Si no hubiese vuelto a las siete y media, buscame en la 'Casa Vieja'…, ese edificio que esta detras del pueblo y que antes fue una fonda. Si no estoy alli, busca en casa de Bittle o de Bloem. No vayas a casa de Carn a no ser que falles en los otros tres sitios. Y?mucho cuidado! Si me cogen a mi, trataran de cogerte a ti tambien.
La doblo, puso el nombre de Horacio encima y la dejo en un sitio visible de la cocina.
Luego se dirigio con paso tranquilo hacia el pueblo.
El Santo no recordaba bien la 'Casa Vieja' y se detuvo al borde de unos arbustos en la pendiente de la colina. De nuevo dio gracias por su suerte. Acababa de descubrir una larga tapia que iba desde el norte de la 'Casa Vieja' hacia el sur, donde se perdia entre las primeras casuchas del pueblo. Bajo rapidamente el sendero y atraveso el pueblo. En las afueras dio la vuelta a una casa de campo y vio que no se habia equivocado: la tapia empezaba alli y era lo bastante alta para poder ocultarse tras ella.
Sin pensarlo un segundo, el Santo se puso en camino, deslizandose junto a la tapia hasta llegar casi hasta el final. Alli procedio con mas cautela; anduvo a gatas, por si en alguna ventana del piso superior hubiese alguien vigilando el camino. Cuando llego a la casa se echo completamente al suelo y se quedo quieto un momento para reflexionar sobre la mejor manera de entrar.
Al final vio que no habia mas remedio que seguir gateando, confiando en no ser visto. Con un leve escalofrio recorrio el ultimo trecho, y cuando llego a la entrada respiraba con dificultad. Inspecciono la puerta.
El pomo estaba roto; solo quedaba un trozo. La cerradura estaba llena de herrumbre, y los goznes, flojos. El Santo, al verlo, se rasco la cabeza, porque, o esa 'Casa Vieja' no era la que buscaba, o el Tigre confiaba demasiado en los fantasmas.
Volvio a mirar con mas atencion el trozo roto del pomo y se quedo sin aliento, porque el hierro estaba brillante, al reves de las demas partes metalicas de la puerta. Como el hierro se oxida con gran facilidad, solo cabia suponer que alguien habla entrado y salido por la puerta recientemente. A no ser que los chicos del pueblo fueran menos supersticiosos que sus mayores, aquello significaba que la gente del Tigre frecuentaba la casa.
Empujo la puerta suavemente, y esta cedio. El Santo quito la mano, como si se hubiese quemado. El hecho de que la puerta cediera con suavidad indicaba que no estaba cerrada y que sus goznes funcionaban bien. Las puertas de las casas abandonadas no ceden asi como asi. Eso significaba que aluien utilizaba la casa.
– '?Quieres entrar en mi salon?', dijo la arana a la mosca -murmuro Templar-. Vaya si pienso entrar, pero no con la candidez de la mosca.
Retrocedio un poco y echo otra ojeada a las ventanas cegadas. No quedaba mas que la puerta, y seguramente alguien o algo le aguardaba dentro.
Se echo al suelo y, alargando el brazo, empujo levemente la puerta desde abajo. Con la cabeza al nivel del umbral miro al interior, sin ver nada. Aparto de nuevo la cabeza y dio otro empujon a la puerta, que quedo entreabierta.
De pronto oyo un ruido como el que hace una piedra al caer en un pozo y observo un impacto en la puerta, que arranco algunas astillas.
Le bastaba aquello… Era un ultimatum, una declaracion de guerra. Y tambien significaba que, fuese lo que fuese que le aguardaba dentro, lo mejor seria aventurarse con valentia y no seguir alli expuesto a que lo acribillasen desde las ventanas.
Se dispuso a dar el salto: cogio el cuchillo y entro rapidamente, cerrando la puerta tras de si. Asi dejaba de ser un facil blanco. Luego se refugio en un rincon.
El Santo se quedo rigido, escuchando atentamente y tratando de percibir algo en aquella oscuridad. Estaba preparado para todo. Tenia el cuchillo en la mano, dispuesto a lanzarlo contra el primero que apareciese; pero, a pesar de su finisimo oido, no podia oir otra cosa que los latidos regulares de su propio corazon y el tictac de su reloj de pulsera.
