cama.
Van Veeteren asintio. Era un sitio raro. Como estar en una calida jaula de cristal flotando libremente sobre el mundo. Viendolo todo y, sin embargo, completamente aislados.
Asi escribire yo mis memorias, penso.
– ?Que era lo que queria usted saber, comisario?
El se dejo retrotraer a la realidad de mala gana.
– Senorita Lingen -empezo-, usted conocio a Eva Ringmar en la epoca del instituto, si no recuerdo mal. Esta vez lo que mas me interesa es aquella epoca. Veamos, eso fue en…
– Muhlboden. En el instituto de bachillerato…
– ?Eran del mismo curso?
– Si. De 1970 a 1973. Hicimos la revalida en mayo…
– ?Es usted de Muhlboden?
– De un pueblecito cercano…, iba a clase en autobus.
– ?Y Eva Ringmar?
– Igual. Ella vivia en Leuwen, no se si usted conoce ese pueblo.
– He estado alli -dijo Van Veeteren.
– Eramos muchos los que llegabamos de fuera, el instituto era bastante grande. Era el unico en todo el distrito, me parece.
– ?La conocia usted bien?
– Nada en realidad… no nos tratabamos. Nunca fuimos de la misma pandilla… ya sabe usted como son esas cosas. Uno va al mismo curso, esta en la misma clase todos los dias, pero de la mayoria uno no tiene la menor idea.
– ?Sabe usted si… si Eva tenia algun chico por aquella epoca, alguien con quien saliera mas a menudo?
Que expresion mas tonta, penso al decirlo.
– He pensado acerca de ello -dijo Beate Lingen-. Recuerdo que hubo una historia en tercero… el ultimo ano, en el trimestre de otono… fue un chico que sufrio un accidente. No iba a nuestro curso, creo que era un poco mayor, pero tengo la impresion de que Eva tuvo algo que ver con ello de alguna manera.
– ?Como?
– Pues no lo se… creo que fue en relacion con una fiesta… unas cuantas chicas de nuestro curso asistieron y hubo un accidente.
– ?Que clase de accidente?
– El chico aquel murio. Se cayo por un precipicio… estaban en una casa de verano junto a Kerran… hay bastantes corrimientos alli… me parece que le encontraron por la manana. Supongo que habrian bebido bastante tambien…
– Pero no esta segura de que Eva estuviera alli o no.
– Si, si, seguro que estuvo alli… tengo la impresion de que trataron de silenciar toda la historia. Nadie queria hablar de lo ocurrido. Como si… como si fuera algo vergonzoso, casi.
– ?Y fue un accidente?
– ?Que? Si, si, claro.
– ?No hubo nunca ninguna… sospecha?
– ?Sospecha? No, ?por que iba a haber sospecha?
– Da lo mismo -dijo Van Veeteren-. Senorita Lingen, ?hablo usted con Eva Ringmar en alguna ocasion de este suceso?… Mas tarde, me refiero. En Karpatz o mientras tuvieron ustedes contacto aqui en la ciudad.
– No, nunca. En Karpatz nunca tuvimos contacto en realidad. Nos vimos un par de veces, solamente, ya que habiamos ido al mismo curso. Mas como una obligacion, casi, ella ya salia con alguien, creo, yo tambien…
– Y ahora en Maardam. ?Solian hablar de la epoca del bachillerato?
– No, la verdad es que no. Tal vez mencionamos a algun profesor… pero nos habiamos movido… en diferentes ambientes, por asi decir. No habia mucho de que hablar.
– ?Tuvo usted la impresion de que Eva Ringmar evitaba hablar… del pasado?
Ella tuvo un momento de vacilacion.
– Si… -dijo lentamente-, puede que si.
Van Veeteren se quedo callado un rato.
– Senorita Lingen, tengo el mayor interes en saber ciertas cosas de esa epoca… de la epoca del bachillerato en Muhlboden. ?Cree usted que seria posible darme el nombre de alguien cercano a Eva Ringmar… alguien que sepa mas que usted de ella? Y si son dos, mejor.
