– Menos mal que tiene usted fe en el. Probablemente el necesite eso mas que la mayoria. Y no hay nadie mas que apueste por el, ?verdad que no?

– Escucheme -dijo ella mirando a Sejer-. No estoy del todo segura. No soporto la arrogancia de los que se creen seguros de todo. No obstante, considero mi obligacion creer en su inocencia. Antes o despues, tendre que contestarle a esa pregunta cuando el este sentado en el sofa donde esta usted ahora y me pregunte: ?Tu crees que he sido yo?

La doctora Struel tendria cuarenta y tantos anos. Era rubia y angulosa, con el pelo muy corto y un flequillo muy largo. Su cara resultaba sorprendentemente femenina en comparacion con su cuerpo fuerte, y tenia las mejillas redondas y cubiertas de un vello muy rubio que brillaba a la luz de ese sol que entraba sin piedad por la ventana. Llevaba vaqueros y una blusa blanca, y en las axilas se le veian manchas humedas de sudor. Se aparto el pelo de la cara con una mano, pero el largo flequillo volvio a caerle en el rostro como una ola rubia.

Sejer se enderezo en el sofa.

– Me gustaria ver la habitacion de Errki.

– Esta en la planta baja. Se la ensenare. Pero, digame… ?de que forma la mataron?

– Fue golpeada con una azada.

Ella hizo una mueca.

– No parece propio de Errki ni de su naturaleza tan retraida.

– Eso lo diria cualquiera que creyera en el y se sintiera responsable de sus actos.

Sejer se levanto y se seco el sudor de la frente.

– Perdoneme, pero estoy sentado justo al sol. ?Puedo cambiarme de sitio?

Ella asintio con la cabeza, y Sejer se sento en una silla que habia junto al escritorio.

En ese momento descubrio el sapo. Estaba al acecho, tras un monton de papeles. Era grande y gordo, pardo por la parte de arriba y mas claro por la de abajo. No se movia, claro, porque no era de verdad, pero no le habria extranado nada que de repente hubiera dado un salto, de lo real que parecia. Lo levanto con curiosidad. La doctora lo siguio con la mirada y sonrio cuando Sejer lo cogio. El sapo estaba frio a pesar del calor de la habitacion. Lo apreto con cuidado y entonces lo entendio. Por dentro tenia una sustancia gelatinosa que hacia que pudiera adquirir distintas formas. Apreto y empujo todo el contenido del cuerpo a las delgadas patas. Entonces se quedo completamente deformado y parecia un engendro. Siguio apretando y noto como el animal se le iba calentando entre las manos.

Los ojos del sapo lo miraron. Eran de color verde palido, con una raya negra. La espalda era rugosa e irregular, pero la superficie de debajo estaba mas lisa. Le dio por apretarlo en la parte baja, empujando asi todo el contenido hasta la parte superior. Ahora parecia muy atletico, con los hombros anchos y el pecho hinchado.

Luego probo otra variante. Desplazo el contenido de la parte de arriba de la tripa hacia el estomago de modo que la cabeza le quedo colgando hacia un lado, como un pellejo. Lo dejo en la mesa y la gelatina no volvio a su sitio, como habia pensado. Volvio a cogerlo y lo apreto como pudo para que volviera a su forma inicial. Cuando logro que de nuevo pareciera un sapo, lo dejo por fin en su sitio.

– Divertido -dijo Sejer en voz baja.

– Util -senalo la doctora Struel, acariciando la espalda del sapo con un dedo.

– ?Para que sirve?

– Para tocarlo, como acaba de hacer. Y su manera de tocarlo me dice algo sobre quien es usted.

– No me lo creo -dijo, negando con la cabeza.

Ella sonrio, casi maternal.

– Si, si, sin duda. Me dice algo de como cada persona se aproxima a las cosas. Por ejemplo, usted.

Sejer escuchaba lleno de dudas, pero a la vez atraido por la voz de la mujer.

