Muchachos. Nadie podia enviarle a ningun sitio jodido por ahi, pues seguia por debajo de la mayoria de edad penal, y las famosas prisiones de Ullersmo o Ila quedaban lejos. Solo pertenecian a un posible futuro por el cual no se interesaba mucho, pero sobre el que los adultos hablaban constantemente. ?Que va a ser de ti en el futuro, Kannick? No hablaban del aqui y del ahora, de esa casa tan fea con todas sus reglas, de tener que compartir habitacion con Philip y escuchar sus jadeos noche tras noche, de tener que fregar y pasar el aspirador por el cuarto de la tele, y de soportar las reganinas de Margunn.
De repente, se alejo de la ventana y abrio la puerta del pasillo. A lo lejos oyo la voz de Margunn y el agua corriendo, lo que significaba que la mujer estaba lavando y Simon estaria charlando a su lado como solia hacer. En ese caso, se encontraban en el cuarto de lavar, situado en la primera planta, al lado de las duchas. Y el despacho, donde estaba encerrado su arco, se encontraba en la otra punta de la casa. Kannick estaba gordo, pero eso no significaba que no fuera rapido. Salio disparado de la habitacion y bajo de puntillas. Opto por la escalera exterior, que en realidad era una escalera de incendios, pero que siempre estaba abierta porque ponia en las instrucciones que tenia que estarlo. Ya habian tenido un incendio dos veces debido a que a Jaffa le interesaban muchisimo los uniformes de los bomberos. La escalera crujia. Repartio su enorme peso con mucho cuidado al bajar por los estrechos escalones y se acerco a hurtadillas hasta la puerta del despacho de Margunn. Por un instante, tuvo miedo de que la hubiera cerrado. Pero la filosofia de Margunn era que sus chicos no tuvieran la constante experiencia de encontrarse ante puertas cerradas. Entro y miro el armario. Tiro del cajon del escritorio con el dedo indice y encontro la caja de las llaves. Intentaba trabajar deprisa, pero sin hacer demasiado ruido. Abrio el pequeno candado. Alli estaba la maleta con el arco. Su Centra color burdeos con palas negras, su gran orgullo. Con el corazon latiendole muy deprisa, saco la maleta, cerro el armario, dejo la llave en su sitio y salio del despacho. Desde el pasillo bajo al sotano para salir por la parte de atras. Nadie podria verlo desde la casa. A lo lejos escucho la risa de Inga.
Conocia bien el gran bosque y tomo rapidamente un sendero por el que habia andado cientos de veces. Sus pasos, ahora mas pesados porque ya nadie podia oirlos, hicieron callar a los pajaros como si presintieran esa terrible arma que el chico llevaba en la maleta. Kannick se mantuvo en el sendero que subia por el oeste de la granja de Halldis. No quiso acercarse demasiado. La imagen de la mujer muerta era demasiado incomoda, y sabia que, si volvia a divisar la casa con la puerta y la losa de la escalera, todo le volveria con gran fuerza y espanto. Y ademas, las flechas no estaban alli. Habia ido a buscarlas y, cuando las encontrara, intentaria matar solo una corneja o dos antes de volver a casa. Incluso podia intentar devolver el arco a su sitio antes de que Margunn descubriera que se lo habia llevado. Ya lo habia hecho otras veces.
A Kannick le hacia mucha gracia esa clase de personas a la que pertenecia Margunn, que siempre pensaba lo mejor de todos. Era para ella como una religion, algo a lo que se sentia moralmente obligada. Como aquella vez que el, Kannick, cambio un billete de mil coronas de la caja por uno de quinientas, y ella se nego a creer que alguno de ellos tuviera dinero suficiente para hacer tal maniobra. Por eso lo atribuyo a su mala memoria y a que «todos los billetes hoy en dia se parecen muchisimo». Kannick seguia andando. Aunque estaba gordo, no estaba en mala forma, pero la respiracion se volvio mas entrecortada y sudaba mucho. Al andar, notaba como se iba sumergiendo lentamente en esa fantasia que tanto le gustaba, ese espacio secreto que nadie conocia en donde se olvidaba del tiempo y del lugar, los arboles que le rodeaban cambiaban de forma, convirtiendose en un bosque exotico y, a lo lejos, sonaba el bramido de un rio. El era el gran jefe Jeronimo de las montanas del Amazonas. Le habian encargado procurarse dieciseis caballos con el fin de conseguir a la bella Alope como esposa. Tenia los ojos cerrados y solo los abria en breves instantes para no caerse.
