Se sento en la ultima fila de la izquierda, al fondo de la sala, desde donde tenia una buena vista de la puerta principal.

Entro una mujer de unos cuarenta anos y se sento a su lado. Llevaba un vison marron y gafas con fina montura de oro. Un ligero bronceado, quiza de las vacaciones navidenas pasadas en alguna playa paradisiaca al otro lado del globo, se dijo no sin cierta envidia. Llevaba el cabello castano recogido con el clasico mono, y lucia panuelo, botas de piel y pantalon negro. Un grueso anillo de diamantes le brillaba en el dedo.

La edad media en la sala superaba los cincuenta, la asistencia se repartia por igual entre mujeres y hombres, bien vestidos, adinerados, y todos irradiaban la misma tranquilidad y aplomo. Una seguridad innata y una autoestima que en buena parte la proporciona el dinero.

Consulto el reloj. Faltaban diez minutos para que diera inicio la subasta. Volvio a buscar con la mirada al hombre por cuyo motivo el se encontraba alli. La sala empezaba a llenarse, se oia un sordo murmullo entre las paredes, alguna que otra frase pronunciada en ingles. Al fondo habia grupos de personas que hablaban en voz baja. Todo aquello tenia en si un aire de coctel. Alli la mayoria se conocia; dispersos hola, hola, ?que tal?, que placer verte, se oian por doquier.

Entonces llego tambien el marido de la mujer; canoso y bronceado, vestia una americana de corte perfecto, chaleco amarillo y debajo, una camisa en tono azulado. Los colores de la bandera sueca. Ah, si. Parecia el tipico jerifalte de la industria. Un conocido saludo a la pareja:

– Tendras que tranquilizarla. ?Ja, ja! Para que no se arruine, claro. Seria una lastima.

Sintio que el malestar se iba apoderando de el lentamente. Tuvo que contenerse para continuar sentado en aquella silla tan incomoda.

Delante, en el estrado, el subastador ya estaba en su puesto. Era un hombre de unos cincuenta anos, de porte sobrio y elegante. Algo arrogante, alto y delgado, de nariz aguilena y cabello peinado hacia atras. Golpeo tres veces la mesa con el martillito para pedir que cesara el murmullo en la sala.

Dos muchachos de mejillas sonrosadas, que no aparentaban mas de dieciseis o diecisiete anos, izaron en alto la primera obra. Iban bien vestidos, llevaban pantalones negros recien planchados y camisa blanca almidonada con la corbata de color azul marino por debajo de los delantales de cuero que cubrian sus esbeltos cuerpos adolescentes. Todas las miradas estaban pendientes de la obra que estaba dispuesta en un soporte mientras duraba la puja.

Con creciente desprecio, mezclado con una envidia profunda, siguio lo que sucedia en la sala. El subastador dirigia la puja de forma eficaz, se notaba que disfrutaba con la tension y la energia que se creaba. Las ofertas botaban como pelotas de ping-pong entre el publico presente en la sala y los clientes invisibles que pujaban por telefono. Como sabia, en la galeria del piso superior, los expertos de la casa estaban en contacto telefonico con los clientes. Ellos no lo veian a el y el no los podia ver a ellos. El dinero cambiaba rapidamente de dueno gracias a ligeros movimientos de cabeza, guinos, papeletas de puja alzadas al aire y brazos levantados. Energia y expectacion, esperanzas frustradas o cumplidas. Prismaticos colocados ante los ojos para observar incluso los objetos mas minusculos. El subastador, en todo momento centro de atencion, en el foco, engullendo como una boa las diferentes pujas y con la media sonrisa satisfecha en los labios cuando subia el precio. El subastador mantenia un ferreo control sobre todas las pujas: La senora de la tercera fila, Puja de Gotemburgo. A la una, a las dos, a las tres. Y, para concluir, el golpecito con el martillo.

Un cuadro titulado La pereza, del pintor Robert Thegerstrom, salio a subasta por ochenta mil y al final fue adjudicado por doscientas noventa y cinco mil coronas.

Casi al fondo de la sala habia una pareja mayor sentada. El hombre pujaba y pujaba por diferentes obras con gesto inescrutable, mientras su esposa, al lado, lo miraba con admiracion.

Una mujer con un largo abrigo de vison ofrecio cientos de miles de coronas sin pestanear y sin consultarlo con su marido.

