pregunta.

– No quise importunarla en los primeros momentos, signora. -Como ella no respondia, agrego-: Lo siento.

– ?Tiene usted hijos? -lo sorprendio ella.

– ?De que edad?

– Una hija… -empezo el, y luego, rapidamente-: Y un hijo de la misma edad que el suyo.

– No ha empezado por ahi -dijo ella, como si la sorprendiera que el hubiera prescindido de ese recurso emocional.

A Brunetti no se le ocurria que responder, y dijo:

– ?Puedo ir a hablar con usted, signora?

– Puede venir cuando quiera -dijo la mujer, y el tuvo una vision de dias, meses y anos, toda una vida que se extendia ante ella.

– ?Ahora?

– Dara lo mismo, ?no? -pregunto ella. Era una demanda de informacion real, no una pose sarcastica ni autocompasiva.

– Tardare unos veinte minutos.

– Aqui estare -respondio la mujer.

El habia localizado la direccion en el plano y sabia como llegar. Hubiera podido tomar el barco hacia San Marco, pero prefirio ir andando por la Riva y cortar por la Piazza frente al Museo Correr. Se metio por Frezzerie y torcio por la primera calle de la izquierda. Era la segunda puerta a mano derecha, el timbre de arriba. Oprimio el pulsador, la puerta se abrio sin que nadie preguntara y el entro.

El vestibulo era humedo y oscuro, a pesar de que por alli cerca no habia ningun canal. Subio al tercer piso y, frente a si, encontro una puerta abierta. Se paro en el umbral, grito: «?Signara Moro?», y al oir una voz en el interior, entro y cerro la puerta. Por un estrecho pasillo, cubierto por una alfombra barata hecha a maquina, Brunetti fue hacia el lugar de donde llegaba la luz.

A su derecha habia una puerta abierta y el entro. En el otro extremo de la habitacion, vio a una mujer sentada en una butaca. A su espalda habia dos ventanas con cortinas por las que se filtraba la luz. Olia a humo de cigarrillo y, segun le parecio, a bolas de naftalina.

– ?Comisario? -pregunto ella alzando la cara para mirar en direccion a el.

– Si, senora. Gracias por recibirme.

Ella desestimo sus palabras con un ademan de la mano derecha, que luego se llevo a los labios con el cigarrillo e inhalo profundamente.

– Ahi tiene una silla -dijo expulsando el humo y senalando una silla con asiento de rejilla que estaba arrimada a la pared.

El la situo frente a la mujer, pero no muy cerca y un poco hacia un lado. Se sento y espero a que ella dijera algo. Para no parecer indiscreto, fijo la atencion en las ventanas por las que se veia, al otro lado de la estrecha calle, las ventanas de otra casa. Poca era la luz que podia entrar por alli. Entonces la miro e, incluso en aquella extrana penumbra, pudo reconocer a la mujer de la foto. Parecia haberse sometido a una dieta intensiva que le hubiera chupado la carne de la cara y afilado la mandibula de tal manera que parecia estar a punto de cortarle la piel. El mismo proceso habia reducido su cuerpo a la estructura esencial de hombros, brazos y piernas, contenida en un grueso jersey y un pantalon oscuro que acentuaban la impresion de fragilidad.

Se hizo evidente que ella no pensaba hablar, que iba a permanecer alli sentada en su compania, fumando.

– Tengo que hacerle unas preguntas, ?ignora -empezo Brunetti, que entonces exploto en un subito acceso de tos nerviosa.

– ?Es el cigarrillo? -pregunto ella, volviendose hacia la mesa de su derecha, como si fuera a apagarlo.

El alzo una mano con gesto tranquilizador.

– En absoluto -jadeo, pero volvio a acometerle la tos.

La mujer aplasto el cigarrillo y se puso en pie. El fue a levantarse, sacudido por la tos, pero ella lo detuvo con un ademan y salio de la habitacion. Brunetti se sento y siguio tosiendo con ojos llorosos. Ella regreso al cabo de un momento y le ofrecio un vaso de agua.

– Beba despacio -fe dijo-. A sorbitos.

Temblando del esfuerzo por dominarse, el tomo el vaso moviendo la cabeza de arriba abajo en senal de agradecimiento y se lo llevo a los labios. Espero a que remitieran los espasmos y bebio un pequeno sorbo, despues otro y otro hasta que el vaso estuvo vacio y el pudo volver a respirar sosegadamente. De vez en cuando, una convulsion le sacudia el pecho, pero lo peor habia pasado. El se inclino y puso el vaso en el suelo.

– Gracias -dijo.

– De nada -respondio ella volviendo a sentarse en la butaca. Brunetti observo que, instintivamente, la mujer alargaba la mano hacia la derecha, en busca del paquete de cigarrillos que estaba en la mesa, y luego la bajaba al regazo.

Ella lo miro y pregunto:

– ?Nervios?

– Me parece que si -sonrio e!-. Aunque quiza no deberia decirlo.

– ?Por que no? -pregunto ella con interes.

– Porque soy policia, y se supone que no debemos dar senales de debilidad ni de nerviosismo.

– Es ridiculo, ?verdad?

Brunetti asintio y entonces recordo que ella era psicologa.

El carraspeo y pregunto:

– ?Podemos empezar de nuevo, signora?

La sonrisa de ella fue minima, el espectro de la que tenia en la foto que todavia estaba en la mesa del despacho.

– Imagino que no hay mas remedio. ?Que es lo que desea saber?

– Me gustaria preguntarle por su accidente, signora.

La sorpresa de la mujer era patente, y el comprendia la razon. Su hijo acababa de morir en circunstancias que aun no estaban oficialmente determinadas, y el comisario le preguntaba por algo que habia ocurrido hacia mas de dos anos.

– ?Se refiere a lo de Siena? -dijo al fin.

– Si.

– ?Por que quiere hablar ahora de aquello?

– Porque parece ser que entonces nadie sintio curiosidad.

Ella ladeo la cabeza mientras reflexionaba sobre su respuesta.

– Ya entiendo -dijo al fin, y agrego-: ?Tendrian que haberla sentido?

– Eso es lo que espero averiguar, signora.

Se hizo el silencio. Brunetti no podia sino confiar en que ella se decidiera al fin a hablar de lo ocurrido. En el intervalo, ella miro dos veces al paquete de cigarrillos, y la segunda el estuvo tentado de decirle que por el podia fumar, pero no se lo dijo. Durante aquellos minutos de silencio, el examino los pocos objetos que podia ver en la habitacion: la butaca, la mesa, las cortinas de la ventana. Todo tenia un aire muy distinto de la funcional opulencia que habia observado en casa de Moro. Aqui no se apreciaba preocupacion por armonizar estilos ni otro objetivo que el de cubrir las necesidades mas elementales.

– Yo llegue a casa de nuestros amigos el viernes por h manana -dijo ella, sorprendiendolo al decidirse a hablar por fin-. Fernando tenia que llegar en el ultimo tren, a eso de las diez de la noche. Hacia buen dia; estabamos a finales de otono, pero la temperatura era suave. Por la tarde, sali a dar un paseo. Estaba a medio kilometro de la casa cuando oi un estruendo, me sono como una bomba y entonces senti dolor en la pierna y me cai. No fue como si alguien me hubiera empujado: sencillamente, me cai.

Lo miro como si quisiera averiguar si realmente aquellas cosas podian tener algun interes para el. Brunetti asintio y ella prosiguio:

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