lado de la puerta.
– Mi esposa -dijo Brunetti innecesariamente. Paola se solto el codo y tendio la mano a Rossi, que se la estrecho, mientras ambos decian las frases de rigor. Rossi se disculpo por haberla asustado y Paola quito importancia al incidente.
– El
– ?El Ufficio Catasto?
– Si,
Paola miro a Brunetti, y lo que vio en su cara le hizo volverse hacia Rossi con su sonrisa mas encantadora.
– Parece que ya se iba,
– Muy amable,
– ?El Ufficio Catasto? -pregunto Paola al cerrar la puerta.
– Me parece que quieren derribarnos la casa -dijo Brunetti a modo de explicacion.
3
– ?Derribarla? -repitio Paola, sin saber si reaccionar con asombro o con risa-. ?Que dices, Guido?
– Ese hombre me ha contado no se que historia de que en el Ufficio Catasto no tienen datos de este apartamento. Estan informatizando archivos y no encuentran constancia de que se concediera la autorizacion, o de que se solicitara siquiera, para la construccion de este apartamento.
– Que absurdo -dijo Paola. Le dio los periodicos, se agacho a recoger la otra bolsa de plastico y se fue por el pasillo hacia la cocina. Puso las bolsas en la mesa y empezo a sacar paquetes. Mientras Brunetti hablaba, ella iba disponiendo tomates, cebollas y unas flores de
Al ver las flores, Brunetti dejo de hablar de Rossi y pregunto:
– ?Que vas a hacer con eso?
–
– Hum -mascullo Brunetti, contento de cambiar el tema del apartamento por el mas ameno del almuerzo-. ?Mucha gente en el mercado del Rialto?
– Cuando llegue, no mucha, pero cuando me iba estaba abarrotado. La mayoria, turistas que retrataban a otros turistas. Dentro de poco, habra que ir de madrugada, o no podremos ni dar un paso.
– ?Por que van al Rialto?
– Para ver el mercado, supongo. ?Por que?
– ?Es que no tienen mercados en sus paises? ?Alli no se vende comida?
– Sabe Dios lo que tendran en sus paises -respondio Paola con un deje de exasperacion-. ?Que mas te ha dicho ese
Brunetti se apoyo en la encimera.
– Ha dicho que, en la mayoria de casos, lo mas que hacen es poner una multa.
– Es lo habitual -dijo ella volviendose a mirarlo, una vez colocada la compra-. Es lo que le paso a Gigi Guerriero cuando instalo el segundo bano. Un vecino vio entrar en la casa al fontanero con un inodoro, lo denuncio a la policia, y Gigi tuvo que pagar una multa.
– De eso hace diez anos.
– Doce -rectifico Paola, por la fuerza de la costumbre. Al ver que el apretaba los labios, agrego-: No me hagas caso, eso es lo de menos. ?Que otra cosa puede ocurrir?
– Ha dicho que, en algunos casos, han tenido que derribar las obras hechas sin autorizacion.
– Lo diria en broma.
– Ya has visto al
– El
– Media ciudad es ilegal, Paola -dijo el-. Pero a nosotros nos han pillado.
– No pueden pillarnos porque no hicimos nada malo -repuso ella volviendose hacia su marido-. Nosotros compramos el apartamento de buena fe. Battistini… ?no se llamaba asi el que nos lo vendio…? debio preocuparse de conseguir los permisos y el
– Y nosotros, antes de comprar, debimos cerciorarnos de que los tenia -adujo Brunetti-. Y no nos cercioramos. Vimos esto… -describio un arco con el brazo abarcando el panorama- y estuvimos perdidos.
– No es asi como yo lo recuerdo -dijo Paola, que volvio a la sala y se sento.
– Asi es como lo recuerdo yo -repuso Brunetti que, sin darle tiempo a hacer objeciones, prosiguio-: Pero no importa como lo recordemos. Ni importa lo imprudentes que fueramos cuando lo compramos. Lo que importa es que ahora tenemos un problema.
– ?Battistini? -apunto ella.
– Murio hace unos diez anos -respondio Brunetti, cerrando toda via de reclamacion que su mujer pensara explorar.
– No lo sabia…
– Me lo dijo su sobrino, el que trabaja en Murano. Un tumor.
– Lo siento. Era un hombre muy agradable.
– Lo era, si. Y nos hizo un buen precio.
– Yo diria que le cayo bien la parejita de recien casados -dijo ella con una sonrisa de evocacion-. Y unos recien casados que esperaban bebe.
– ?Crees que eso pudo influir en el precio? -pregunto Brunetti.
– Siempre he pensado que si -dijo Paola-. Una actitud muy generosa, impropia de un veneciano. Pero, si ahora resulta que hay que derribarlo, una faena -se apresuro a anadir.
– Seria el colmo del absurdo.
– Guido, ?no hace ya veinte anos que trabajas para la ciudad? A estas alturas, ya deberias saber que el absurdo no es obstaculo.
Brunetti, amargamente, tuvo que darle la razon. Recordo que un vendedor de frutas y verduras le habia dicho que, si
Paola se apoyo los pies en la mesita de centro.
– Entonces, ?que hago? ?Llamar a mi padre?
Brunetti esperaba la pregunta, y se alegro de que ya hubiera llegado. El conde Orazio Falier, uno de los hombres mas ricos de la ciudad, podia obrar el milagro con una simple llamada telefonica o una observacion casual en una charla de sobremesa.
– No. Prefiero encargarme de esto personalmente -dijo recalcando la ultima palabra.
En ningun momento se le ocurrio, ni a el ni a Paola, plantearse la cuestion de forma regular: averiguar los nombres de las oficinas y funcionarios correspondientes e informarse de los tramites procedentes. Tampoco se les ocurrio pensar que pudiera existir un procedimiento burocratico establecido para resolver el problema. Si tales