habia llamado. Con un sentimiento de frustracion, marco el numero del movil de su hermana, pero como en tantas otras ocasiones durante las ultimas semanas, solo pudo hablar con el contestador. Por enesima vez dejo un breve mensaje y colgo. ?Por que no contestaba? Erica empezo a meditar un plan tras otro para averiguar que pasaba con su hermana, pero todos se venian abajo al enfrentarse a su enorme cansancio. Se pondria a ello otro dia.
Lucas decia que salia a buscar trabajo, pero ella no lo creia ni por asomo. Mal vestido, sin afeitar y sin peinar; de ninguna manera. No se imaginaba que iria a hacer a la calle, pero era lo bastante sensata para no preguntar. No era bueno preguntar. Preguntar merecia un castigo. Preguntar implicaba duros golpes que dejaban en ella marcas visibles. La semana anterior no habia podido llevar a los ninos a la guarderia. Se le notaban tanto los cardenales de la cara que incluso Lucas comprendio que seria temerario hacerla salir.
Anna no dejaba de pensar en como acabaria aquello. Todo se habia malogrado tan rapido que, al recordarlo, le daba vueltas la cabeza. El tiempo pasado en el apartamento de Ostermalm con Lucas, siempre bien vestido y sereno, despidiendose para ir a su trabajo como agente de bolsa…, se le antojaba tan remoto. Recordaba que tambien entonces deseaba huir, pero ahora le costaba comprender por que. En comparacion con su actual existencia, no sabia como pudo parecerle tan mala aquella otra. Cierto que tambien entonces la golpeaba de vez en cuando, pero tambien hubo buenos momentos y todo era bonito y estaba bien organizado. Ahora, al verse en aquel pequeno piso de dos habitaciones, se sentia vencer por el peso de la desesperanza. Los ninos dormian en colchones extendidos en el suelo de la sala de estar y habia juguetes esparcidos por todas partes. No tenia fuerzas para recogerlos. Si Lucas volvia a casa antes de que hubiese logrado reunir la energia necesaria para ello, las consecuencias serian terribles. Pero ya ni le importaba.
Lo que mas la aterraba era ver en los ojos de Lucas que no habia rastro de vitalidad, que mentalmente los habia abandonado. El indicio de humanidad que antes reflejaban se habia esfumado, dando paso a algo mucho mas oscuro y peligroso. Lo habia perdido practicamente todo, y nada era tan peligroso como un ser humano que no tenia nada que perder.
Por un instante, considero la posibilidad de salir e ir a buscar ayuda. Recoger a los ninos de la guarderia, llamar a Erica y pedirle que fuese a buscarlos. O llamar a la policia. Pero no paso de ahi. Nunca sabia cuando volveria Lucas y, si llegaba justo cuando ella intentaba salir de su carcel, jamas tendria otra ocasion de huir ni quiza incluso de vivir.
De modo que se sento en el sillon junto a la ventana a mirar el patio. Poco a poco, iba dejando que su vida se perdiese en el ocaso.
17.
Fjallbacka, 1925.
Sus silbidos acompanaban el resonar del martillo contra el adoquin. Desde que nacieron los ninos, habia recuperado la alegria en el trabajo y acudia cada dia a la cantera con el convencimiento de que tenia por quien trabajar. Los pequenos eran cuanto siempre habia sonado. Solo tenian seis meses, pero ya controlaban su mundo y constituian su unico universo. La imagen de sus cabecitas pelonas y sus sonrisas desdentadas no le abandonaban en todo el dia, y se le alegraba el corazon y ansiaba la llegada de la tarde para poder ir a casa y estar con ellos.
