– Signor conte? -insto.

Dolfin movio la cabeza negativamente con firmeza.

– Signor conte, decia usted que volvio a la casa con otra persona. ?Quiere decirme quien era?

Dolfin apoyo los codos en la mesa, bajo la cabeza y se cubrio los oidos con la palma de las manos. Cuando Brunetti empezo a hablarle otra vez, Dolfin movio violentamente la cabeza de derecha a izquierda. Furioso consigo mismo por haber empujado a Dolfin a un terreno desde el que seria imposible hacerle volver, Brunetti se puso en pie y, consciente de que no tenia alternativa, fue a llamar por telefono a la hermana del conte Dolfin.

25

La mujer contesto al telefono con un escueto «Ca Dolfin» y el sonido sorprendio a Brunetti como un solo de trompeta que no tuviera mas que notas discordantes, por lo que se quedo un momento en suspenso antes de identificarse y explicar el motivo de su llamada. Si la inquieto lo que el le decia, lo disimulo perfectamente y se limito a responder que llamaria a su abogado y pronto estarian en la questura. No hizo preguntas ni mostro curiosidad alguna ante la noticia de que su hermano estaba siendo interrogado en relacion con unos asesinatos. A juzgar por su reaccion, hubiera podido tratarse de una simple llamada de trabajo, por ejemplo, un error en un plano. Por no descender de un dux -por lo menos, que el supiera-, Brunetti ignoraba como trataban las personas de alcurnia el tema de la implicacion de la familia en un asesinato.

Brunetti no desperdicio ni un instante en tomar en consideracion la posibilidad de que la signorina Dolfin hubiera intervenido en algo tan vil como el vasto sistema por el que circulaban los sobornos hacia y desde el Ufficio Catasto, descubierto por Rossi: «Los Dolfin no hacemos las cosas por dinero.» Brunetti estaba convencido de ello. Fue Dal Carlo, con su estudiada perplejidad ante la posibilidad de que alguien del Ufficio Catasto se aviniera a aceptar un soborno, el que habia instalado la red de corrupcion descubierta por Rossi.

?Que habia hecho el infeliz de Rossi, tan ingenuo el, y tan peligrosamente integro? ?Enfrentarse a Dal Carlo con sus pruebas, amenazarlo con denunciarlo a la policia? ?Y lo habria hecho dejando abierta la puerta de aquel cancerbero con su conjunto de punto, su mono rancio y su pasion trasnochada? ?Y Cappelli? ?Le habian causado la muerte sus conversaciones telefonicas con Rossi?

Brunetti estaba seguro de que Loredana Dolfin habia aleccionado a su hermano sobre lo que debia decir si era interrogado: al fin y al cabo, ya le habia advertido que no fuera al hospital. No hubiera dicho que era una «trampa» si no hubiera sabido como habia recibido su hermano aquella delatora mordedura en el brazo. Y el, pobre desgraciado, aterrado por el peligro de infeccion, habia desoido su advertencia y caido en la trampa de Brunetti.

Dolfin habia dejado de hablar desde el momento en que empezo a usar el plural. Brunetti estaba seguro de la identidad de su acompanante, pero sabia que, en cuanto el abogado de Loredana hablara con Giovanni, se desvaneceria toda posibilidad de demostrarla.

Menos de una hora despues, sono el telefono: la signorina Dolfin y el avvocato Contarini habian llegado. Brunetti dijo que los acompanaran a su despacho.

Ella entro la primera, conducida por uno de los agentes uniformados que hacian guardia en la puerta de la questura. La seguia Contarini, orondo y sonriente, el hombre que siempre encontraba la fisura precisa para que su cliente se beneficiara de todos los tecnicismos juridicos.

Brunetti no tendio la mano a ninguno de los dos sino que dio media vuelta invitandolos a pasar con un ademan, y se parapeto detras de su mesa.

El comisario miro a la signorina Dolfin, que mantenia los pies juntos, la espalda erguida, sin rozar el respaldo de la silla y las manos enlazadas encima del bolso. Ella le devolvio la mirada pero guardo silencio. No estaba distinta de cuando el la habia visto en su oficina: competente, ajada, interesada en lo que sucedia a su alrededor, pero sin implicarse del todo.

