signorina Elettra, la secretaria de su superior, para preguntarle si queria que le subiera las fotos y la lista de las joyas que habian sido halladas en el continente, en la caravana de uno de los adolescentes gitanos detenidos hacia dos semanas. La madre afirmaba que las joyas eran suyas, que pertenecian a la familia desde hacia varias generaciones. En vista del valor de las piezas, ello no parecia probable. Una de ellas, segun constaba a Brunetti, habia sido identificada por una periodista alemana, de cuyo apartamento habia sido robada hacia mas de un mes.

Miro el reloj y vio que eran mas de las cinco.

– No, signorina, no se moleste. Lo dejaremos para manana.

– Bien, comisario. Puede recogerlas al llegar, si lo desea. -Ella hizo una pausa y Brunetti oyo ruido de papeles al otro extremo de la linea-. Si no manda nada mas, me ire a casa.

– ?Y el vicequestore? -pregunto Brunetti, sorprendido de que ella se atreviera a marcharse mas de una hora antes del termino de la jornada.

– Esta tarde no ha venido -respondio la mujer con voz neutra-. Ha dicho que almorzaba con el questore, y creo que despues iban a su despacho.

Brunetti se pregunto que se traeria entre manos su superior. Las incursiones de Patta en los circulos del poder rara vez tenian buenas consecuencias para sus subordinados. Generalmente, sus alardes de iniciativa se plasmaban en planes y directrices que se trazaban con minuciosidad e imponian con rigor y despues se abandonaban por superfluos o inoperantes.

Brunetti dio las buenas tardes a la signorina Elettra y colgo. Durante las dos horas siguientes, espero a que sonara el telefono. Finalmente, poco despues de las siete, salio de su despacho y bajo a la oficina de los agentes.

En el mostrador de guardia estaba Pucetti, con un libro delante y la barbilla apoyada en los punos.

– ?Pucetti? -dijo Brunetti al entrar.

El joven levanto la cabeza y, al ver a Brunetti, se puso en pie al instante. Brunetti observo con agrado que, por primera vez desde que trabajaba en la questura, Pucetti habia conseguido dominar el impulso de cuadrarse.

– Me voy a casa, Pucetti. Si me llama alguien, haga el favor de darle el numero de mi casa y decirle que me llame alli.

– Si, senor -dijo el joven, y esta vez si se cuadro.

– ?Que esta leyendo? -pregunto Brunetti.

– En realidad, no estoy leyendo, comisario. Estoy estudiando. Es una gramatica.

– ?Una gramatica?

– Si, senor. Rusa.

Brunetti miro la pagina. Efectivamente, estaba cubierta de caracteres cirilicos.

– ?Por que estudia ruso? -inquirio Brunetti-. Si me permite la pregunta.

– Desde luego, comisario -dijo Pucetti con una leve sonrisa-. Mi novia es rusa y me gustaria hablarle en su lengua.

– No sabia que tuviera novia, Pucetti -dijo Brunetti, pensando en los miles de prostitutas rusas que inundaban la Europa Occidental y procurando mantener la voz neutra.

– Si, senor -dijo el joven ensanchando la sonrisa.

– ?Que hace en Italia? ?Trabaja? -aventuro Brunetti.

– Ensena ruso y matematicas en el instituto de mi hermano pequeno. Alli la conoci.

– ?Cuanto hace que la conoce?

– Seis meses.

– Parece que la cosa va en serio.

Nuevamente, el joven sonrio y la dulzura de su expresion sorprendio a Brunetti.

– Creo que si, senor. Su familia vendra a Italia este verano y ella quiere que me conozcan.

– Y usted estudia -dijo Brunetti senalando el libro con la barbilla.

Pucetti se paso la mano por el pelo.

– Ella dice que a sus padres no les gusta que se case con un policia. Tanto el padre como la madre son medicos. Asi que he pensado que, si puedo decirles aunque no sea mas que unas palabras, les causare buena impresion. Ya que ellos no hablan ni aleman ni ingles, si les hablo en ruso, veran que no soy un poli tarugo.

– Buena idea. Bien, lo dejo con su gramatica.

Al dar media vuelta para marcharse, Brunetti oyo a su espalda la voz de Pucetti que decia:

– Da svidania.

Como no sabia ruso, el comisario tuvo que contentarse con decir «Buenas noches» antes de dirigirse hacia la salida. Ella ensenaba matematicas y Pucetti estudiaba ruso para congraciarse con los padres. Mientras caminaba hacia su casa, Brunetti, pensando en esto, se preguntaba si, en el fondo, el mismo no seria sino un poli tarugo.

El viernes Paola no iba a la universidad y, generalmente, dedicaba la tarde a preparar una cena especial. Toda la familia la esperaba con expectacion, y la de aquella noche no los defraudo. Paola habia traido de la carniceria que estaba detras del mercado de frutas y verduras una pierna de cordero, que habia hecho con patatitas, zucchini trifolati y zanahorias tiernas en una salsa perfumada de romero y tan dulce que Brunetti no hubiera tenido inconveniente en tomarla de postre, de no ser porque habia peras al vino blanco.

Despues de la cena, Brunetti se quedo en su sofa, como una ballena varada en la playa, con unas gotas de armanac, apenas algo mas que un soplo aromatico, en una copita minuscula.

Paola, despues de enviar a los chicos a estudiar con las consabidas amenazas, se reunio con el y, sin tanto remilgo, se sirvio un buen trago de armanac.

– Que bueno -dijo despues del primer sorbo.

Como en suenos, Brunetti dijo:

– ?Sabes quien me ha llamado hoy?

– ?Quien?

– Franco Rossi. El del Ufficio Catasto.

Ella cerro los ojos y apoyo la cabeza en el respaldo de la butaca.

– Ay, Dios, y yo que crei que ese asunto estaba enterrado y olvidado. -Y, tras una pausa-: ?Que te ha dicho?

– No llamaba por lo del apartamento.

– ?Y por que iba a llamarte si no? -Antes de que el pudiera responder-: ?Te ha llamado al despacho?

– Si, eso es lo curioso. Cuando estuvo aqui, no sabia que yo era policia. Me pregunto, es decir, vino a preguntarme lo que hacia y yo solo le dije que habia estudiado Derecho.

– ?Normalmente haces eso?

– Si. -El no dio mas explicaciones ni ella las pidio.

– ?Y lo averiguo despues?

– Eso me ha dicho. Lo supo por un conocido.

– ?Que queria?

– No lo se. Llamaba por el telefonino y como parecia que iba a decirme algo confidencial, le he sugerido que me llamara desde una cabina.

– ?Y?

– No me ha llamado.

– Habra cambiado de idea.

Brunetti se encogio de hombros en la medida en que puede encogerse de hombros un hombre que esta atiborrado de cordero y tumbado en un sofa.

– Si es algo importante, volvera a llamar -dijo ella.

– Supongo -dijo Brunetti. Penso en servirse otra pizca de armanac, pero se quedo dormido media hora. Cuando desperto, el recuerdo de Franco Rossi se habia borrado de su mente, pero el deseo de aquel sorbito de armanac antes de salir al pasillo, camino de la cama, persistia.

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