– Segun Mai, Tommy esta de viaje. Dice que no sabe donde. Fui a la casa, pero el padre no estaba, y un vecino aseguro que estaria fuera todo el fin de semana.

– Entonces volveremos a intentarlo el domingo por la tarde. Puede que haya algo por ahi. Ah, por cierto, tal vez deberias hacerte primero un seguro. Seguros Duo. Te dare el numero de telefono.

– ?Es curioso que el hijo este de viaje, y que cuando voy a visitar al padre, el tambien este fuera!

– Puede que tenga una cabana para los fines de semana. Por cierto, ?tienes un traje de esqui o algo asi? Porque no necesitas comprar un traje de salto solo para una vez. Pero las botas son importantes. En la farmacia puedes comprar vendajes de apoyo, tambien son una especie de seguro.

Sejer se reclino en el sillon con una sonrisa abierta y amable.

– ?Sabes que en el pub El Escudo del Rey tienen cincuenta clases diferentes de cerveza? -dijo Skarre con veneno-. No cierran hasta las dos de la madrugada. Si empezamos sobre las ocho, nos daria tiempo para bastante. Reservare una mesa con facil acceso a los lavabos.

– La presion del viento es tan grande que si abres la boca durante la caida libre, no consigues volver a cerrarla. Se tuerce hacia atras y te hace parecer un besugo.

– Y ese whisky que tanto te gusta, Famous Grouse, lo tienen ahi, ya he preguntado.

– Tu concentrate en el salto. Esto no es lo que pensabamos. Alguien buscaba el dinero. El que Tommy Rein haya desaparecido de la faz de la tierra puede tener sus razones. Y quiza trabaja con algun amigo.

– Lo habrian hecho de noche. No temprano por la manana. Ademas, habrian ido en coche para luego poder desaparecer volando.

Se levanto y puso la mano sobre el pomo de la puerta.

– No te olvides de llenar la nevera de cerveza. Es lo unico que sirve para el dia siguiente.

No oyo que llamaban a la puerta. De repente alli estaba Sara, con una bolsa en la mano. Habia ido a casa a cambiarse de ropa. A su casa y a la de Gerhard, penso el.

Sara avanzo unos pasos y se detuvo delante de la mesa de Sejer. Al hombre le costo ocultar la sorpresa y las emociones que lo sobresaltaron. Sara Struel lo miro. El inspector parecia diferente, cogido por sorpresa. Era obvio que se estaba esforzando por recapacitar y recobrar el control.

– ?En que puedo ayudarla? -tartamudeo.

– Aun no lo se -contesto ella, sonriendo.

Se hizo el silencio. Los circulos de los ojos de Sara bailaban. El sonrio con cara de borrego.

– ?No va a preguntarme por que estoy aqui? -dijo ella, sin dejar de sonreir.

Te vas con Gerhard de vacaciones a Israel, y necesitas un pasaporte nuevo, y como la oficina de pasaportes esta en la planta baja, puedes matar dos pajaros de un tiro.

– ?No tiene curiosidad por saberlo?

Lo que tengo es miedo.

– En este momento esta usted tan desamparado como el sapo -dijo Sara-. He venido porque queria verlo.

Pronto ya no sabre distinguir entre sueno y realidad, penso el.

– Tengo mucha sed -dijo ladeando la cabeza-. ?No tendria algo de beber?

Sejer se levanto como sonambulo y fue a buscar algo de beber.

Tal vez Gerhard sea violento. Y ella quiere ahora salir de la situacion.

– Perdone -dijo Sara en voz baja-. Lo he dejado algo turbado. Pero a mi me gusta decir las cosas como son.

– Si, claro -dijo el serio, como si ella fuera un testigo que acabara de descubrir algo importante y el se encargara del asunto.

– Entiendo que otros puedan sentir de otra manera. Pero somos adultos, ?no?

– Pues si, es logico.

Sejer se bebio el vaso de agua con gas de un trago y clavo la mirada en la mesa. En el protector del escritorio vio el mapa del continente africano arrasado por las guerras. Tambien su interior estaba arrasado. Se sintio tan inflamable como un barril de petroleo. Una pequena chispa lo incendiaria. Por ejemplo, si la mano de ella llegara a tocar la de el, que reposaba sobre la mesa, suave y fina, a treinta centimetros de la suya.

– No he pretendido asustarlo -sonrio Sara con clemencia, dandole golpecitos en la mano.

