Ruger se sono.

– Yo no presupongo nada. Y menos mal que su conducta es tan estupida que, probablemente, va a reportarle mas ventajas que inconvenientes.

– ?Que quiere decir?

– Usted ahoga a su mujer en la banera. Logra cerrar la puerta desde fuera, se desnuda y se acuesta y se olvida de todo. Por la manana se despierta, entra en el cuarto de bano rompiendo la cerradura y la encuentra… se toma un par de tabletas contra el dolor de cabeza, telefonea a la policia y empieza a lavar ropa…

Mitter se puso de pie y fue hasta la cama. Un cansancio repentino se habia apoderado de el, de pronto su deseo mas intenso era que el abogado desapareciera y que le dejara en paz.

– Yo no la mate.

Se estiro en la cama.

– No, usted en todo caso no lo cree. ?Sabe usted que no me parece imposible que le hagan someterse a un reconocimiento psiquiatrico? ?Como se lo tomaria usted?

– ?Quiere decir que no pueden obligarme?

– No si no hay razones suficientes.

– ?No las hay, pues?

El abogado se habia levantado y estaba poniendose el abrigo.

– Dificil de decir… dificil de decir. ?Que piensa usted?

– No tengo ni idea.

Cerro los ojos y se encogio contra la pared. De lejos oyo que el abogado decia algunas cosas mas, pero el cansancio se habia convertido en un vertiginoso y profundo abismo en el que se dejo caer sin resistencia.

5

El comisario Van Veeteren no estaba resfriado.

Tenia en cambio cierta tendencia a coger depresiones cuando hacia mal tiempo y, como llevaba lloviendo casi sin interrupcion diez dias, la melancolia habia tenido mucho tiempo para echar raices en el.

Cerro la puerta y puso en marcha el coche. Puso el magnetofono.

El concierto para mandolina de Vivaldi. Como de costumbre, algo fallaba en uno de los altavoces. El sonido se iba a veces.

No era solo la lluvia. Habia otras cosas tambien.

Su mujer, por ejemplo. Por cuarta o quinta vez -no estaba seguro del numero exacto- estaba camino de volver con el. Hacia ocho meses que se habian separado de forma irrevocable, por ultima vez, y ahora ella empezaba a telefonear de nuevo.

Todavia no habia entrado en materia, pero el se daba cuenta de por donde iban las cosas. Seguro que para Navidad tendria que contar con compartir hogar y colchon.

De nuevo.

Lo unico que podria impedirlo seria que el dijera «no, gracias», pero claro que tampoco esta vez habia nada que permitiese deducir tal cosa.

Salio a la autovia de Kloisterlaan y saco un palillo del bolsillo del pecho. La lluvia caia incansablemente y el cristal delantero se empano. Como siempre. Lo seco con la manga del abrigo y por un instante la visibilidad fue nula.

Voy a matarme, penso de repente, pero no paso nada. Tiro mecanicamente de las palancas de la ventilacion y puso el regulador. La corriente de aire caliente en los pies se intensifico.

Deberia tener un coche mas comodo, se le ocurrio pensar.

No era una idea nueva.

Bismarck estaba enferma, ademas.

Desde que su hija Jess habia cumplido doce anos habia cargado con la pesada newfoundland, pero ahora la perra no hacia mas que estar tumbada delante de la nevera vomitando algo amarillento y maloliente que el tenia que ir a casa a limpiar varias veces al dia.

La perra, pues. No la hija.

Jess estaba, era de esperar, mucho mejor. Tenia veinticuatro anos, o tal vez veintitres; vivia lejos, en Borges, con nuevos perros, un marido que arreglaba dientes y unos hijos gemelos que estaban aprendiendo a andar y a decir palabrotas en otro idioma. Los habia visto a principios de las vacaciones y no pensaba tener que caerles encima otra vez antes de Ano Nuevo.

Tenia tambien un hijo. Erich.

Bastante mas cerca, por cierto. En la carcel de Linden, para ser precisos, donde cumplia una condena de dos anos por contrabando de drogas. En lugar seguro. Si Van Veeteren queria, podia visitarle todos los dias… no tenia mas que sentarse en el coche y conducir veinte kilometros siguiendo los canales, mostrar el carnet de identidad al vigilante y entrar. Erich estaba alli; no tenia posibilidad ninguna de escaparse de el, y con solo llevarle unos cigarrillos y unos periodicos, tampoco solia rechazarle demasiado.

Aunque a veces le resultaba dificil encontrar sentido a estar alli sentado contemplando al delincuente de su hijo.

Bajo la ventanilla para respirar un poco. Una nube de gotas le cayo sobre el muslo.

?Que mas?

El pie derecho, claro.

Se lo habia torcido durante el partido de badminton del dia anterior contra Munster. Iban 6-15, 3-15 y tuvieron que dejarlo por lesion cuando estaban 0-6 en el tercer juego… claro que eran cifras que hablaban por si solas. Esta manana le habia costado bastante ponerse el zapato y, cada paso que daba, le dolia. La vida, desde luego, era una gozada.

Doblo con cuidado los dedos del pie y se pregunto vagamente si no deberia haber ido a que le hicieran radiografias, pero era un falso pensamiento, lo sabia. No tenia mas que acordarse de su padre, un estoico que se habia negado a ir al hospital con una pulmonia doble, porque le parecia que eso era cosa de mujeres.

Murio dos dias mas tarde, en su cama, con la orgullosa certeza de no haberle costado un centimo al seguro de enfermedad y de no haber permitido que una gota de medicina llegara a sus labios.

Llego a los cincuenta y dos anos.

No llego al dia en que el hijo cumplio dieciocho anos.

Y ahora ese profesor de instituto.

De mala gana dirigio sus pensamientos al trabajo. En realidad, el caso no carecia de interes. Al contrario. Si no fuera por todo lo demas y por la maldita lluvia, podia incluso reconocer que habia un grano de emocion en el.

Y es que no estaba seguro.

Nueve veces de diez lo estaba. Incluso mas, para ser sinceros. Van Veeteren sabia si tenia delante o no al autor de los hechos por lo menos diecinueve veces de veinte.

No habia por que avergonzarse de ello. Siempre habia alli una infinidad de pequenisimos signos que senalaban una direccion u otra… y con los anos habia aprendido a interpretar esos signos. No era que los comprendiera uno por uno, pero daba igual. Lo importante era que veia la imagen. Entendia el dibujo.

No habia dificultades, en realidad no tenia que esforzarse.

Encontrar luego pruebas, construir algo que pudiera sostenerse durante un proceso, eso era otra cosa. Pero el conocimiento, el saber, no le fallaba nunca.

Lo quisiera o no. El interpretaba las senales que el sospechoso emitia; las leia como si estuvieran en un libro, como un musico capaz de percibir una melodia a traves de un hormigueo de notas, como un profesor de matematicas que corrige un calculo erroneo. No era nada especial, pero era, naturalmente, un arte. Nada que se

Вы читаете La tosca red
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату