cabeza y le susurro al oido:

– ?Zeb, ataca!

El animal dio un brinco y desaparecio como un rayo peludo. Morgan corria. No oyo al perro que iba a toda velocidad tras el. Tampoco oyo gritar a nadie. En realidad, un terrible silencio inundaba el bosque. Corrio todo lo que pudo, pero las fuerzas se le acabaron enseguida. Zeb vio las manos blancas y clavo la mirada en la izquierda. No habia nada agresivo en lo que estaba a punto de hacer, era el resultado de anos de adiestramiento y una orden clara, nada mas. Morgan se detuvo para tomar aliento. Las rodillas estaban a punto de fallarle. Tendria que comprobar si alguien lo perseguia. En ese momento, tropezo y cayo de bruces, pero enseguida dio un brinco y se quedo sentado en la hierba. Miro aterrado lo que se le estaba acercando, ese animal enorme con las fauces relucientes, la lengua roja y los dientes amarillos. El perro se encogio, listo para saltar. Esas manos blancas que habia divisado ya no estaban en su campo de vision. Lo unico que veia era un rostro rojo con un trapo amarillo en medio. Un blanco perfecto. Dio un enorme salto e intento morder. Morgan sollozaba de un modo desgarrador. Cuando lo alcanzaron, estaba sentado y se tapaba la cara con las manos. Sejer permanecio un instante escuchando. El sollozo tenia un claro componente de alivio.

Sara estaba sentada muy quieta en el borde de la silla, mientras Sejer le contaba toda la historia. Ella quiso saberlo todo, como estaba tumbado, si tuvo dolores. El opinaba que no habria sido doloroso. Probablemente estaria agotado, y la perdida de sangre lo dejaria sin fuerzas. Quiza hubiera sido como irse quedando dormido. Se esforzo por recordarlo todo. Solo quedaba un pequeno detalle.

– No puedo creer que Errki haya muerto -susurro Sara-, que haya desaparecido. Lo cierto es que lo veo en otro lugar.

– ?En que clase de lugar? -pregunto Sejer.

Ella sonrio, un poco avergonzada.

– Volando en una gran oscuridad y mirandonos desde arriba, despreocupado de todo. Tal vez este pensando: Si vosotros, que andais siempre tan ajetreados, supierais lo bonito que es esto…

A Sejer le hizo sonreir la imaginacion de esa mujer, una sonrisa breve, nostalgica. Busco alguna palabra que pudiera suavizar lo que en ese momento tenia que contarle.

– Por cierto, he desatado al sapo -dijo ella de repente.

– Gracias. Es un alivio para mi.

Sara llevaba una chaqueta fina e hizo un gesto como si quisiera abrigarse con ella. Sejer no habia encendido los tubos fluorescentes del techo, solo la lampara del escritorio, que tenia una pantalla verde y proporcionaba al despacho una luz acuosa.

– Hay algo que debe usted saber.

Ella levanto la vista para interpretar la expresion de sus ojos.

– En la chaqueta de Errki encontramos una cartera, una cartera roja que pertenecia a Halldis Horn y que contenia aproximadamente cuatrocientas coronas -dijo tras carraspear.

Callo y espero. La luz verde le hacia parecer palida.

– Uno cero a favor de Konrad -dijo ella con tristeza.

– No he ganado -fue lo unico que se le ocurrio decir.

– ?En que esta pensando? -pregunto por fin Sara.

– ?Viene alguien a buscarla?

La pregunta se le escapo sin pensar. Tal vez podria llevarla a casa. Pero Gerhard seguro que tenia coche, y si ella lo llamaba, acudiria enseguida. Se imagino a su marido sentado en el cuarto de estar de su casa, mirando el reloj, y de reojo el telefono, listo para ir a por lo que era suyo y de nadie mas.

– No -dijo encogiendose de hombros-. Vine en taxi, «el jefe» esta en silla de ruedas. Tiene esclerosis multiple.

Sejer se sorprendio. No se habia imaginado a Sara con un marido invalido. Se lo habia imaginado muy diferente. Un pensamiento no del todo puro le paso por la mente.