Beate Lingen se quedo pensando.
– Grete Wojdat -dijo al cabo de un rato-. Si, Grete Wojdat y Ulrike deMaas. Eran amigas, lo se. Ulrike era del mismo lugar ademas, me parece… de Leuwen. En todo caso cogian el mismo autobus para ir al instituto.
Van Veeteren anoto los nombres.
– ?Tiene usted idea de donde se encuentran ahora? -pregunto-. ?De si se han casado y han cambiado de nombre, por ejemplo?
Beate Lingen volvio a reflexionar.
– De Grete Wojdat no tengo la menor idea. Pero Ulrike… a Ulrike deMaas me la encontre hace unos anos. Vivia en Friesen… casada, pero creo que conservaba su nombre de soltera…
– Ulrike deMaas -dijo Van Veeteren, y subrayo con dos trazos el nombre-. Friesen…, ?le parece a usted que puede valer la pena hacer un intento?
– ?Como quiere que lo sepa, comisario? -Le miro asombrada-. Si no tengo la menor idea de lo que anda buscando…
Me parece que puede usted dar gracias a Dios por ello, senorita Lingen, penso Van Veeteren.
Cuando salio se habia hecho de noche y el viento soplaba mas fuerte. En la parada del autobus vociferaba un grupo de hinchas de futbol con bufandas y gorros rojiblancos. Van Veeteren decidio regresar paseando.
Paso por el barrio de Deijkstraa y por las pampas, la zona llana que estaba debajo del bosque de la ciudad, donde hacia anos habia empezado su accidentada carrera como policia. En la esquina de Burgerlaan y Zwille se quedo parado un rato contemplando el deteriorado edificio que estaba junto a Ritmeeterska, la fabrica de cerveza.
Estaba exactamente igual que lo recordaba; la fachada maltrecha y cuarteada, el yeso desconchado. Hasta las obscenas pintadas a la altura de la calle parecian heredadas de otros tiempos.
En las dos ventanas aquellas del tercer piso, la luz estaba apagada, exactamente igual que una suave y perfumada noche de verano de hacia veintinueve anos cuando Van Veeteren y el inspector Munck forzaron la entrada del piso, despues de recibir una histerica llamada telefonica. Munck entro primero dando tumbos y recibio la rafaga de disparos del senor Ocker en el vientre. Van Veeteren, sentado en el suelo del vestibulo, le sostuvo la cabeza mientras se desangraba. El senor Ocker yacia tres metros mas alla en el interior del piso, con el cuello atravesado por los disparos de Van Veeteren.
La senora Ocker y la hija de cuatro anos de la pareja fueron encontradas mas tarde por el personal de la ambulancia, estranguladas y escondidas en un armario ropero del dormitorio.
Van Veeteren intento recordar cuando habia tenido noticias de Elisabeth Munck. Debia de hacer muchos anos; a pesar de ello casi se habia convertido en su amante en un intento desesperado de reparar y enderezar sus propios sentimientos de culpabilidad.
Continuo andando a paso lento por el puente de Alexander, mientras pensaba en que era lo que le habia hecho elegir precisamente ese camino. El recuerdo de la calle Burgerlaan numero 35 no necesitaba ciertamente ser alimentado para mantenerse vivo.
Pasaban unos minutos de las cinco y media cuando entro en su despacho del cuarto piso y al cabo de un cuarto de hora habia localizado a Ulrike deMaas. Habia hablado con ella y tenia una cita para el dia siguiente.
Luego telefoneo al garaje y encargo el mismo coche que el domingo anterior. Cuando termino, apago la luz y se quedo un rato sentado en la oscuridad con las manos enlazadas detras de la nuca.
Era sorprendente como todo, de pronto, parecia encajar.
Igual que si alguien moviera los hilos, penso.
No era un pensamiento nuevo y, como de costumbre, lo aparto de si.