imposible lograr que se lo prestase. El otro coche disponible era el del senor Lomas-Coper, y tampoco era factible tomarlo prestado, porque Bittle se enteraria en seguida.
Carn se dirigio a la taberna como si no tuviese prisa alguna, para que los de la pandilla del Tigre no sospecharan.
– Acabo de recibir carta de un viejo paciente que vive en Ilfracombe -dijo Carn al tabernero-. Ha tenido un ataque cardiaco y quiere que vaya a atenderle en seguida. Es un problema, pero tengo que ir.?Puede prestarme el coche?
Era una buena razon, porque el muchacho que venia todas las mananas en bicicleta desde Ilfracombe con el correo no llegaba hasta el mediodia.
– Lo siento mucho, senor. Dos criados de sir John Bittle vinieron esta manana y lo alquilaron para pasar un dia asueto en Ilfracombe -repuso el tabernero.
'?Malditos sean!', exclamo Carn para sus adentros, muy contrariado.
– Pues es preciso que vea como puedo trasladarme, porque mi paciente esta bastante mal y me espera. Supongo que esos criados no volveran hasta muy tarde,?verdad?
– No lo han dicho, pero no los espero hasta la noche.
– ?No tiene Horrick un cacharro?
Horrick era un labrador que vivia a media milla del pueblo, y el tabernero contesto que, en efecto, lo tenia.
– ?Podria usted enviar un chico para preguntarselo? -dijo Carn.
El tabernero considero la cuestion con la parsimonia propia de los aldeanos. Carn oculto su impaciencia todo lo que pudo. Al fin, el tabernero dijo que mandaria a un chico a preguntarlo.
– ?Quiere usted acompanarme a beber una cerveza? -invito el tabernero.
– Convendria que el muchacho hiciese el recado en seguida. Mientras, podemos tomar algo -contesto Carn.
El tabernero suspiro. Las prisas de la gente de la ciudad perturbaban su placido espiritu. Sin embargo, llamo a un muchacho y, despues de hablar del tiempo y de su influencia sobre la pesca, llego el chico, a quien el tabernero explico en su dialecto lo que tenia que hacer.
– Dile a Horrick que el caso es urgente -encargo Carn al chico en claro ingles, entregandole cinco chelines de propina-, y date prisa. Si vuelves pronto, te dare otra moneda.
El chico asintio y se marcho corriendo.
Mientras el tabernero servia la cerveza, Carn, exteriormente impasible, mordia la boquilla de su pipa para calmar su nerviosismo. La falta del 'Ford', por viejo y destartalado que fuese, era para el un verdadero desastre. No sabia como arreglarselas para llevar a cabo su mision, porque confiaba poco en la ayuda de la gente del pueblo. No tenia la disposicion del Santo ni su temple para atreverse solo con los bandidos. Casi estaba decidido a pedir ayuda al Santo; sabia que este era recto en sus cosas, y le parecia mejor coger al Tigre con ayuda de Templar que dejarle escapar.
Sin embargo, se dijo que podria dejarlo hasta el ultimo momento, porque aun tenia probabilidades de salir airoso sin necesidad de recurrir a su rival, lo que al fin y al cabo seria para el una humillacion.
Carn se bebio el vaso de cerveza de un trago, contento de que el tabernero no le exigiese que llevara el peso de la conversacion.
– ?Le sirvo otra?
– Como quiera.
El inspector estaba que trinaba, pero era preciso conservar la calma. Si hubiese rehusado la invitacion del tabernero, demostrando tener prisa, este lo habria comentado, y la cosa hubiera llegado a oidos del Tigre, quien, como sospechaba de Carn, era muy receloso.
Al fin termino el suplicio y Carn pudo despedirse. Atraveso el pueblo y se dirigio hacia el torreon. Era un dia caluroso, y Carn no tenia la agilidad de sus dias juveniles. Subio la cuesta sudando y renegando y respiro aliviado cuando llego a la cima. Aun estaba a doce metros del torreon cuando vio salir a Horacio. Este aparentaba haber salido tan solo para respirar un poco el aire. Contemplaba el panorama con el interes concentrado de un verdadero artista y miro al detective con naturalidad e indiferencia, pero con la mano derecha detras de la espalda.