– Dejeme llevarla a casa.

– ?Puede?

– A mi no me espera nadie. Estoy solo.

No pasaba nada por decirlo al fin. Estoy solo.

?Se habia expresado asi alguna vez? ?O se habia limitado a constatar su estado de viudedad o solteria?

Iban callados en el coche. Por el rabillo del ojo veia las rodillas de la mujer, el resto no era mas que una presencia, un presentimiento, una anoranza. Sus manos reposaban sobre el volante traicionandole. Sejer tuvo la sensacion de que estaban gritando a todo el mundo que necesitaban algo a que agarrarse. ?En que estara pensando ella?, se pregunto, pero no se atrevio a volverse a mirarla. Errki habia muerto. Ella habia trabajado con el durante meses y no habia logrado salvarlo.

Le fue indicando hasta que llegaron a un pequeno camino sin salida que se llamaba Fresas Salvajes. Sejer tuvo que parar, aunque hubiera deseado ir hasta el fin del mundo y luego volver con ella a su lado.

– Se que suena estupido -dijo ella de repente-. Pero me cuesta mucho creerlo.

– ?Que Errki haya muerto?

– Que realmente la matara.

Sejer no sabia que hacer con sus manos. Las retorcia una y otra vez y dijo torpemente:

– Antes dijo que a veces ocurren cosas que no sabemos explicar.

Ella se encogio de hombros.

– No me dare por vencida.

– ?Que quiere decir?

– Investigare hasta que averigue como ocurrio.

– ?Y donde va a investigar?

– En mis papeles, en mi memoria, intentando recordar cosas que el dijo y todo lo que no dijo. Necesito saberlo.

– ?Y lo sabre yo tambien?

Por fin levanto la vista y sonrio.

– Acompaneme dentro -dijo de repente.

El no entendio por que se lo pedia, pero la acompano obediente hasta la puerta, observandola mientras metia la llave en la cerradura, despues de haber llamado al timbre a modo de aviso. Tal vez queria hacer saber a su marido que ya estaba en casa. No le apetecia nada conocerlo. Viendolo, las fantasias de como vivian se harian mas claras. La casa era un chalet adosado de una planta, especial para discapacitados fisicos, con las puertas muy anchas. Estaban ante la puerta que daba al salon. A Sejer esa situacion le recordaba a una novela que habia leido de joven. El enamoradisimo protagonista acompano a una joven a casa. Se habia enamorado de ella y creia que vivia sola. Por el camino, le conto que Johnny la estaba esperando. En ese momento, el corazon del enamorado estuvo a punto de explotar, hasta que llegaron a su casa y resulto que Johnny era un conejillo de indias. Gerhard Struel estaba sentado junto a un escritorio leyendo, con una chaqueta de lana a pesar del calor. Se volvio y saludo con la cabeza. Se quito las gafas. El hombre era mayor que el, calvo. En el suelo, a su lado, habia un pastor aleman tumbado que levanto la cabeza y lo miro.

– Papa -dijo Sara-. Este es el inspector Sejer.

Gerhard Struel no era un conejillo de Indias. ?Era su padre!

Sejer intentaba recuperarse de la emocion mientras estrechaba la mano del hombre. ?Por que habia querido mostrarle a su padre discapacitado? Tal vez intentaba decirle: Sacame de este lugar.

– Bueno, tendre que irme a casa con mi perro -dijo Sejer.

– Ay, perdone -dijo ella con la mano en la puerta-. No era mi intencion retenerle.

Gerhard Struel miro a Sejer.

– ?De modo que ya acabo todo?

Si, penso, ya acabo. Antes de empezar. No puedo tomar la iniciativa ahora. No es el momento oportuno. Se encontraba en una situacion imposible, pues si queria seguir adelante, tendria que coger el telefono y marcar su numero. Ella ya habia tomado la iniciativa, ahora le tocaba a el. Sara le tendio la mano.

– Hemos formado un equipo estupendo, ?no le parece?

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