Sus ojos iban acostumbrandose lentamente a la oscuridad y al fin empezo a ver los detalles. El pasillo estaba vacio; a cosa de dos metros habia dos puertas, una enfrente de la otra, cerradas ambas. Al mirar al suelo vio una gruesa capa de polvo con huellas de muchas pisadas. Algunas se dirigian a la puerta de la derecha, ninguna a la de la izquierda, de lo que dedujo que aquella habitacion no se utilizaba, a no ser que tuviese otra entrada. Al final del pasillo habia una ventana, cegada con tablas, como todas las demas de la casa, pero por los resquicios entraba luz suficiente.
Continuando la inspeccion ocular, vio que mas alla de la puerta, a la izquierda, habia otra y que a ella conducian tambien bastantes huellas de pisadas, sobre todo algunas recientes. Despues noto que bajo la ventana habia una mesa y, encima de ella, una caja.
El Santo contemplo largo rato la caja y de pronto tuvo una inspiracion. Se inclino y recorrio el suelo con los dedos hasta dar con un alambre que iba desde la puerta a la mesa y a la caja. Descubrio los contactos metalicos que cerraban el circuito electrico. Uno estaba atornillado en la parte interior de la puerta, en el borde de abajo, y el otro en el suelo, a medio metro de la pared. Animado por este descubrimiento, avanzo con sigilo por el pasillo sin dejar de prestar atencion alrededor. Por fin llego a la mesa y a la caja, que examino a conciencia. Los alambres iban a la caja, y en el frontal de la misma vio el canon de un arma de fuego.
– Muy ingenioso, senor Tigre -fue el silencioso comentario del Santo-. Al abrir la puerta, caigo atravesado por la bala.?Cuanto siento no haberle complacido!
Sin embargo, por si el dispositivo tenia mas disparos, dio la vuelta a la caja, con el canon del arma apuntando a la pared. Ademas, desconecto los alambres. Luego volvio a mirar alrededor.
El descubrimiento de aquella trampa infantil no excluia la posibilidad de la existencia de otras. A juzgar por el ingenio del Tigre, era de esperar que hubiese mas dispositivos. Sin embargo, el Santo se dijo que, una vez dentro de la casa, le era imposible retroceder.
Escogio la segunda puerta a la izquierda porque alli habia mas huellas recientes, y si en alguna habitacion le preparaban una sorpresa, debia de ser aquella. Se dirigio alli paso resuelto y se detuvo frente a la puerta. El Santo la abrio unos centimetros. Luego, hurtando el cuerpo contra la pared, apoyo la punta del pie contra ella y la abrio totalmente.
Todo era silencio en aquella habitacion. Se maldijo por no haber traido una linterna. A falta de mejor luz, se decidio a encender un fosforo. Si habia alguien en el cuarto, veria al Santo antes de que este pudiese verle a el. Pero el Santo habia corrido mayores riesgos y no queria esperar mas. Aquel silencio le estaba poniendo nervioso.
Sin soltar el arma, saco una caja de fosforos y encendio uno, elevandolo por encima de la cabeza para que la llama no le cegase.
La habitacion estaba absolutamente vacia.
El fosforo se fue consumiendo entre sus dedos y se apago. Encendio otro, mas tampoco vio a nadie. Pero habia huellas en el suelo, tres botellas de cerveza en un rincon y trozos de papel en el suelo.
'Esto me escama', se dijo el Santo.
Encendio un tercer fosforo y avanzo unos pasos.
Luego trato de echarse atras, pero fue tarde. El suelo se abrio bajo sus pies y cayo al fondo, rodeado de oscuridad.
11. Carn capta la onda
El inspector Carn, de Scotland Yard, tambien medico, habia sido designado para descubrir la identidad del Tigre.
Carn no era brillante, pero conocia su profesion. Era muy eficiente, educado en una escuela en la que se prefiere la perseverancia al genio y que ensena la investigacion metodica y cuidadosa en lugar de fiarse de rafagas de inspiracion. Su hoja de servicios estaba llena de casos resueltos satisfactoriamente, aunque su estilo fuese poco espectacular. Su tactica era distinta a la del Santo.
Representaba la ley y la autoridad, una vasta e inexorable maquinaria, y si Carn dejaba entrever quien era, el Tigre lo pensaria mucho antes de atacarle directamente. Carn solo podia llevar a cabo su mision trabajando ocultamente, y esto era un obstaculo, aunque encajase con su temperamento. Carn, el perseverante cazador de hombres, miraba de reojo el obstaculo, se encogia de hombros y continuaba su labor… a su manera.