Delante, junto a la tribuna, una senora de cabello plateado leia en voz alta, con una pronunciacion perfecta, el nombre del artista y el titulo. Solo vacilo en una ocasion: «Aqui pone halcones peregrinos, pero creemos que son azores». La hilaridad se extendio entre el publico.

Esto es un juego para ricos, penso alli sentado observando el espectaculo. Algo totalmente ajeno al dia a dia de la gente corriente.

A veces se suscitaba algo de jaleo y el subastador tenia que ordenar silencio al publico.

Cuando los dos efebos entraron con las mejillas arreboladas portando un magnifico oleo de Anders Zorn, se hizo un respetuoso silencio en la sala. El precio de salida fue de tres millones. Cuando el precio alcanzaba sumas tan elevadas, pujaba menos gente. El publico seguia la puja con atencion. Aumento notablemente la concentracion cuando esta supero los diez millones.

Al final se adjudico en doce millones setecientas mil coronas. El subastador pronuncio la cantidad con estudiado dramatismo, deleitandose en cada silaba. Antes de dejar caer el martillo, coloco la mano en la mesa unos segundos mas, para ganar tiempo y dar a los posibles interesados otra posibilidad. Luego, cuando el martillo sono, la concurrencia exhalo un suspiro de alivio.

Esto es como los Juegos Olimpicos, penso.

Se levanto y se marcho; ya no podia aguantar mas. El hombre a quien buscaba no habia aparecido. Algo debia de haber fallado.

Capitulo 56

Karin Jacobsson llego a Waldemarsudde en compania de Kurt Fogestam, de la policia de Estocolmo. Kihlgard se hizo cargo del interrogatorio a Sixten Dahl y Hugo Malmberg. Comenzaron dando un paseo alrededor de la zona acordonada del parque proxima al edificio que albergaba el museo. El jardin aparecia totalmente cubierto por la nieve y el agua exterior se habia congelado. Era una estampa de excepcional belleza.

– Sospechamos que el ladron huyo patinando por el hielo -comento Kurt Fogestam.

Karin y el se habian visto anteriormente en varias ocasiones en que ella habia visitado la Direccion General de la Policia en Estocolmo.

– Lo se. Aunque por aqui pasan los barcos incluso en invierno, ?no?

– Si, pero como este ano ha sido extremadamente frio, la capa de hielo se ha extendido alrededor de todo Djurgarden y bastantes metros mas alla. Cerca de la orilla el hielo tiene mas de un decimetro de espesor, de modo que se puede tanto caminar como deslizarse sobre el. Ademas, este invierno la capa es muy uniforme. Creemos que se ha dado a la fuga con unos patines de cuchilla larga.

– Un ladron de obras de arte que llega por la noche, roba de un museo un cuadro famoso y con mucha historia y luego se larga patinando; parece una actuacion al mas puro estilo James Bond.

Kurt Fogestam se echo a reir.

– ?Verdad que si? Pues asi es como actuo.

El comisario la antecedio en la empinada escalera que conducia a las rocas que estaban al borde del hielo. Se detuvo y senalo:

– Alcanzo la orilla por aqui y desaparecio por el mismo camino.

– ?Hasta donde habeis podido seguir las huellas?

– Llegamos aqui a los diez minutos de que sonara la alarma, pero los perros tardaron en estar aqui otro cuarto de hora o veinte minutos. Yo creo que ahi, por desgracia, perdimos bastante tiempo. Solo pudieron seguirle la pista hasta aqui abajo. Aqui terminan las pisadas. Y las huellas en el hielo no se pueden seguir porque apenas hay nieve por encima del hielo.

– ?Como entro en el edificio?

– El tipo sabia lo que hacia. Entro por la parte de atras a traves del conducto de ventilacion y descendio por el de manera que llego directamente al vestibulo. Una vez alli, no se preocupo por la alarma; hizo lo que habia venido a hacer y se largo.

– Un tio frio -sentencio Karin-. Como el que empieza a hacer aqui fuera. ?Entramos?

En el vestibulo se encontraron con Per-Erik Sommer, quien insistio en invitarles primero a un cafe, para que los dos helados policias entraran en calor. El director del museo era un hombre alto y fuerte de mirada amable tras las gafas de concha.

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