– ?Y que es lo que cree usted haber descubierto acerca de mi cliente? -pregunto Contarini sonriendo con afabilidad.

– En el curso de un interrogatorio grabado en esta questura esta misma tarde, el ha confesado haber dado muerte a Francesco Rossi, empleado del Ufficio Catasto, donde la signorina Dolfin -inclino la cabeza en direccion a la aludida- trabaja en calidad de secretaria.

Contarini no parecia impresionado.

– ?Algo mas? -pregunto.

– Tambien ha dicho que posteriormente volvio al mismo lugar en compania de un hombre llamado Gino Zecchini y, juntos, borraron las huellas del crimen. Tambien, que Zecchino trato de hacerle chantaje. -Hasta este momento, sus palabras no parecian despertar interes alguno en las dos personas sentadas frente a el-. Despues Zecchino fue hallado muerto en el mismo edificio, juntamente con una joven que aun no ha sido identificada.

Cuando considero que Brunetti habia terminado, Contarini se puso la cartera en las rodillas y la abrio. Empezo a revolver papeles y a Brunetti se le erizo el vello de los brazos por la forma en que sus movimientos de afectada actividad le recordaban los de Rossi. Contarini lanzo un ligero resoplido de satisfaccion al encontrar el papel que buscaba, lo saco y lo puso delante de Brunetti.

– Como puede ver, comisario -dijo senalando el sello estampado en la parte superior de la hoja, pero sin soltarla-, es un certificado del Ministerio de Sanidad, fechado hace mas de diez anos. -Acerco la silla a la mesa. Cuando estuvo seguro de que Brunetti tenia la atencion fija en el papel, prosiguio-: En el se hace constar que Giovanni Dolfin es… -aqui hizo una pausa y obsequio a Brunetti con otra sonrisa: el tiburon que se dispone a entrar en faena. Aunque el texto estaba invertido, empezo a leer lentamente-: «… una persona con necesidades especiales que debera tener preferencia en la obtencion de empleo y en ningun caso sera objeto de discriminacion por incapacidad para realizar tareas que excedan de sus posibilidades.» -Deslizo el dedo por el papel hasta senalar el ultimo parrafo, que tambien leyo-: «El citado Giovanni Dolfin no se halla en posesion de sus plenas facultades mentales, por lo que no debera aplicarsele el pleno rigor de la ley.»

Contarini solto el papel y lo dejo caer suavemente sobre la mesa. Sin dejar de sonreir, dijo:

– Es una copia. Para su archivo. Supongo que no es la primera vez que ve un documento de esa clase, ?verdad, comisario?

La familia de Brunetti eran grandes aficionados al juego del Monopoly; esa era, en la vida real, la tarjeta de «Salga de la Carcel».

Contarini cerro la cartera y se puso en pie.

– Ahora, si es posible, me gustaria hablar con mi cliente.

– Desde luego -dijo Brunetti extendiendo la mano hacia el telefono.

Los tres permanecieron en silencio hasta que Pucetti llamo a la puerta.

– Agente Pucetti -dijo Brunetti, agradecido al observar que el joven agente jadeaba por haber subido la escalera corriendo en respuesta a su llamada-, acompane al avvocato Contarini a la sala siete, para que hable con su cliente, por favor.

Pucetti gruno un saludo. Contarini se levanto y miro interrogativamente a la signorina Dolfin, que denego con un movimiento de la cabeza y permanecio sentada. El abogado dijo unas frases de cortesia y salio del despacho con la sonrisa fija en los labios.

Brunetti, que se habia levantado para despedir a Contarini, se sento y miro a la signorina Dolfin. No dijo nada.

Pasaron varios minutos hasta que, finalmente, ella dijo, con voz perfectamente natural.

– No podran hacerle nada. El Estado lo protege.

Brunetti estaba decidido a guardar silencio. Sentia curiosidad por ver como respondia ella a aquella tactica. El

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