– ?Asustarme? -dijo el, aturdido.

– Solo he dicho que tenia ganas de volver a verlo. Nada mas.

– Agradecemos toda la ayuda que puedan prestarnos -dijo el torpemente.

Era evidente que ella acababa de recordar algo importante para el caso.

– Voy a ayudarle un poco -dijo, mirandole a los ojos-. Contesteme a una sola cosa.

El asintio amablemente con la cabeza, aferrandose al vaso.

– ?Se alegra de verme?

Konrad Sejer, inspector jefe de la brigada criminal, ochenta y tres kilos de peso, y uno noventa y seis de estatura, se levanto de la silla. No habia pensado que fuera posible. Fue hacia la ventana y se puso a mirar el rio y los barcos.

Mis defensas, penso, se derrumban. El camino hasta la mismisima alma esta abierto. No tengo donde esconderme.

– Tengo tiempo de sobra -dijo ella en voz baja-. Estoy esperando la respuesta.

?Pongo algo en marcha si contesto? Controlate, hombre. No vas a confesar un homicidio. Solo vas a contestar que si.

Se volvio despacio y se encontro con la mirada de Sara.

La informacion facilitada por los ciudadanos empezaba a llegar a la Comisaria. Errki habia sido visto en cuatro lugares dispersos en un area tan extensa que era imposible que hubiera estado en tantos sitios tan distantes en tan poco tiempo. Una joven con un cochecito de nino se habia encontrado con el en la carretera nacional 285, recordaba su camiseta. A la misma hora, una mujer en una gasolinera Shell en las afueras de Oslo lo habia tenido de cliente. Habia llegado y se habia marchado a pie. El conductor de un camion habia cruzado la frontera de Suecia con el de pasajero. Por desgracia, esto ultimo fue lo unico que llego a oidos de Kannick Snellingen. Fue Palte quien se lo dijo. Va camino de Suecia, lo acaban de decir ahora mismo en la radio. Piensa en ese pobre conductor, Kannick. ?No tiene ni idea de lo que lleva en el coche!

?Asustado el? ?Que va! Kannick habia perdido dos flechas en el bosque. Dos flechas de carbono Green Eagle con plumas autenticas, a ciento veinte coronas la flecha. Estaba impaciente por subir a buscarlas. Alla arriba habia animales que podrian pisarlas, y quiza empezara a llover, entonces desaparecerian en la tierra sin dejar rastro. Recordaba muy bien donde estaba cuando solto las dos flechas y podia seguirlas en su mente por los matorrales hasta el punto mas o menos donde habian aterrizado. La idea era ir a buscarlas enseguida, pero el tiempo pasaba, y su excursion aun no habia sido aprobada por la direccion. Por eso les dio la espalda. Estaba sentado en su habitacion, mirando el patio. Dejo escapar un largo y profundo eructo y le subio el sabor a puerro y nabo del guiso que habian tomado para comer. Hoy no habria excursion para ir a banarse, y Margunn estaba siempre liada con papeles y cosas asi. Su arco estaba en el despacho de la mujer, dentro del gran armario metalico donde guardaba lo poco que poseian de valor. Karsten tenia una camara fotografica, Philip un cuchillo de caza que solo le permitian usar en compania de un adulto. El armario estaba cerrado, pero la llave estaba en un cajon del escritorio, en una cajita de plastico, con otras llaves importantes. Todo el mundo lo sabia.

Miro con anoranza hacia el bosque y descubrio varias cornejas grandes volando por el aire y alguna que otra gaviota, de las que se ponian las botas en el vertedero que estaba a menos de un kilometro de alli. Vio tambien la espalda de Karsten, que estaba junto al horno de quemar hojas secas, agachado sobre la bicicleta, intentando fijar un portabotellas a la barra. La abrazadera era demasiado holgada y estaba metiendo un trozo de caucho para ajustarla. Se secaba constantemente la frente y tenia grasa y suciedad por toda la cara. Inga estaba a su lado, mirando. Era la mas alta de todos en la Colina de los Muchachos, incluso mas alta que Richard, flaca como una muneca Barbie y hermosa como una Virgen. Karsten intentaba concentrarse, pero no resultaba facil. E Inga se lo estaba pasando bien, era obvio.

La ventaja, penso Kannick, de estar en la Colina de los Muchachos era que no podia ir a peor. Al menos no a mucho peor. Si se escapaba o infringia las reglas, simplemente volvian a enviarlo a casa, a la Colina de los

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