Brunetti bebio otro sorbo y suspiro.

– ?A Persia? -pregunto ella al fin.

El puso el vasito en la mesa de centro y tomo el libro que habia abandonado a la llegada del signor Rossi.

– Jenofonte -explico y abrio el tomo por la pagina marcada, para volver a aquella otra parte de su vida.

– Consiguieron salvarse, ?no?, los griegos -pregunto ella-. Y volver a su tierra.

– Aun no he llegado tan lejos -respondio Brunetti.

La voz de Paola adquirio un leve tono de impaciencia.

– Guido, desde que nos casamos, has leido a Jenofonte por lo menos dos veces. Si no sabes si consiguieron volver, es que o no prestabas atencion o tienes los primeros sintomas de Alzheimer.

– Hago ver que no se lo que pasa y asi disfruto mas -explico el. Se puso las gafas, busco el punto de lectura y empezo a leer.

Paola se quedo mirandolo un rato, se sirvio otro vasito de grappa y se lo llevo a su estudio, abandonando a su marido con los persas.

4

Como suele ocurrir en estos casos, no ocurria nada. No llegaban noticias del Ufficio Catasto ni del signor Rossi. En vista de ese silencio, y movido quiza por la supersticion, Brunetti no se puso en contacto con los amigos que hubieran podido ayudarlo a poner en claro la situacion legal de su casa. Avanzaba la primavera y, a medida que subian las temperaturas, los Brunetti pasaban mas tiempo en la terraza. El quince de abril almorzaron por primera vez al aire libre, pero a la hora de la cena desistieron porque volvia a hacer fresco para estar fuera. El dia se alargaba y, como no llegaban mas noticias acerca de la dudosa legalidad del apartamento, los Brunetti emularon a los campesinos que viven en la falda de un volcan y, en cuanto deja de temblar la tierra, vuelven a cultivar sus campos, confiando en que los dioses que gobiernan esas cosas se olviden de ellos.

Con el cambio de estacion, inundaban la ciudad mas y mas turistas que, a su vez, atraian a gran numero de gitanos. Siempre se habia atribuido a los gitanos el robo con escalo en las ciudades, pero ahora tambien se los acusaba de hurtos y delincuencia callejera, delitos que no afectaban solo a los residentes sino tambien y muy especialmente a los turistas, la principal fuente de ingresos de la ciudad, por lo que se encomendo a Brunetti la tarea de buscar el medio de controlar las tropelias. Los carteristas eran muy jovenes para ser procesados; se los detenia y conducia a la questura, donde se les pedia que se identificaran. Los pocos que llevaban documentacion resultaban ser menores, a los que se amonestaba y ponia en libertad. Muchos volvian a ser detenidos al dia siguiente y, la mayoria, antes de una semana. Dado que las unicas opciones viables que veia Brunetti eran la modificacion de las leyes sobre delincuencia juvenil o la deportacion de los delincuentes, se le hacia dificil redactar el informe.

Sentado a su escritorio, buscaba la manera de evitar obviedades, cuando sono el telefono.

– Brunetti -dijo, pasando a la tercera hoja de la lista de detenidos por hurto durante los dos ultimos meses.

– ?Comisario? -pregunto una voz de hombre.

– Si.

– Soy Franco Rossi.

Era el nombre mas corriente que podia tener un veneciano, el equivalente de «John Smith», por lo que Brunetti tardo un momento en recorrer los distintos lugares en los que podia hallar un Franco Rossi, antes de llegar al Ufficio Catasto.

– Ah, hacia tiempo que esperaba recibir noticias suyas, signor Rossi -mintio con desenvoltura. En realidad, el esperaba que el signor Rossi hubiera desaparecido de la faz de la Tierra, llevandose consigo el Ufficio Catasto y sus archivos-. ?Alguna novedad?

– ?Sobre que?

– El apartamento -dijo Brunetti, preguntandose sobre que otra cosa hubiera podido esperar noticias del signor Rossi.

– No, nada -respondio Rossi-. El informe obra en poder de la oficina, que lo esta estudiando.

– ?Puede decirme cuando sabremos algo? -pregunto Brunetti con timidez.

– No. Lo siento, no hay manera de saber cuando se pronunciaran -dijo Rossi con tono impersonal y concluyente.

Brunetti quedo momentaneamente admirado de la precision con que esas palabras describian el funcionamiento de la mayoria de las oficinas de la ciudad con las que habia tratado como policia y como ciudadano particular.

– ?Necesita mas informacion? -pregunto, manteniendo el tono cortes, consciente de que algun dia podia necesitar de la buena voluntad y hasta quiza de los buenos oficios del signor Rossi.

– Se trata de otra cosa -dijo Rossi-. Mencione su nombre a cierta persona y me dijeron donde trabajaba usted.

– ?Y en que puedo ayudarle?

– Es sobre algo de aqui, de la oficina -dijo, y rectifico-: No exactamente aqui, porque ahora no estoy en la oficina, no se si me entiende.

– ?Donde esta, signor Rossi?

– En la calle. Lo llamo por mi telefonino. No he querido llamarlo desde la oficina. -La voz de Rossi se alejo y cuando volvio decia-: por la indole de lo que tenia que decirle.

En tal caso, el signor Rossi hubiera hecho bien en no utilizar su telefonino como medio de comunicacion, tan accesible al publico como cualquier periodico.

– ?Es importante lo que tiene usted que decirme, signor Rossi?

– Si, creo que si -dijo Rossi en voz mas baja.

– Entonces vale mas que busque un telefono publico y vuelva a llamarme -propuso Brunetti.

– ?Como dice? -pregunto Rossi, alarmado.

– Que me llame desde un telefono publico, signore. Estare esperando su llamada.

– ?Quiere decir que esta llamada no es segura? -pregunto Rossi, y Brunetti percibio en su tono aquella misma angustia que lo paralizo impidiendole asomarse a la terraza del apartamento.

– Eso seria una exageracion -dijo Brunetti con un tono que trato que fuera sereno y tranquilizador-. Pero, si llama desde un telefono publico, no habra problemas, especialmente, si lo hace a mi numero directo. -Dio el numero a Rossi y luego lo repitio, mientras el joven, supuso el, lo anotaba.

– Necesito monedas o una tarjeta -dijo Rossi y, tras una pausa, a Brunetti le parecio que colgaba, pero al poco la voz volvio, y le parecio que Rossi decia-: Ahora lo llamo.

– Bien, aqui estare -empezo a decir Brunetti, pero antes de terminar oyo el chasquido del telefono.

?Que habria descubierto el signor Rossi en el Ufficio Catasto? ?Pagos efectuados para que unos planos de una minuciosidad acusadora desaparecieran de una carpeta y fueran sustituidos por otros mas ambiguos? ?Sobornos a inspectores? La idea de que eso pudiera escandalizar a un funcionario induciendolo a llamar a la policia, resultaba hilarante para Brunetti. ?En que estarian pensando los del Ufficio Catasto para contratar a semejante ingenuo?

Durante unos minutos, mientras esperaba la llamada de Rossi, Brunetti considero las ventajas que podria reportarle ayudar al signor Rossi en el asunto que hubiera descubierto. No sin cierto remordimiento -aunque muy leve-, descubrio que tenia el proposito de utilizar al signor Rossi. Haria cuanto estuviera en su mano para ayudar al joven. Dedicaria especial atencion al problema que tuviera, a fin de que el otro quedara en deuda con el. Asi, cualquier favor que pudiera pedir a cambio correria de su cuenta, no de la del padre de Paola.

Espero diez minutos, pero el telefono no sono. Al cabo de media hora, Brunetti llamo a la

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