– Un mal dia.
– ?Que ha sido?
– Un suicidio que quiza no lo sea.
– ?Quien?
– Un muchacho.
– ?Cuantos anos?
– Diecisiete.
El hecho en si y el genero y la edad del muerto inmovilizaron a Paola. Aspiro profundamente, agito la cabeza, como para expulsar un amago de supersticion y le puso la mano en el brazo.
– Cuenta.
Por una razon que no comprendia, quiza tambien por supersticion, Brunetti no queria tener que mirar a Paola mientras le hablaba de Ernesto Moro, de modo que se ocupo en bajar dos copas y sacar del frigorifico una botella de tocai. Destapo la botella con movimientos deliberadamente lentos, para que la operacion le durase tanto como la explicacion que tenia que dar.
– Estudiaba en San Martino. Nos llamaron esta manana, y cuando llegamos lo encontramos colgado en la ducha. Es decir, Vianello lo encontro.
Sirvio las copas y ofrecio una a Paola, que sin mirarla pregunto:
– ?Quien era?
– El hijo de Fernando Moro.
– ?El
– Si -dijo Brunetti, poniendole la copa en la mano,'sin soltarla hasta que ella la tomo.
– ?El ya lo sabe?
Brunetti se volvio de espaldas a ella, dejo la copa y, a modo de distraccion, abrio el frigorifico, en busca de algo que comer.
– Si -respondio aun sin mirarla.
Ella no dijo nada mientras el revolvia en la nevera y sacaba un bote de plastico con aceitunas, que abrio y dejo en la encimera. Nada mas verlas, oscuras y gordas, en el liquido amarillento, dejaron de apetecerle y volvio a tomar la copa. Ahora, sintiendo la atencion de Paola, la miro.
– ?Has tenido que decirselo tu?
– Ha llegado mientras yo estaba con el cadaver. Despues he ido a su casa a hablar con el.
– ?Hoy? -pregunto ella sin poder disimular el asombro, o quiza el horror.
– No he estado mucho rato -respondio el, y aun no habia terminado de hablar cuando ya le pesaba haberlo dicho.
Paola le lanzo una rapida mirada, pero lo que vio en su cara la hizo desistir de todo comentario.
– ?Y la madre? -pregunto.
– No se donde esta. Me han dicho que la encontraria aqui, en la ciudad, pero no he podido llamarla.
Quiza su manera de decir «no he podido» hizo que Paola renunciara tambien a indagar en la razon, aunque si pregunto:
– ?Que te hace pensar que no ha sido suicidio?
– El habito -aventuro el.
– ?Habito de la duda?
– Puedes llamarlo asi -dijo Brunetti y finalmente se permitio un sorbo de vino. Lo sintio fresco y acido en la lengua y, aunque no lo reconforto, sirvio para recordarle que en el mundo existian cosas reconfortantes.
– ?Quieres que hablemos de ello? -pregunto Paola, tomando su primer sorbo de vino.
– Luego, quiza. Despues de cenar.
Ella asintio, bebio otro sorbo y dejo la copa.
– Ahora podrias ir a leer un rato mientras pongo la mesa. Los chicos ya no tardaran -agrego, y los dos repararon en que la palabra «chicos», dicha con aquella naturalidad, significaba que, por lo menos para ellos, las cosas seguian lo mismo, que su familia estaba indemne. Como el caballo que hace un quiebro para sortear un agujero que se abre de pronto ante sus manos, su voz cambio de tono al decir, con forzada animacion-: Y, en cuanto lleguen, cenamos.
Brunetti se fue a la sala. Dejo la copa en la mesa, se sento en el sofa y se acerco el libro. Era la biografia del emperador Alejo escrita por Anna Conmena, su hija. Media hora despues, cuando Chiara fue a decir a su padre que la cena estaba lista, lo encontro sentado en el sofa, con el libro, abierto y olvidado, en las rodillas, y la mirada fija en los tejados de la ciudad.
10
Brunetti confiaba en que, despues de hablar a Paola de la muerte del muchacho, se mitigaria el horror que sentia, pero no fue asi. En la cama, con su mujer acurrucada a su lado, seguia relatando los sucesos del dia, consciente de lo incongruente del tema con la hora y el lugar. Cuando acabo de hablar, sin haber omitido de su relato la angustia que le habia impulsado a escapar del despacho sin tratar de ponerse en contacto con la
– ?Durante cuanto tiempo mas vas a poder seguir haciendo esto, Guido? -pregunto.
El la miro un momento, al palido resplandor de la ?una, y enseguida volvio a contemplar la pared de enfrente, donde el espejo recogia la luz que reflejaban las baldosas de la terraza.
Ella dejo pasar un tiempo antes de apremiarle con un:
– ?Que dices?
– No lo se -respondio el-. No podre pensar en eso hasta que esto acabe.
– ?Si se falla que ha sido suicidio, no habra acabado ya?
– No me refiero a que acabe asi -dijo el despectivamente-. Quiero decir hasta que termine de verdad.
–
– Supongo que si -admitio el.
– ?Y eso cuando sera?
El cansancio acumulado durante el dia lo envolvia casi como acunandolo. Se le cerraban los ojos y se rindio al abrazo. La habitacion empezo a alejarse y se sintio arrastrado hacia el sueno. De pronto, los hechos que afectaban a la familia Moro se le aparecieron como un triangulo trazado por la coincidencia, y susurro:
– Cuando desaparezcan las lineas.
A la manana siguiente, se desperto en el olvido. El espejo le lanzaba el sol a la cara. Durante los primeros momentos, no recordo ?os sucesos del dia anterior. Se movio un poco hacia la derecha, y noto ia ausencia de Paola; volvio la cabeza hacia la izquierda y vio el campanario de San Polo, iluminado por un sol potente que revelaba hasta la masa del cemento que unia los ladrillos. Una paloma planeo sobre los aleros situados bajo el tejado de la torre, aleteo para reducir la velocidad y se poso suavemente. El ave dio dos vueltas sobre si misma, ahueco las plumas y metio la cabeza debajo de un ala.
Nada de lo que habia hecho la paloma recordaba los sucesos del dia anterior, pero, cuando la cabeza del animal desaparecio debajo del ala, Brunetti tuvo una clara vision de la cara de Ernesto Moro en el momento en que Vianello la cubria con la punta de la capa.
Brunetti se levanto de la cama y, rehuyendo el espejo, se fue al cuarto de bano a ducharse. Mientras se afeitaba, no tenia mas remedio que afrontar su propia mirada, y en la cara que veia ante si habia aquel cansancio y aquella desesperanza que habia visto en la de todos los padres afligidos con los que habia tenido que hablar. ?Como explicar la muerte de un hijo o, aunque pudiera explicarse, que palabras podrian contener la avalancha de dolor que desataba la noticia?
Paola y los chicos ya se habian marchado hacia rato, y Brunetti se alegro de poder tomar el cafe en una