Pensar en su esposa, en cambio, lo hacia perder momentaneamente el ritmo al golpear el granito. Aun parecia desligada de los ninos, pese a que ya habia pasado tanto tiempo desde el dificil parto en que estuvo a punto de morir. El medico le dijo que a algunas mujeres les costaba mucho recuperarse de semejante experiencia y que, en esos casos, podian tardar meses en aceptar al hijo o, como aqui, a los hijos. Anders habia intentado facilitarle las cosas a Agnes en todo lo que estaba a su alcance. Pese a lo largo y duro de sus jornadas, era el quien se levantaba a consolar a los pequenos si despertaban por la noche y, puesto que Agnes se negaba a darles el pecho, fue el quien se hizo cargo de alimentarlos. Para Anders era una felicidad darles de comer, cambiarlos y jugar con ellos. Al mismo tiempo, debia pasar muchas, muchas horas en la cantera, durante las cuales Agnes se veia obligada a cuidarlos. Aquello lo llenaba de preocupacion. No eran pocas las ocasiones en que, cuando llegaba a casa, se los encontraba sucios y llorando desesperados de hambre. El intento hablar con ella del tema, pero Agnes volvia la cabeza y se negaba a escuchar. Finalmente, fue un dia a casa de Jansson y le pregunto a Karin, su mujer, si ella podria ir de vez en cuando a ver como estaban. La mujer lo miro algo extranada, pero le prometio que lo haria. Anders le estaria eternamente agradecido por ello. Ya tenia bastantes obligaciones con lo suyo. Seguramente sus ocho hijos le exigian la mayor parte de su tiempo y, aun asi, le prometio sin dudar ocuparse de los dos suyos siempre que pudiese. Aquella promesa le quito de encima un peso indecible. En alguna ocasion creyo ver un extrano destello en los ojos de Agnes, pero desaparecia tan rapido que terminaba convenciendose de que serian figuraciones suyas. Sin embargo, alguna que otra vez evocaba ese destello mientras trabajaba en la cantera y entonces tenia que contenerse para no dejar el martillo y salir corriendo a casa, solo para asegurarse de que los ninos estaban jugando tranquilamente en el suelo, sonrosados y sanos.
Ultimamente aceptaba mas trabajo del habitual. De algun modo tenia que conseguir que Agnes estuviese mas satisfecha con su vida pues, de lo contrario, los haria infelices a todos. Desde que llegaron al barracon, ella insistia en que deberian alquilar algo en el pueblo, y Anders estaba resuelto a hacer cuanto estuviese en su mano para satisfacer su deseo. Si aquello dulcificaba ligeramente su actitud para con el y los ninos, sus largas jornadas de trabajo habrian valido la pena mas que de sobra. Ahora que Anders se encargaba del salario y de la compra, podian hasta ahorrar, aunque el menu era poco variado. Su madre no le habia ensenado mucho sobre cocina y, ademas, siempre compraba lo mas barato. Por otro lado, Agnes habia empezado a asumir, aunque a disgusto, algunas de las tareas propias de una esposa. Tras varios intentos ante los fogones, lo que cocinaba fue resultando comestible, de modo que Anders abrigaba cierta esperanza de no tener que hacerse cargo de la cena en un futuro no muy lejano.
Si conseguian mudarse mas cerca del centro de Fjallbacka, con algo mas de vida social y movimiento, seguro que todo empezaria a ir mejor. Tal vez incluso pudiesen retomar su vida marital, que ella llevaba negandole mas de un ano.
La piedra se dividio ante sus ojos en un corte perfecto, justo en el centro. Lo tomo por un buen presagio: su plan lo conduciria por el camino adecuado.
El tren entro en el anden a las diez y diez. Mellberg llevaba media hora esperando. Varias veces estuvo a punto de darse media vuelta con el coche y marcharse, pero no habria servido de nada. Habria ido preguntando por el y todo el mundo habria empezado a murmurar. Mas valia enfrentarse a la incomoda situacion de una vez por todas. Al mismo tiempo, no podia ignorar el hecho de que, de vez en cuando, sentia ciertas ansias. Al principio no lograba identificar la sensacion. Para el era tan insolito sentir deseos de algo, lo que fuera, que le llevo un buen rato caer en la cuenta de que era. Cuando por fin lo comprendio, quedo sorprendido.
No lograba estarse quieto, de puro nerviosismo, mientras esperaba la llegada del tren al anden. Cambiaba de postura sin cesar y, por primera vez en su vida, lamento no ser fumador para poder calmar los nervios con un cigarrillo. Antes de salir de casa, echo una mirada anorante a la botella de Absolut, pero logro contenerse. No queria oler a alcohol la primera vez que lo veia. La primera impresion era importante.
Despues, otra vez se le vino a la cabeza la misma idea. ?Y si no era verdad lo que ella le decia? Resultaba desconcertante no saber que esperaba exactamente: que fuese verdad o que no lo fuese. Habia cambiado de idea infinidad de veces, pero ahora se inclinaba por desear que el contenido de la carta fuese cierto. Por raro que le resultase.
Un silbido distante aviso de la inminente llegada del tren procedente de Gotemburgo. Mellberg dio un respingo que hizo que la porcion de cabello que llevaba enrollada sobre la cabeza se deslizase hasta taparle la oreja. Con mano rauda y experta, volvio a colocarla en su lugar, comprobando que quedaba como debia. No queria empezar haciendo el ridiculo.
El tren entro en el anden a tal velocidad que, por un instante, creyo que no iba a detenerse, que seguiria