– ?Ah, no? ?Y adonde quieres ir?

– A la Colina de los Muchachos.

La voz habia adquirido un tono rebelde, como si hubiese recobrado la esperanza de que no lo matarian.

El que comieran chocolate con tanto ardor los hacia mucho mas humanos.

– ?Y eso que es?

– Un reformatorio -murmuro.

Morgan se rio entre dientes.

– Pero joder, aqui somos todos de la misma panda. ?Y tu que has hecho en tu corta vida para acabar en un sitio asi? Aparte de comer demasiado.

– Eso es por un trastorno de mi metabolismo -dijo Kannick.

– Eso decia tambien mi madre cuando estaba hecha una foca. Tomate un whisky y veras como se te acelera el metabolismo.

– No, gracias -susurro Kannick.

Pensaba en Margunn. Intento imaginarse lo que estaria haciendo en ese momento, las veces que habria mirado el reloj. Pasaria un rato hasta que empezara a preocuparse. Kannick solia quedarse fuera hasta tarde. Probablemente, Margunn no empezara a preocuparse de verdad hasta que se hiciera de noche, ella sabia que el nunca se olvidaria de la cena a las ocho, de modo que a esa hora empezaria a mirar por la ventana y dejaria pasar una hora mas antes de enviar a Karsten y Philip a buscarlo. ?Y todo lo que podia ocurrir! ?Quedaba aun mucho para la llegada de la noche, una eternidad, el solo con dos chiflados borrachos, y uno de ellos con un revolver! La desesperacion le hizo mirar de reojo la botella de whisky. Morgan se dio cuenta.

– Sirvete. Aqui no se lleva la modestia.

Y Kannick bebio. Era su unica posibilidad de huir. El primer sorbo le produjo una explosion interna, que empezo arriba y luego se abrio camino hacia el estomago con un ardor intenso. Jadeo y se seco algunas lagrimas.

– Otros tres o cuatro tragos -dijo en tono amable Morgan, que estaba sentado en el suelo, chupandose los dedos-. La sensacion de bienestar llega poco a poco. Cuentanos por que estas en un reformatorio.

– No lo se -contesto Kannick un poco cortante, de lo cual se arrepintio enseguida. Tal vez lo habia ofendido.

– ?Asi que no tienes ni idea de por que los adultos te han metido alli? No esta mal. ?Tu crees que yo echo la culpa a mi madre por ser un atracador de bancos? ?Y crees que Errki echa la culpa a la suya de estar mal de la cabeza?

Kannick lanzo una mirada a Morgan. ?Atracador de bancos?

– Lee el texto de su camiseta. Supongo que echa la culpa a «los otros».

Morgan levanto las cejas.

– ?Estas vacilando o que? ?Errki, defiendete, joder!

– ?Me han atacado? -pregunto Errki con sencillez. Estaba sacandose una piedra de la suela de la zapatilla de deportes. Luego quito el cordon para atarselo alrededor del muslo. Seguia sangrando. Kannick se retorcio sobre el divan, necesitaba toda la anchura para el. Estaba esparcido como un flan y, cada vez que se movia, los muelles crujian. Morgan se sintio de repente mareado y aturdido. ?Que estaban haciendo realmente? ?Cuanto tiempo iban a quedarse alli sentados? Por alguna razon, no soportaba la idea de quedarse solo. No aguantaba la idea de que los encontraran y los enviaran a cada uno a un sitio, de que Errki desapareciera y nunca volviera a verlo. Morgan no tenia a nadie mas. Esa habitacion calurosa y sucia, la borrachera del whisky, la voz baja y agradable de Errki, y ese chico gordo mirando al suelo… no queria que se terminara. Solo pensarlo le hacia perder el aliento. Aturdido, cogio la botella.

– Raiz, tallo y hoja -murmuro.

Kannick comprendio que los dos estaban completamente chiflados. Quiza se hubieran fugado juntos del manicomio. Dos bombas de relojeria. Mas valia estarse quieto.

Respiro lo mas ligero que pudo. Errki se habia alejado y estaba sentado con la espalda apoyada contra el viejo armario destrozado. Todo estaba tranquilo. Los tambores y las gaitas por fin se habian callado. Descansaba con las manos sobre el revolver.

Un lenador giro su Massey Ferguson rojo y cruzo por delante del mirador. Se dirigia al pequeno camino forestal para aparcar y entonces descubrio asombrado la lona verde. A continuacion apago el motor y salio del coche.

