nacer unos treinta potrillos al ano.

– ?Que comen? -pregunto Kihlgard, al tiempo que su mirada se concentraba en la esquina de una bolsa con cochecitos de gominola, que luchaba por abrir; al fin claudico y abrio la esquina con los dientes.

– Les echan heno durante el invierno, el resto del ano comen hierba y lo que el bosque les ofrece. Solo los encierran un par de veces al ano, una para cuidarles los cascos, y la otra, en julio, con ocasion del concurso de premios de los caballos.

– ?Y que sentido tiene mantener a estos caballos, si estan ahi fuera todo el ano?

– Es para proteger la raza. El caballo de Gotland es la unica raza de pony autoctono que se conserva en Suecia. Tienen sus origenes en la Edad de Piedra. A principios del siglo XX estuvieron en peligro de extincion. Entonces empezaron a cuidarlos, y ahora la yeguada ha aumentado. Ahora hay alrededor de dos mil ejemplares en Gotland, y unos cinco mil en el resto de Suecia. Son unos caballos de monta muy populares. Como solo tienen unos 125 centimetros de alzada, son perfectos para los ninos. Tambien por su temperamento. Son caballos obedientes, dispuestos a trabajar y resistentes. Ademas, son buenos para el trote. Mi hermano tiene caballos aqui. Yo suelo acompanarlo el dia de los premios. Nos reunimos por la manana temprano, y unas treinta personas ayudamos a llevar los caballos juntos. Es una experiencia maravillosa -concluyo Karin con una expresion gozosa en los ojos.

Siguieron el viaje hablando de cosas sin importancia. Kihlgard les invito a gominolas, aunque la mayoria acabo en su propia boca. Karin Jacobsson apreciaba los conocimientos y el buen humor de Kihlgard. Estaba fascinada por sus habitos alimentarios, que eran, cuando menos, curiosos, Parecia comer a todas horas. Siempre tenia algo en la boca, y si no era asi era porque se disponia a comer o acababa de hacerlo. A pesar de ello, no tenia sobrepeso. Era un tipo de constitucion robusta.

Aunque no tenia nada en contra de Kihlgard, lo cierto es que Knutas empezaba a sentirse irritado con el. Era tan resuelto y agradable que enseguida se habia hecho popular entre los companeros de las dependencias. Y aunque era un buen tipo, se tomaba demasiadas libertades. Tenia que opinar acerca de todo y se metia en como el comisario dirigia el trabajo. Knutas habia notado que su colega trataba de solapar sus criticas y deslizar sus opiniones. Y aunque no queria reconocerlo, apreciaba en el una actitud como de hermano mayor. Los policias de Estocolmo pensaban, en el fondo, que ser policia en la pequena isla de Gotland era algo insignificante. ?Que ocurria alli? Estaba claro que los delitos que se cometian en la isla, en su mayoria robos y peleas de borrachos, no se podian comparar con los casos graves y complicados que se daban en Estocolmo. Y si ademas uno trabajaba en la Policia Nacional, era evidente que estaba mas cualificado y era mas inteligente. Habia una especie de autosuficiencia en Kihlgard que se traslucia, por muy amigable que se mostrara con todos. Knutas no se consideraba una persona orgullosa. Pero ahora empezaba a notar que habia iniciado una lucha por marcar su territorio. Y no le gustaba. Habia decidido hacer caso omiso y adoptar una actitud positiva hacia su colega, que tenia mas edad que el. Pero no siempre era tan facil. Sobre todo, porque el tio no paraba de estar siempre masticando ruidosamente algo. Ademas, ?por que se habia sentado en el asiento trasero con Karin? Un fulano tan corpulento deberia haberse sentado delante. Y, por si fuera poco, al parecer se lo estaban pasando en grande los dos alli atras. ?De que chismorreaban? El comisario sintio que su irritacion iba en aumento. Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando Kihlgard le ofrecio la bolsa con los tres miseros cochecitos de gominola que quedaban en el fondo.

– ?Quieres?

La carretera serpenteaba por el interior. Pasaron granjas, prados con vacas blancas y ovejas negras. En el patio de una finca, tres hombres corrian tras un cerdo enorme, que evidentemente se les habia escapado. Cruzaron Hemse, despues Alva y, por fin, Grotlingbo en el centro de la zona de Sudret, antes de enfilar la carretera que iba hacia el mar y hacia el cabo de Grotlingboudd.

Comentaron como iban a actuar cuando llegaran alli.

?Que sabian de Jan Hagman? En realidad, muy poco. Que estaba prejubilado y viudo desde hacia un par de meses. Dos hijos mayores. Interesado en las chicas jovenes. Al menos lo habia estado.

