cabeza en las manos y cerro con fuerza los ojos. Trato de concentrarse, aunque al mismo tiempo le preocupaba que entrara alguien en el portal. Finalmente consiguio levantarse.

Decidio subir las escaleras hasta el cuarto piso, aunque habia ascensor. Nunca habia podido soportar los ascensores. Se detuvo delante de la puerta para recuperar el aliento. Fijo su mirada en la reluciente placa de laton con el nombre grabado en elegantes letras. Se sintio otra vez inseguro. Se habian visto antes, por supuesto, pero no aqui. Apenas se conocian. ?Y si el hombre que lo esperaba no estaba solo? Con los dedos temblorosos consiguio sacar un panuelo del bolsillo interior. No se oia ningun ruido en los pisos de los vecinos. Ninguna senal de vida.

El malestar volvio a apoderarse de el y aumento rapidamente, se le nublo la vista. «Otra vez no», penso.

Las sobrias paredes se contraian a su alrededor, se acercaban. En la cabeza los pensamientos se le dispararon en todas las direcciones. No lo superaria, tenia que dar la vuelta. Las puertas eran enemigos, se alzaban como muros que lo dejaban fuera, no querian acogerlo dentro. Era como si la maceta de ceramica de la ventana, con una vistosa azalea blanca, lo observara con ironia: «Tu aqui no tienes nada que hacer, vuelve al corral del que has salido».

Se quedo como paralizado y se concentro en la respiracion, intentando acompasar los latidos del corazon. Habia sufrido trastornos de panico desde que era pequeno. Se iba a marchar, acababa de decidirlo. Pero primero debia recobrar las fuerzas, concentrarse para no desmayarse. Estaria bueno. Que lo encontraran aqui, tirado en el suelo. Menuda impresion.

Desde abajo oyo como se abria y volvia a cerrarse la puerta del portal. Espero angustiado. La casa tenia cinco pisos y el se encontraba en el cuarto. Con un poco de mala suerte el que acababa de entrar iria al quinto.

De pronto oyo pasos en la escalera. Si la persona que subia iba hasta el cuarto o hasta el quinto, se encontrarian inevitablemente. Los pasos se oian cada vez mas nitidos, en cualquier momento iba a aparecer alguien por las escaleras y el queria evitar a toda costa que lo vieran alli. Se seco rapidamente el sudor de la frente y respiro profundamente. Tenia que entrar ya, obligarse a actuar con normalidad. Resuelto, llamo al timbre.

Las salas de la maternidad eran todas parecidas. Emma se preguntaba si habia sido en esa sala donde habia dado a luz a Sara y a Filip. Habian pasado casi diez anos desde entonces. A ella le parecio una eternidad, mientras unos brazos expertos la trasladaban a una camilla de partos. Ya habia dilatado siete centimetros y todo ocurrio deprisa. La matrona era joven e iba vestida de blanco, tenia unos ojos bondadosos y el cabello rubio recogido en un mono. Mientras registraba las contracciones en la curva, le acariciaba el brazo a Emma para tranquilizarla.

– Te vamos a tumbar aqui ahora mismo, no falta mucho. Enseguida habras dilatado del todo.

El dolor aparecia como un corrimiento de tierras e iba cobrando fuerza gradualmente, se le nublaba la vista cuando estallaba en fuegos artificiales de dolor para luego ir desapareciendo poco a poco. Una pequena pausa para respirar antes de que se le echara encima la siguiente contraccion. Iban y venian, como las olas al otro lado de la ventana.

Aunque Johan se encontraba a tan solo cinco minutos del hospital, Emma no lo habia llamado cuando empezo a dilatar, tal como le habia prometido. Era todo tan complicado que se habia convencido a si misma de que lo mejor seria dar a luz sola, pero ahora se arrepentia. Que Johan era el padre de su hijo era un hecho irrevocable, ?por que no dejar que la apoyara ahora? Su orgullo rayaba con la terquedad de una mula. Aqui estaba ella abandonada a su dolor y todo por su culpa. Habia tomado la decision de no permitir que el estuviera presente y compartiera con ella aquel momento. Habria podido cogerle la mano, tranquilizarla y masajearle la dolorida espalda.