En la cama tenia quinientas cabelleras blancas. Acariciaba la maleta con una mano y penso, como habia pensado el gran jefe:
Oyo a un perro ladrar de dolor a lo lejos. Por lo demas, habia silencio.
Morgan noto que el sudor empezaba a chorrearle por el pelo. El canon del revolver temblaba delante de el. Seguramente no estaba despierto. Tal vez se trataba de una reaccion a esa infeccion que se le estaba extendiendo por todo el cuerpo, proporcionandole esas visiones, fantasias febriles.
Miro a Errki y penso en lo terrible que era tener siempre esas visiones, amenazas de muerte, destruccion y castigo, espantosos fantasmas, ano tras ano.
– Estoy enfermo -gimio-. Creo que voy a vomitar.
Habia estado mucho tiempo durmiendo. La luz de fuera era distinta y las sombras se habian alargado. Errki se dio cuenta de que la piel de Morgan habia adquirido un matiz amarillento. Bajo el revolver.
– Vomita lo que quieras -dijo-. De todas formas, este suelo esta muy sucio.
– ?Donde cono has encontrado ese revolver? ?Pero si lo tiraste al agua!
Morgan se esforzo por incorporarse para mirarlo mas de cerca.
– Lo has tenido durante todo el tiempo, ?verdad?
Se enrollo como una bola para convertirse en un blanco mas pequeno.
– ?Y por que no lo usaste con la vieja? ?En la radio dijeron que la mataste a golpes!
Errki noto una repentina colera subirle por las mejillas. Volvio a levantar el revolver.
– Pegame un tiro. ?Me importa un carajo! -grito Morgan.
Era extrano. En ese momento supo que era verdad, ya no tenia ganas de seguir participando.
– Tendras que ir a que te vea un medico -dijo Errki meditabundo.
El revolver temblo. Si disparara ahora, seguramente alcanzaria cualquier cosa, el estomago de Morgan o el divan verde.
– ?Y desde cuando te preocupas por mi? ?Crees que puedes enganarme? ?Crees que alguien escucha lo que dice un chiflado como tu? ?Eh? No tengo fuerzas ni para bajar a la carretera principal. Estoy muy enfermo. Me siento mareado. Sudor frio. Eso es senal de shock, ?no?
Se tumbo y cerro los ojos. Ese loco podria llegar a usar el arma. Espero el tiro, inmovil, habia leido que no dolia mucho cuando te pegaban un tiro, solo una fuerte sacudida del cuerpo, eso era todo.
Errki miro la nariz de Morgan. Estaba hinchandose y habia adquirido un feo color azulado. Se paso la lengua por los dientes y evoco el sabor a piel y grasa en el paladar, seguido de un empalagoso sabor a sangre.
Morgan seguia esperando. No llego ningun disparo.
– Joder -gimio-. Vaya lio que has armado. Voy a morir de septicemia.
Errki dejo caer los brazos a lo largo del cuerpo.
– Vertere una lagrima por ti.
– ?Ni de cona!
– No eres mas que un huevo en manos de un nino.
– ?Deja de decir chorradas de loco!
Morgan estaba participando en una tragicomedia, estaba seguro de ello. Nada de todo lo que habia sucedido ese dia era real.
– ?No ves que se ha infectado? Tengo escalofrios.
– Si quieres, puedes llamar a tu mama -prosiguio Errki-. No me chivare a nadie.
Morgan resoplo miserablemente.
– Llama tu a la tuya.
– Ha muerto -dijo Errki muy serio.
– Si, me lo imagino. Supongo que tambien te la cargaste a ella.
Errki quiso contestar inmediatamente. Las palabras estaban listas sobre la lengua, queriendo salir. Se puso rigido.
– ?Me dejas tu chaqueta? -murmuro Morgan-. Joder, tengo mucho frio.
Miro a Errki.
– ?Ya ti que te pasa? Tienes una expresion muy rara.
– Ella perdio el equilibrio en la escalera.
Errki tenso todos los musculos y se aferro al revolver. Era muy facil, no eran mas que palabras, pero en ese momento las palabras le traicionaron, salieron por su cuenta sin que tuviera tiempo de pensar primero.
De repente se derrumbo sobre el suelo. El revolver patino hacia la pared, oyo el pequeno estallido al llegar a