– ?Significa eso que te matan los hospitales? -pregunto el buscando la ironia.

– Es algo que ocurre con frecuencia, comisario -dijo ella haciendo alarde de paciencia-. No se como clasifican exactamente esas muertes, pero no se consideran accidentes de trafico.

A Brunetti ni se le ocurrio dudar de sus palabras. Pero la idea le recordo el informe que tenian que preparar.

– ?Le parece que nosotros podriamos utilizar esa tecnica?

– ?Quiere decir que si la victima de un asesinato tarda una semana en morir ya no ha sido asesinada? - pregunto ella-. ?O que si un robo se denuncia cuando ya ha pasado una semana, no se ha robado nada? -El asintio, y la signorina Elettra se concentro en el estudio de esta posibilidad. Finalmente, respondio-: Estoy segura de que el vicequestore estaria encantado, pero mucho me temo que hubiera dificultades si se nos interrogaba al respecto.

El ahuyento de su mente esas quimeras matematicas para volver a la triste realidad del informe que tenian que confeccionar.

– ?Cree que podemos conseguir que el informe refleje los resultados que el desea?

Ella respondio con seriedad:

– Creo que no sera dificil darle lo que desea. No tenemos mas que manejar con cautela las cifras de los delitos.

– ?Que significa eso?

– Que solo contemos los delitos en los que la gente haya venido aqui o haya ido a los carabinieri a formular una denuncia formal por escrito.

– ?Y que conseguiremos con eso?

– Ya se lo he dicho, comisario. La gente no se molesta en venir a denunciar que le han robado la cartera o le han entrado en el piso. Asi que, aunque llamen por telefono, si no vienen, el delito no ha sido denunciado. -Ella callo un momento, para permitir a Brunetti, que sabia lo jesuiticos que podian ser sus razonamientos, prepararse para la conclusion que se disponia a sacar de todo esto-: Y, si no hay denuncia oficial, lo que, en cierto modo, significa que el hecho no ha ocurrido, no veo por que hemos de incluirlo en nuestros calculos.

– ?Que porcentaje estima que la gente no denuncia? -pregunto el.

– Eso no hay manera de saberlo, comisario -dijo ella-. Al fin y al cabo, filosoficamente es imposible demostrar un negativo. -Hizo otra pausa y agrego-: Yo diria que un poco mas de la mitad.

– ?Los que se denuncian o los que no?

– Los que no.

Esta vez fue Brunetti el que marco una pausa.

– Pues hemos tenido suerte, ?verdad?

– Desde luego -convino ella, y pregunto-: ?Quiere que me encargue yo, comisario? Lo quiere para la prensa, y a ellos les gustaria poder decir que Venecia es una isla feliz, practicamente limpia de delincuencia. De modo que no es probable que pongan mis calculos en tela de juicio.

– Pero lo es, ?verdad?

– ?Que? ?Una isla feliz?

– Si.

– En comparacion con el resto del pais, creo que si.

– ?Por cuanto tiempo cree que seguira siendolo?

La signorina Elettra se encogio de hombros. Cuando Brunetti ya daba media vuelta para marcharse, ella abrio el cajon de su mesa y saco varias hojas de papel.

– No se me olvido lo del dottor Moro, comisario -dijo entregandoselas.

El le dio las gracias y salio del despacho. Mientras subia la escalera, descubrio en aquellos papeles la causa de la relacion de Patta con el doctor Fernando Moro. No tenia nada de insolito: la madre de la signara Patta era paciente de Moro desde que ese habia vuelto a ejercer la medicina. La signorina Elettra no habia conseguido copia del historial medico, pero habia anotado las fechas de las visitas: veintisiete en total, durante los dos ultimos anos. La signorina Elettra habia escrito al pie, de su puno y letra: «Cancer de mama.» Brunetti observo que la ultima visita habia tenido lugar hacia poco mas de dos meses.