– ?Ha tenido historias con otras alumnas? -pregunto Karin.

– No, que sepamos. Aunque puede que las haya tenido, claro esta -contesto Kihlgard.

Cuatro grandes aerogeneradores dominaban el arido paisaje de Grotlingboudd. Prados cercados con paredes bajas hechas de piedra bordeaban la carretera que conducia hasta el mar. Las tipicas ovejas de Gotland, hannlamb, de lana gruesa y cuernos retorcidos, pastaban entre los bajos enebros, los pinos azotados por el viento y grandes bloques de piedra esparcidos aqui y alla. La finca de Hagman se encontraba casi en el extremo del cabo, con vistas sobre la bahia de Gansviken. Fue facil localizarla entre las pocas casas que habia alli fuera. Karin les indico el camino, puesto que ya habia estado antes alli.

No habian advertido su visita.

«Hagman» rezaba el letrero del buzon, escrito a mano. Aparcaron en el patio y salieron del coche. La finca constaba de una vieja casa de madera pintada de blanco, con las ventanas, los marcos de las puertas y las esquinas, de gris. Seguro que en su dia fue bonita. Ahora tenia la pintura desconchada.

Un poco mas lejos se veia un granero grande, que parecia a punto de derrumbarse en cualquier momento. «Ahi dentro fue donde se ahorco la mujer», penso Knutas.

Cuando se acercaban a la casa, observo que algo se movia detras de la cortina de una de las ventanas del piso superior. Subieron al porche medio podrido y llamaron. No habia timbre. Tres veces tuvieron que golpear antes de que la puerta se abriera. Un hombre, demasiado joven para ser Jan Hagman, aparecio en el vano de la puerta. Los miro con expresion inquisitiva.

– Hola…

Knutas se presento y presento a sus acompanantes.

– Buscamos a Jan Hagman -anadio.

La expresion atenta y agradable del hombre se transformo y reflejo inquietud.

– ?Que ocurre?

– Nada grave -le tranquilizo Knutas-. Solo queremos hacerle unas preguntas.

– ?Es sobre mama? Soy Jens Hagman, el hijo de Jan.

– No. Se trata de otro asunto completamente distinto -aseguro Knutas.

– Ah, ya. Jan esta cortando lena. Un momento. -Se volvio, tomo un par de zuecos y se los calzo-. Acompanadme. Esta al otro lado de la casa.

Dieron la vuelta a casa y oyeron los golpes ritmicos de un hacha. El hombre a quien buscaban estaba inclinado sobre el tajo, al parecer muy concentrado. Levanto el hacha y golpeo. La hoja hendio la madera, que se partio y cayo al suelo. El pelo recio le caia sobre la cara mientras trabajaba. Llevaba unos pantalones cortos y una sudadera de algodon. Tenia las piernas peludas y muy bronceadas ya. Los musculos de los brazos se le hinchaban cuando descargaba el golpe. Su jersey estaba manchado de sudor.

– ?Jan! La policia esta aqui y quiere hablar contigo -grito su hijo.

Knutas fruncio el ceno y penso que era extrano que el hijo insistiese en llamar a su padre Jan.

Jan Hagman dejo caer el hacha y la dejo a un lado.

– ?Que quereis? La policia ya ha estado aqui una vez -gruno malhumorado.

– Ahora no se trata de la muerte de su esposa, sino de otro asunto -respondio el comisario-. ?Podemos entrar y sentarnos?

El imponente Hagman se los quedo mirando en actitud expectante, sin decir nada.

– Si, ?verdad? -intervino el hijo-. Yo puedo preparar cafe.

Entraron en la casa. Knutas y Karin tomaron asiento en el sofa y Kihlgard se dejo caer en un sillon.

Permanecieron en silencio, observando a su alrededor. Era un cuarto sombrio en una casa sombria. Moqueta de color marron oscuro en el suelo, papel pintado de verde, tambien oscuro. Las paredes aparecian cubiertas de cuadros, la mayoria de animales en paisajes invernales. Corzos en la nieve, perdices en la nieve, alces y liebres en la nieve… Ninguno de los tres era un entendido en arte, pero apreciaron que no se trataba precisamente de ninguna obra de Bruno Liljefors. Una de las paredes estaba ocupada por rifles de distintos tipos. En un velador que tenia encima lo que parecia un tapete de ganchillo, Karin observo sobresaltada un periquito verde disecado en una percha.

Reinaba en la casa un ambiente silencioso y agobiante, como si las paredes susurrasen. Unas cortinas pesadas, con complicados pliegues, ocultaban la mayor parte de la luz de las ventanas. Los muebles, oscuros y

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