– ?Esta el senor Templar? -pregunto Carn desde lejos.
– No.
– ?Sabe donde esta?
Horacio contemplaba al inspector con mirada de pocos amigos.
– No se. Salio a pasear, supongo.
– Oiga usted, buen hombre -exclamo Carn, furioso-. No he subido esta dichosa loma, con el calor que hace, para que me tomen el pelo,?estamos? El Tigre va a quitarle de en medio esta noche, pero poco me importa usted. He venido a avisar al senor Templar del peligro.
– ?Ah!,?si? Bueno, en ese caso…
Saco la mano derecha con el revolver, apuntando al pecho de Carn. Este necesito de toda su destreza para arrancarselo de la mano antes de que ocurriera una desgracia, y lo echo al interior del torreon.
– No sea usted estupido, Horacio -exclamo-. Por lo que veo, este chisme no le sirve para nada.?No comprende que he venido a salvarle el pellejo? Le digo que el Tigre va a cazarlos a ustedes esta noche.?Lo ha comprendido? Le hablo del Tigre.?Usted sabe quien es? Si no me hace caso, luego no se queje.
– No se preocupe -le aseguro Horacio-. Le quedo muy agradecido por el consejo y le ruego le diga al Tigre que el senor Templar y yo vamos a cogerle esta noche. Que venga a esta casa, si se atreve.
– Bien, bien, Horacio; usted, lo que tiene que hacer es buscar a Templar y decirle lo que yo le he dicho- replico Carn. Y se marcho cuesta abajo.
Al llegar a la taberna, encontro el carro dispuesto, un campesino en el pescante y el chaval al lado, con la mano tendida. Carn le dio la propina prometida y se sento junto al carretero.
– ?A Ilfracombe! -le ordeno-. Y dese prisa, que se trata de un caso urgente.
El carro se puso en marcha y Carn saco la pipa. Ya se hallaba en camino y de nada le serviria mostrarse impaciente; no adelantaria nada: todo dependia del caballo. Eran las tres y cuarto y, si el caballo no se cansaba ni sobrevenia ningun accidente, aun podria llegar a tiempo, maxime cuando el buque del Tigre no habia de entrar hasta la noche y el embarque del oro duraria hasta la madrugada. Sin embargo, Carn sabia que el Tigre apreciaba mas su propia seguridad que la de su mal ganado botin, y era el arresto del Tigre la hazana que Carn queria ver inscrita en su hoja de servicios. El oro no le interesaba.
De pronto recordo que habia olvidado avisar a Patricia. Durante un momento estuvo maldiciendose, pero pronto se consolo pensando que, si el Tigre estaba bien informado, Templar y la muchacha estaban de acuerdo y, por lo tanto, el Santo la salvaria. Tal vez supiese tambien el Santo que la muchacha corria peligro, y no habla necesidad de preocuparse por ella.
Llegaron a la cima, desde la cual dejaban de ver Baycombe, cuando Carn oyo dos disparos, tan rapidos que parecian uno solo. El inspector miro la hora y luego al carretero, a su lado. Este digno pero impasible hombre leyo el asombro en el rostro de Carn y explico el caso a su modo:
– Ya estamos acostumbrados a los tiros. Es el senor Lomas-Coper, que se dedica de vez en cuando a cazar conejos.
– ?Ah, ya comprendo! -observo Carn, y no aventuro mas comentario.
Pero el inspector conocia muy bien las armas de fuego y sabia, aunque la distancia y el eco dificultaban la apreciacion, que aquellos disparos no procedian de una escopeta, sino de un revolver.
12. Tomando el te con sir Michael Lapping
Agata Girton no se habia presentado a desayunar aquel dia, y cuando Patricia regreso a su casa, despues de haber recibido las instrucciones del Santo, la criada le informo que la senora habia ido a dar un paseo. La senorita Girton solia largas caminatas por el campo con un fuerte baston en la mano, caminando con paso largo, incansable como un veterano. Despues de la conversacion que habia tenido con el Santo y por lo que supo de su