vias existian, los venecianos prescindian de ellas. Ellos sabian que la unica forma de resolver esos problemas era la de hacer valer las
Ella, sin dejarse influir por el tono de su marido, dijo:
– Estoy segura de que el podria arreglarlo.
Brunetti, sin pararse a reflexionar, dijo:
– Ah, ?donde estan las nieves de antano? ?Que se ha hecho de los ideales del 68?
– ?Que quieres decir? -barboto Paola, alerta al instante.
El, al verla con la cabeza en alto y aquella actitud beligerante, comprendio como debia intimidar a la clase.
– Quiero decir que los dos creiamos en la politica de la izquierda, en la justicia social y en cosas tales como la igualdad de todos ante la ley.
– ?Y…?
– Y ahora, nuestro primer impulso es tomar por la calle de en medio.
– Habla claro, Guido. No digas «nuestro» primer impulso. Eso lo he propuesto yo. -Hizo una pausa y agrego-: Tus principios estan a salvo, incolumes.
– ?Y eso significa…? -pregunto el, con cierto sarcasmo, pero aun sin enojo en, la voz.
– Que los mios ya no lo estan. Durante decadas, hemos sido unos ilusos, nos hemos dejado enganar, todos nosotros, con la esperanza en una sociedad mejor y nuestra estupida fe en que este repugnante sistema politico y estos repugnantes politicos, de alguna manera, iban a transformar este pais en un paraiso gobernado por una serie interminable de reyes filosofos. -Busco con los ojos la mirada de su marido y la retuvo-. Pues bien, yo ya no lo creo, ya no. No tengo fe ni tengo esperanza.
Aunque el veia cansancio en sus ojos cuando ella decia eso, le pregunto, con aquel resentimiento que nunca habia podido reprimir:
– ?Eso significa que, cuando tienes un problema, has de correr a pedir a tu padre que te lo resuelva, con su dinero, sus amistades y todo ese poder que el lleva en el bolsillo como nosotros llevamos la calderilla?
– Lo unico que yo pretendo -empezo ella con un brusco cambio de tono, como si buscara la conciliacion antes de que fuera tarde- es ahorrarnos tiempo y energias. Si tratamos de arreglar esto con el reglamento en la mano, nos meteremos en el universo de Kafka, perderemos la paz y nos amargaremos la vida tratando de dar con los papeles correctos, para que luego un burocrata como el
– ?Y si yo te dijera que prefiero arreglar esto a mi manera, sin su ayuda? -Antes de que ella pudiera contestar, agrego-: Es nuestro apartamento, Paola, no el suyo.
– ?Arreglarlo a tu manera por la via legal o…? -Aqui su tono se suavizo mas todavia-: ?… utilizando a tus propias amistades?
Brunetti sonrio, senal inequivoca de que se habia restablecido la paz.
– Por supuesto que las utilizare.
– ?Ah! -exclamo ella sonriendo a su vez-. Eso es otra cosa. -Ensancho la sonrisa pasando a considerar las tacticas-. ?En quien has pensado? -pregunto, olvidandose de su padre.
– Esta Rallo, de la Comision de Bellas Artes.
– ?El que tiene un hijo que vende droga?
– Vendia -rectifico Brunetti.
– ?Que hiciste?
– Un favor -respondio Brunetti escuetamente.
Paola acepto la explicacion preguntando tan solo:
– ?Y que tiene que ver la Comision de Bellas Artes? ?No se construyo este piso despues de la guerra?
– Eso nos dijo Battistini. Pero la parte baja del edificio esta catalogada como monumento, por lo que podria quedar afectada por lo que se hiciera con este piso.
– Hm, hmm -convino Paola-. ?Alguien mas?
– Luego esta el primo de Vianello, el arquitecto, que trabaja en el Ayuntamiento, me parece que en la oficina que expide los permisos de obra. Dire a Vianello que le pregunte si puede averiguar algo.
Se quedaron un rato repasando viejos favores que ahora pudieran cobrarse. Era casi mediodia cuando dieron por terminada la lista de posibles aliados y la discusion sobre su utilidad. Fue entonces cuando Brunetti pregunto:
– ?Has traido los
Paola, como solia desde hacia decadas, se volvio hacia el ser invisible al que ponia por testigo de los peores desatinos de su marido, preguntando:
– ?Has oido eso? Estamos a punto de perder nuestro hogar, y el no piensa mas que en los cangrejos.
Brunetti protesto, ofendido:
– En los cangrejos y en algo mas.
– ?En que mas?
– En el
A
– ?Podriamos irnos a vivir a una casa con jardin, para que yo pudiera tener un perro? -pregunto Chiara. Al ver las caras de sus padres, rectifico-: ?O un gato?
A Raffi, mas que los animales, le interesaba un segundo cuarto de bano.
– Pues ya no volveriamos a verte. Te pasarias la vida alli metido, cultivando esa birria de bigote -dijo Chiara, en la primera alusion de la familia a la sombra que desde hacia varias semanas apuntaba bajo la nariz de su hermano mayor.
Paola intervino, asumiendo el papel de «casco azul» pacificador:
– Silencio los dos. Ya basta. No es cosa de broma.
Los chicos la miraron y entonces, como una pareja de pollos de mochuelo posados en una rama, que tratan de adivinar cual de los dos depredadores cercanos va a atacar primero, volvieron la cabeza hacia su padre:
– Ya habeis oido a mama -dijo Brunetti, senal inequivoca de que la cosa era grave.
– Fregaremos los platos -se brindo Chiara con tono apaciguador, consciente de que, de todos modos, le tocaba a ella.
Raffi aparto la silla y se levanto. Tomo el plato de su madre, el de su padre y el de Chiara, los puso encima del suyo y los llevo al fregadero. Y, lo que era mas extraordinario, abrio el grifo del agua caliente y se subio las mangas del jersey.
Paola y Brunetti, cual dos campesinos supersticiosos en presencia de un numen, huyeron a la sala de estar, pero no sin antes agarrar una botella de
Brunetti sirvio el transparente liquido y dio uno de los vasos a Paola.
– ?Que piensas hacer esta tarde? -pregunto ella, despues del primer sorbo reconfortante.
– Volver a Persia -respondio Brunetti. Se descalzo y se echo en el sofa.
– Un derroche de actividad el que ha desencadenado la visita del