– Lo levanto con mucho cuidado, y se lo penso un instante antes de empezar a apretar. Cuando se dio cuenta de que podia cambiar su forma, quiso probarlas todas, una por una. Muchos lo encuentran asqueroso, pero usted, no. La manera en la que ladeo la cabeza al mirarlo a los ojos me dice que se enfrenta a las cosas extranas de la vida con una mente abierta y amable. Apreto con cuidado, casi con ternura, como si tuviera miedo de que reventara. Pero no puede reventar. Al menos tiene la garantia del fabricante de que no va a hacerlo. Si no se tienen las unas muy afiladas, claro -anadio-. Pero usted desistio mas bien pronto, quiza pensando que podia convertirse en un juego peligroso si continuaba. Y por ultimo, aunque no menos importante: volvio a darle su forma inicial antes de dejarlo otra vez en la mesa.

Se callo un instante y lo miro.

– Eso me dice que es usted un hombre prudente, pero no carente de curiosidad. Tambien esta un poco chapado a la antigua, temeroso ante nuevas e inusuales formas. Le gusta que las cosas parezcan lo que son, que se queden como estan, como aquello que conoce.

Sejer dejo escapar una risa insegura. La voz de la mujer le hizo ablandarse de un modo extrano. De hecho, se sentia un poco gelatinoso.

– Y mediante ese sapo, y otras mil pequenas cosas, con otros juguetes y tareas, y sobre todo con ayuda de tiempo, puedo saber de usted casi mas que usted mismo.

Caray, no le falta fe en si misma.

– ?Errki lo ha visto? -pregunto en voz alta.

– Claro. El sapo siempre esta aqui.

– ?Que hizo con el?

– Dijo: Aparta ese asqueroso y repulsivo bicho antes de que le arranque la cabeza de un mordisco y vierta su contenido sobre la mesa.

– ?Usted lo creyo?

– Nunca ha mentido.

– Pero dice usted que no es violento.

La doctora Struel cogio de repente el sapo y empezo a tirar de las cuatro patas con todas sus fuerzas. Se estiraron como gomas elasticas y Sejer casi sintio pena al verlo. Al final hizo un nudo, primero con las patas delanteras, y luego con las traseras. Luego lo coloco boca arriba sobre la mesa. Resultaba doloroso verlo tan desvalido. Al percatarse de la expresion de su cara, la doctora se echo a reir con cordialidad.

– Dejeme ensenarle la habitacion de Errki.

– ?No va a desatar los nudos? -pregunto Sejer pensativo.

– No -contesto ella con aire burlon.

El sintio como una especie de marejada por dentro. Escucho extranado.

Contemplaron el interior de la habitacion de Errki. Una habitacion sencilla con una cama, una comoda, un lavabo y un espejo, tapado con una hoja de periodico. Tal vez quisiera evitar verse a si mismo cuando pasaba. La ventana era alta y estrecha, y la habian dejado abierta. Por lo demas, la estancia estaba totalmente desnuda. Nada en el suelo ni en las paredes.

– Se parece bastante a lo que podemos ofrecer nosotros -dijo Sejer pensativo-. A una celda, ni mas ni menos.

– Nosotros no cerramos las puertas.

Sejer entro en el cuarto y se quedo de pie, apoyado contra la pared.

– ?Que le hizo decidirse por la psiquiatria? -pregunto mientras leia la tarjeta con el nombre de la mujer, doctora S. Struel, y pensaba que podia significar la S. Solveig, tal vez, o Sylvia, por ejemplo.

– Porque -contesto cerrando los ojos- porque la gente normal -y acentuo la palabra «normal», como si se tratara de algo despectivo- quiero decir, los que triunfan, esos seres bien dotados que saben lo que quieren y que siguen todas las reglas, que alcanzan sus metas sin problemas, que saben relacionarse, que navegan con la mayor naturalidad, y que llegan donde quieren y consiguen lo que quieren… ?hay algo interesante en esas personas?

Era un planteamiento curioso. Sejer no pudo reprimir una sonrisa.

– Lo unico interesante en este mundo son los perdedores -prosiguio-. O a los que llamamos perdedores. En toda clase de desviaciones hay una rebelion. Y yo nunca he podido entender esa falta de rebelion.

– ?Y usted? -pregunto de repente Sejer-. ?No es usted uno de esos seres triunfadores que saben lo que quieren? ?Acaso usted se rebela?

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