Respiraba siguiendo las pautas que le habian ensenado en el curso de preparacion cuando estaba embarazada de Sara. Que diferencia. Olle y ella estaban tan felices entonces. Su rostro le cruzo por la mente. Habian practicado juntos la respiracion, se habian preparado durante varias semanas para superar el dolor de las contracciones y Emma le habia ensenado como queria que le diera el masaje.

– Es solo cuestion de minutos -dijo la enfermera con delicadeza humedeciendole a Emma la frente sudorosa con un pano.

– Quiero que venga Johan -gimoteo Emma-. El padre.

– Bien. ?Como puedo ponerme en contacto con el?

– Llamalo al movil, por favor.

La joven comprendio la situacion y salio corriendo. Volvio enseguida con un telefono inalambrico en la mano. Emma le dio el numero.

No sabia cuanto tiempo habia pasado cuando se abrio la puerta y vio aparecer la cara de Johan, tenso y preocupado. El le cogio la mano.

– ?Que tal?

– Perdona -le dijo antes de que le viniera una contraccion aun mas fuerte que le impidio seguir la conversacion. Le apreto la mano con todas sus fuerzas. «Me voy a morir, -penso-. Me muero.»

– Ya has dilatado del todo -explico la comadrona-. Ahora respira, respira. No puedes empezar a empujar aun.

Emma respiraba como un perro sediento. Los dolores del parto la desgarraban, obligandola a rendirse. Tuvo que esforzarse al maximo para no ceder.

– No empujes -repitio la comadrona.

En una neblina Emma vio como entraba el ginecologo y se sentaba alli abajo entre sus piernas abiertas. Ella tenia una sabana colocada encima, que le libraba, al menos, de tener que verlo. Habia pensado dar a luz de pie o, al menos, en cuclillas. Menuda broma. No le quedaban fuerzas en las piernas.

De vez en cuando, en medio de aquel estado de aturdimiento, Emma reparaba en la presencia de Johan a su lado, en la mano que le cogia la suya.

Perdio la nocion del tiempo y del espacio, oia su propia respiracion histerica, solo eso podia evitar que empujara. De pronto fue como si saliera despedido todo lo que podia expulsar su cuerpo. Comprendio vagamente que se lo habia hecho encima, sin inmutarse lo mas minimo. Aquello era una cuestion de vida o muerte.

– No empujes, no empujes.

Las insistentes palabras de la comadrona le resonaban en los oidos.

Emma escucho de pronto una voz que le parecio conocida. Habia entrado otra comadrona en la sala. Reconocio su acento danes de los partos anteriores.

– Ahora vamos a hacerlo de esta forma.

Emma dejo de preocuparse de lo que pasaba a su alrededor, habia caido en una especie de vacio en el que no sentia ningun dolor. Puede que fuera lo mejor morir aqui y ahora. Aquel pensamiento fue como una liberacion.

Nunca se esta tan cerca de la muerte como cuando se da vida, penso.

Aquella noche hacia un calor excepcional. El aire era pesado y la ventilacion en aquel edificio, de mas de cien anos, practicamente inexistente. El albergue juvenil de Warfsholm recordaba a las casas de los mayoristas del siglo XIX, pero originalmente se construyo como balneario. Estaba retirado, justo al lado del agua, y constituia un anexo del edificio principal, que incluia hotel y restaurante. Se encontraba situado en el cabo, unos cientos de metros mas alla.

Delante del albergue se extendia un cesped bien cortado, con algunos muebles de jardin, un pequeno aparcamiento y un bosque de enebros de casi dos metros de altura que crecia formando una especie de laberinto antes de que los canaverales y el agua tomaran el relevo. Por la parte de atras se alzaba sobre el agua un puente de madera de casi doscientos cincuenta metros de longitud que conducia hasta el puerto y la carretera que iba al centro comarcal de Klintehamn.

A aquella hora reinaban el silencio y la tranquilidad.

Los huespedes habian estado al fresco hasta tarde disfrutando de la calidez de la noche, pero ya se habian ido todos a la cama. El alumbrado exterior iluminaba los alrededores del edificio. No es que hiciera falta, en esta epoca del ano las noches eran claras, nunca oscurecia del todo.

El pasillo de la planta baja estaba desierto. Las puertas de las habitaciones estaban decoradas con sencillos

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