documentacion? ?Un soneto? ?Un fuego fatuo?
Terminado. Muerto, pero no llorado.
Final del panegirico. Del parentesis.
El comisario arrastro la silla. El se sobresalto. Seguro que era… seguro que tenia que ser la paralisis, el estado de shock, lo que llevaba sus pensamientos por esos derroteros. Que lo desgarraban todo, que le hacian imposible entender lo que habia ocurrido. ?Lo que le habia ocurrido a el…?
– ?No tengo razon?
El comisario escupio el escarbadientes y se saco otro del bolsillo del pecho.
– Si, claro. Me canse de ella y la ahogue en la banera. ?Por que iba a echarla de menos?
– Bien. Exactamente lo que yo pensaba. Vamos a pasar a otra cosa. Tenia un cuerpo muy bonito, ?no?
– ?Por que pregunta eso?
– Yo pregunto lo que me parece. ?Era fuerte?
– ?Fuerte?
– ?Era fuerte? ?Le resulta mas facil si repito cada pregunta varias veces?
– ?Por que quiere saber si era fuerte?
– Para poder desechar la posibilidad de que la ahogara un nino o un minusvalido.
– No era especialmente fuerte.
– ?Como lo sabe? ?Solian pegarse?
– Solo cuando nos aburriamos.
– ?Tiene usted facilidad para recurrir a la violencia, senor Mitter?
– No, no tiene que preocuparse.
– ?Puede darme seis candidatos?
– ?Que?
– Seis candidatos que puedan haberla matado, si no fue usted quien lo hizo.
– Ya he propuesto a muchas personas…
– Quiero saber si recuerda cuales ha mencionado.
– No entiendo por que.
– No importa. No me hago muchas ilusiones acerca de su entendimiento.
– Gracias.
– De nada. Voy a explicarle… diga si voy muy deprisa. De cada diez casos, en siete es el marido el que mata a su mujer. En dos de diez es alguien del circulo de conocidos.
– ?En el decimo?
– Es alguien ajeno… un loco o un asesino sexual.
– ?No considera locos a los asesinos sexuales?
– No necesariamente. ?Y bien?
– ?Nuestros enemigos pues?
– O los de ella.
– No teniamos muchas relaciones… ya he hablado de esto…
– Lo se. Dejaron de ver a la mayoria de sus amigos cuando empezaron su relacion… ?no? ?Deme seis nombres y tendra usted un cigarrillo! Asi hacen ustedes en la escuela…
– Marcus Greijer.
– ?Su ex cunado?
– Si.
– Al que usted no puede ver. Siga.
– Joanna Kemp y Gert Weiss.
– Colegas. ?Lenguas y ciencias sociales?
– Klaus Bendiksen.
– ?Que es?
– Amigo. Andreas Berger.
– ?Y ese?
– Su ex marido. ?Otro?
El comisario afirmo con la cabeza.
– Uwe Borgmann.
– ?Su vecino?
– Si.
– Greijer, Kemp, Weiss… Bendiksen, Berger y… Borgmann. Cinco hombres y una mujer. ?Por que ellos precisamente?
– No se.
– Anteayer me dio usted una lista de -saco un papel y conto con rapidez- veintiocho nombres. Andreas Berger no figura en la lista, pero los demas si. ?Por que ha escogido justamente a estos seis?
– Porque usted me lo ha pedido.
Mitter encendio un cigarrillo. La ventaja del comisario ya no era tan grande, se notaba claramente… aunque a lo mejor solo habia aflojado un poco para que se delatase.
?Delatar que?
Van Veeteren miro airadamente el cigarrillo y apago el magnetofono.
– Le dire las cosas como son. Hoy he recibido el informe medico definitivo y queda completamente excluida la posibilidad de que ella se haya matado. Quedan tres posibilidades: una, que usted la haya matado; dos, que lo haya hecho alguna de las personas de su lista, bien una de las seis que acaba de enumerar o alguna de las otras; tres, que haya sido victima de un asesino desconocido.
Hizo una pequena pausa mientras se quito el palillo y lo miro fijamente. Al parecer aun no estaba completamente masticado porque volvio a ponerselo entre los dientes delanteros.
– Personalmente creo que fue usted quien lo hizo, pero reconozco que no estoy seguro de ello…
– Le doy las gracias.
– En cambio estoy bastante convencido de que el tribunal va a declararle culpable. Quiero que lo sepa y, en lo referente a sentencias, no me equivoco casi nunca.
Se puso de pie. Metio el magnetofono en el maletin y llamo al guardia.
– Si el abogado este se dedica a hacerle creer otra cosa es porque trata de hacer su trabajo… no se haga ilusiones. Yo ya no pienso molestarle mas. Nos veremos en el juicio.
Por un instante Mitter penso que iba a estrecharle la mano, pero hubiera sido absurdo. En lugar de ello, el comisario le volvio la espalda y, aunque pasaron dos minutos hasta que aparecio el guardia, permanecio de pie inmovil con la mirada fija en la puerta de acero.
Como si fuera en un ascensor. O como si Mitter hubiera dejado de existir en el mismo instante en que dio por terminada la conversacion.
7
Elmer Suurna limpio una mancha imaginaria de la superficie de la mesa con la manga de la americana. Al mismo tiempo echo una mirada a traves de la ventana y deseo que fueran las vacaciones de verano.
O al menos las de Navidad.
Sin embargo, era octubre. Suspiro. Desde que quince anos atras accediera al puesto de director del instituto Bunge, habia tenido un deseo. Uno solo.
Tener la hermosa superficie de la mesa de roble rojizo, brillante y limpia.
Cuando era mas joven, mientras todavia ejercia como profesor adjunto, el objetivo habia sido otro: ?Que hagan lo que hagan, no alteren mi serenidad! Fue despues de verse obligado a reconocer que ese deseo se frustrase a diario y a cada rato cuando Elmer Suurna decidio apostar por la carrera hacia la direccion escolar. Convertirse en director, sencillamente.