Aparto la tela verde y lisa del techo del coche y miro adentro. Vacio. Excepto un frasco con tapon de rosca en el suelo del asiento delantero. Abrio la puerta, cogio el frasco y leyo lo que ponia en la etiqueta. Trilafon, 25 miligramos, manana, mediodia y noche. Recetado a un tal Errki Johrma por la doctora S. Struel. Un coche blanco y pequeno abandonado. Abierto. Recordo haber oido algo de un atraco esa manana, lo habian dicho en las noticias. El coche era un Renault Megane. Volvio al tractor, dio la vuelta y regreso a casa.

Menos de una hora mas tarde, llegaron dos coches al lugar. Cinco hombres y tres perros bajaron de el. Los tres pastores alemanes grunian y ladraban excitados. Primero salio Sharif, un macho de cinco anos que tenia erizados el pelo, las orejas y todos los sentidos. Luego Nero, un poco mas claro y ligero, e igual de intranquilo que Sharif. Tiraba de la correa y queria ponerse en marcha ya. El tercero tenia el pelo mas largo y movimientos mas lentos. Con ocho anos, ya se encontraba peligrosamente cerca de la jubilacion. Se llamaba Zeb, y su amo, Ellmann. Cada vez que salian a patrullar, Ellmann pensaba que tal vez seria la ultima. Bajo la vista y miro la oscura cabeza del perro. El tiempo se le estaba agotando. No sabia si queria volver a empezar con uno nuevo. Le parecia que despues de Zeb, cualquier otro animal seria un retroceso.

El punto de partida era malo: un bosque seco del que se habia evaporado toda la humedad, y que, por consiguiente, no conservaba las huellas mucho tiempo.

Sharif se lanzo dentro del coche abandonado. Olfateo el asiento delantero y el suelo de fieltro bajo las alfombrillas de goma. Luego se paso al otro asiento. No paraba de mover el rabo. Despues salio del coche y se puso a olfatear la tierra seca, sin dejar de mover el rabo. Fue hacia el sendero. Los otros perros lo siguieron. El procedimiento se repitio. Los hombres miraron hacia el tupido bosque y luego se hicieron un gesto con la cabeza. Los perros los seguian atentos con la mirada, esperando la palabra magica, la palabra clave.

Los hombres iban armados. Esa dura pesadez del cinturon proporcionaba seguridad y miedo a la vez. La mision tenia mucha emocion. Con cosas como esa habian sonado cuando eran jovenes policias y solicitaron entrar en guias caninos. Los tres eran hombres adultos, si tener entre treinta y cuarenta es ser adulto, como solia comentar Sejer secamente, aunque con humor. Habian buscado muchas cosas a lo largo de sus anos de servicio y tambien habian encontrado mucho. Les encantaba ese silencio del bosque, la incognita, la colaboracion con los perros, el sonido del jadeo de los animales, de ramas que se partian, de hojas que crujian, y el zumbido de miles de insectos. Todos los sentidos en alerta, la mirada siempre clavada en el suelo para captar cada detalle, alguna colilla, una rama rota, restos de una hoguera… Habia que estudiar a los perros, fijarse en si movian el rabo energicamente o si, de repente, lo bajaban y todo se detenia. A la vez, esperaban noticias de la Comisaria que dijeran que habian encontrado a esos dos tipos en otro sitio, que el atracador habia vuelto a atracar, que habian encontrado sano y salvo al rehen o que estaba tirado en una cuneta, con el craneo destrozado. Todo era posible. Lo de no saber era lo que les estimulaba, el que ningun dia se pareciera a otro. Encontrar a alguien colgado de un arbol o sentado, apoyado en un tronco, agotado, feliz de que por fin lo hubieran encontrado, o muerto por una sobredosis. Y luego el desahogo. La tension que desaparecia. Pero esto de hoy era distinto. Dos individuos huyendo, seguramente desesperados.

?Busca!

?La palabra magica! Los perros reaccionaron al instante. Unos segundos mas tarde, estaban dando vueltas justo en el punto donde nacia el sendero. Se pusieron en camino a toda prisa, absortos en su unica mision: seguir el olor encontrado en el coche. Ellmann susurro: «No cabe duda. Los perros estan sobre una pista».

Los demas asintieron conformes. Con sus impresionantes musculos, los perros los condujeron hacia arriba. Todos iban sueltos. Sharif encabezaba el grupo. Los hombres los seguian jadeando, los monos les daban mucho calor. Los perros iban siempre juntos. Habian bebido hasta saciarse antes de iniciar la marcha y tenian una resistencia que los hombres solo podian envidiar. Los policias estaban muy entrenados debido al trabajo con los perros. Ano tras ano, un entrenamiento durisimo. Pero ese maldito calor los dejaba sin

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