la carpeta en la mesa de al lado de la cama, apago la luz, rodeo con el brazo el hombro de Paola y le dio un beso en la nuca. Aun estaba salada. Se durmio enseguida.

Cuando Brunetti llego a la questura de Mestre a la manana siguiente encontro al sargento Gallo en su despacho, con otra carpeta azul en la mano. Brunetti se sento, el policia le paso la carpeta y Brunetti vio por primera vez la cara del hombre asesinado. En la parte de arriba estaba el retrato hecho por el dibujante y, debajo, las fotos de la cara destrozada que habian servido al artista para su reconstruccion.

Imposible calcular el numero de golpes que habia recibido. Tal como Gallo habia dicho la noche antes, la nariz habia desaparecido, literalmente incrustada en la cabeza por un golpe brutal. Un pomulo estaba hundido y en su lugar habia un profundo surco. Las fotos de la parte posterior de la cabeza mostraban una violencia similar, pero estos eran golpes que, mas que desfigurar, mataban.

Brunetti cerro la carpeta y la devolvio a Gallo.

– ?Han hecho copias del retrato?

– Si, senor, tenemos un buen monton, pero no nos han entregado el retrato hasta hace media hora, y los hombres aun no lo han sacado a la calle.

– ?Y las huellas dactilares?

– Sacamos una serie y las enviamos a Roma y a la Interpol de Ginebra; pero ya sabe usted como es esa gente.

Brunetti sabia que Roma podia tardar varias semanas en analizar unas huellas. Generalmente, la Interpol era un poco mas rapida.

Brunetti golpeo la carpeta con el indice.

– La cara esta muy machacada, ?verdad?

Gallo asintio, pero no dijo nada. En el pasado habia tratado con el vicequestore Patta, aunque solo por telefono, y desconfiaba de todo el que viniera de Venecia.

– Casi como si hubieran querido dejarlo irreconocible -prosiguio Brunetti.

Gallo le lanzo una rapida mirada frunciendo sus espesas cejas y volvio a mover la cabeza afirmativamente.

– ?Usted conoce a alguien en Roma que pudiera acelerar la investigacion? -pregunto Brunetti.

– Si, senor, ya he intentado hablar con el, pero esta de vacaciones. ?Y usted?

Brunetti movio la cabeza negativamente.

– Al que yo conocia lo trasladaron a Bruselas. Trabaja para la Interpol.

– Pues habra que esperar, imagino -dijo Gallo, dando a entender por el tono que no le gustaba la perspectiva.

– ?Donde esta?

– ?El muerto?

– Si.

– En el deposito del Umberto Primo. ?Por que?

– Me gustaria verlo.

Si a Gallo le parecio sorprendente esta peticion, no lo demostro.

– El conductor lo llevara.

– ?Esta lejos?

– No, unos minutos -respondio Gallo-. Quiza, con el trafico de primera hora de la manana, un poco mas.

Brunetti se pregunto si aquella gente iria andando a alguna parte, pero entonces recordo el calor tropical que envolvia toda la zona del Veneto como un sudario. Quiza fuera conveniente ir en coche climatizado de uno a otro edificio climatizado, pero dudaba mucho de que el llegara a acostumbrarse al sistema. Reservandose el comentario, bajo y dijo a su conductor -ahora ya le parecia su conductor y el coche, su coche- que lo llevara al Hospital Umberto Primo, el mayor de los muchos hospitales de Mestre.

En el deposito encontro al empleado sentado ante un escritorio bajo, con un ejemplar del Gazzettino abierto ante si. Brunetti le mostro su carnet de policia y dijo que queria ver al hombre asesinado que habia sido encontrado la vispera en un descampado.

El empleado, un hombre bajo, con un abdomen voluminoso y piernas arqueadas, doblo el periodico y se levanto.

