba en la entrada; ahi encontro una tarjeta de credito con su fotografia. Se llamaba Holberg y tenia sesenta y nueve anos. Muerto en su domicilio. Probablemente asesinado.

Erlendur dio una vuelta por la vivienda haciendose algunas preguntas. Ese era su trabajo. Investigar lo evidente. Los tecnicos se ocupaban de lo oculto. No vio ninguna senal de que las ventanas o las puertas hubieran sido forzadas. A primera vista parecia como si el hombre hubiera permitido entrar a su asesino. Los vecinos habian dejado huellas en la entrada y sobre la alfombra cuando irrumpieron con los zapatos mojados por la lluvia, asi que tambien tenia que haber huellas del asesino. A no ser que se hubiera quitado los zapatos al entrar. Erlendur opinaba que el asesino seguramente tenia demasiada prisa para permitirse perder un tiempo precioso en quitarse los zapatos. Los tecnicos habian llevado aspiradores y polvos para buscar cualquier pequena particula escondida y tratar de descubrir huellas: huellas dactilares y barro de zapatos de personas ajenas a la casa. Buscaban cualquier cosa que resultara extrana. Cualquier rastro dejado alli.

Erlendur opinaba que el hombre no habia recibido a su visitante con especial hospitalidad. No le habia invitado a tomar cafe. La cafetera de la cocina no tenia aspecto de haber sido usada en las ultimas horas. No se veia tampoco ninguna tetera y no se habian sacado las tazas del armario. Los vasos estaban limpios y en su sitio. Evidentemente, el muerto habia sido un hombre ordenado. Todo estaba en orden. Tal vez no conocia bien a su asesino. Tal vez el visitante le ataco por sorpresa en el momento de abrir la puerta. Sin quitarse los zapatos.

?Se puede asesinar a alguien estando descalzo?

Erlendur echo un vistazo a su alrededor y decidio que tendria que organizar sus ideas.

Estaba claro que el visitante tenia prisa. No se habia esforzado en cerrar la puerta al marcharse. El mismo ataque parecia haber sido hecho de forma apresurada, de repente y sin previo aviso. En la vivienda no habia senales de pelea. Al parecer, el hombre se habia caido directamente al suelo, volcando la mesa de centro al desplomarse. A primera vista, todo lo demas estaba intacto. Erlendur no apreciaba ningun signo de robo. Los armarios estaban cerrados, tambien los cajones; un ordenador moderno y una cadena musical vieja estaban en su sitio, la cartera del hombre en el bolsillo de su chaqueta, con un billete de dos mil coronas y dos tarjetas, una de debito y otra de credito.

Aparentemente el asesino habia cogido lo que tenia mas a mano para golpear al hombre en la cabeza. El cenicero era verdoso, de un cristal grueso que, segun los calculos de Erlendur, debia de pesar por lo menos un kilo y medio. Un arma homicida para quien asi quisiera verlo. Era improbable que el visitante lo hubiera traido consigo y lo hubiera dejado luego ensangrentado en el suelo.

Estas eran las pistas evidentes: el hombre abrio la puerta e invito al visitante a entrar o, en todo caso, le acompano hasta el salon. Probablemente conocia al visitante, aunque no tenia por que ser asi. Fue atacado con el cenicero, un golpe sordo; y luego, el asesino salio a toda prisa y dejo abierta la puerta de entrada. Todo clarisimo.

Salvo el mensaje.

Estaba escrito en una hoja rayada tamano A4, que parecia arrancada de un cuaderno de espiral y era la unica pista que sugeria que se trataba de un crimen premeditado; hacia pensar que el visitante habia ido alli con el unico proposito de asesinar al inquilino. Habia escrito un mensaje. Un mensaje de tres palabras que Erlendur no lograba entender. ?Escribio las palabras antes de llegar al apartamento? Otra pregunta evidente que requeria respuesta. Erlendur se acerco al escritorio del rincon del salon. Sobre el mueble habia montones de documentos, facturas, sobres, papeles. Encima, un cuaderno de espiral. Miro por todo el escritorio en busca de un lapiz, pero no vio ninguno. Siguio buscando por alli y encontro uno debajo del escritorio. No toco nada. Observo y

Вы читаете Las Marismas
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×