Al igual que todos los jefes, el vicequestore Patta era objeto de especulacion entre sus subalternos. Habitual-mente, el motivo de sus obras y omisiones era evidente: el poder, la conservacion del poder y el aumento del poder. Ahora bien, en ocasiones habia mostrado una gran debilidad, una debilidad que habia frenado su carrera por el poder: la defensa de su familia. Brunetti, que miraba a Patta con suspicacia y a menudo no tenia sino desprecio para sus motivos, veia esta debilidad con respeto.

El comisario reconocia que el decoro exigia esperar por lo menos dos dias antes de tratar de ponerse en contacto con los padres del chico. El plazo habia pasado, y aquella manana llego a la questura con el proposito de hablar con uno de ellos o con los dos. En el numero particular del dottor Moro se conecto el contestador. Lo mismo ocurrio en el del consultorio, que decia que, hasta nuevo aviso, los pacientes serian atendidos por el doctor D. Biasi, del que a continuacion daba el numero de telefono y las horas de visita. Brunetti volvio a marcar el numero del domicilio y dejo su nombre y el numero de su linea directa en la questura, con el ruego de que el medico le llamara.

Quedaba la madre. La signorina Elettra daba una sucinta biografia. Era veneciana, al igual que su marido. Se habian conocido cuando cursaban estudios en el liceo, desde el que ambos habian pasado a la Universidad de Padua, donde Moro opto por Medicina, y Federica, por Psicologia Pediatrica. Se casaron cuando ella termino la carrera, pero no regresaron a Venecia hasta que a Moro le ofrecieron una plaza en el Ospedale Civile. Ella abrio entonces un consultorio particular en la ciudad.

Su separacion, que tuvo lugar con una precipitacion sospechosa, despues del accidente, fue una sorpresa para sus amistades. No se habian divorciado y a ninguno de los dos se le habia relacionado con otra persona. Al parecer, toda comunicacion entre ellos tenia lugar a traves de sus abogados.

La signorina Elettra habia prendido con un clip al exterior de la carpeta el articulo que habia publicado La Nuova sobre la muerte de Ernesto. Brunetti no quiso leerlo, pero si leyo el epigrafe de la foto de la familia «en tiempos mas felices».

La sonrisa de Federica Moro era el centro de la foto. Ella rodeaba con el brazo derecho la espalda de su marido y apoyaba la cabeza en su pecho mientras con la otra mano revolvia el pelo de su hijo. Estaban en una playa, en shorts y camiseta, bronceados y pletoricos de salud y alegria. Al fondo, a la derecha del padre, se veia la cabeza de un nadador. La foto debia de tener varios anos, porque Ernesto era todavia un nino. Federica no miraba a la camara y los otros dos la miraban a ella. Ernesto, con vivacidad y orgullo, ?y quien no habia de estar orgulloso de una madre tan atractiva? La mirada de Fernando era mas serena, pero no menos orgullosa.

Uno de ellos, penso Brunetti, debia de haber tenido una ocurrencia graciosa, o quiza les hizo reir algo que habian visto en la playa. O una payasada del fotografo. A Brunetti le llamo la atencion que, de los tres, Federica fuera la que tenia el pelo mas corto: solo unos centimetros, como un chico. Aquel corte de pelo masculino contrastaba con su figura exuberante y la espontanea ternura con que abrazaba a su marido.

?Quien podia atreverse a publicar una foto semejante y quien podia haberla dado al periodico, sabiendo como seria utilizada? Brunetti desprendio el recorte y lo metio en la carpeta. Encima estaba anotado el mismo numero que le habia dado la signara Ferro. El lo marco, olvidando la indicacion de dejarlo sonar una vez y volver a marcar.

Una voz femenina contesto a la cuarta senal diciendo solo:

– ?Si?

– ?La signara Moro? -pregunto Brunetti.

– Si.

– Comisario Guido Brunetti, signara. De la policia. Le estaria muy agradecido si pudiera dedicar unos minutos a hablar conmigo. -Callo un momento, esperando la respuesta y agrego-: De su hijo.

– Ah -dijo la mujer. Y nada mas, durante mucho rato.

– ?Por que ha esperado hasta ahora? -dijo ella al fin, y el intuyo que la enojaba tener que hacer esta

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