– Ah, ese. Esta al otro lado, comisario. No ha venido a verlo nadie mas que el dibujante, y solo queria mirarle el pelo y los ojos. No habian salido bien en las fotos; demasiado flash. Le echo un vistazo y le levanto un parpado para ver el color de los ojos. Yo diria que le impresiono ver como estaba, pero, ?caray!, hubiera tenido que verlo antes de la autopsia, con todo ese maquillaje mezclado con la sangre. Lo que costo limpiarlo. Parecia un payaso. Tenia pintura de ojos por toda la cara, bueno, por lo que quedaba de ella. Lo que cuesta limpiarla. Las mujeres deben de tardar un siglo en quitarsela, ?no cree?

Mientra hablaba, el hombre precedia a Brunetti por la fria sala, y de vez en cuando se paraba y se volvia a mirarlo. Por fin se detuvo delante de una de las puertas metalicas que formaban las paredes, se agacho, hizo girar una empunadura metalica y extrajo la gaveta baja en la que descansaba el cadaver.

– ?Le va bien asi, comisario, o quiere que lo levante? Es solo un momento.

– No hace falta, ahi esta bien -dijo Brunetti mirando hacia abajo.

Sin esperar la orden, el empleado levanto el extremo de la sabana que cubria la cara y miro a Brunetti, inquiriendo si debia seguir destapando. Brunetti asintio, y el hombre retiro la sabana y la doblo rapidamente formando un pulcro rectangulo.

Aunque Brunetti habia visto las fotos, no estaba preparado para lo que aparecio ante sus ojos. El forense solo practicaba la exploracion, no se preocupaba de la restauracion; si aparecia la familia, que pagaran ellos a alguien, si querian, para que se encargara de eso.

No se habia intentado recomponer la nariz, y Brunetti contemplaba una superficie concava, con cuatro muescas, como una cara modelada en arcilla por un nino torpe que le hubiera hecho un agujero por nariz. Sin la nariz, era imposible reconocer en la cara una expresion humana.

El comisario examino el cuerpo, en busca de un indicio de edad o condicion fisica. Brunetti se oyo a si mismo dar un ligero respingo de sorpresa al advertir que aquel cuerpo se parecia al suyo de un modo inquietante: la misma complexion, un poco de grasa en la cintura y la cicatriz de una operacion de apendicitis en la infancia. La unica diferencia era la tersura de la piel. Se inclino para mirar el pecho, brutalmente seccionado por la larga incision de la autopsia. En lugar del vello grueso y canoso que crecia en su propio pecho, observo un fino rastrojo.

– ?El forense le afeito el pecho antes de la autopsia? -pregunto Brunetti.

– No, senor. No era cirugia cardiaca sino una autopsia lo que habia que hacer.

– Pues tiene el pecho afeitado.

– Y las piernas.

Brunetti lo comprobo.

– ?Hizo el forense alguna observacion al respecto?

– Mientras trabajaba, no, senor. Quiza pusiera algo en el informe. ?Es suficiente?

Brunetti asintio y dio un paso atras. El empleado desdoblo la sabana sacudiendola como si fuera un mantel y la dejo caer sobre el cuerpo perfectamente centrada. Deslizo la gaveta hacia el interior, cerro la puerta y dio la vuelta a la empunadura.

Cuando volvian al escritorio, el empleado dijo:

– Quienquiera que fuese, no se merecia eso. Dicen que hacia la calle vestido de mujer. No creo que ese infeliz consiguiera enganar a nadie. Desde luego, no tenia ni la mas remota idea de como hay que maquillarse. Por lo menos, por lo que pude ver cuando lo trajeron.

Durante un momento, a Brunetti le parecio que aquel hombre hablaba con sarcasmo, pero enseguida, por el tono de su voz, comprendio que lo decia en serio.

– ?Usted es el que va a tratar de averiguar quien lo mato?

– Asi es.

– Espero que lo consiga. Yo, supongo, podria llegar a comprender que alguien quiera matar a una persona, pero no de ese modo. -Se paro y levanto la cabeza para mirar a Brunetti inquisitivamente-. ?Lo comprende usted, comisario?

– No; no lo comprendo.

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