aprendiera sin mas ni mas, ni nada que pudiera ensenarse; era un talento, simplemente, que habia conseguido despues de muchos y largos anos en el cuerpo.

Claro que era un don, cono, y no se habia hecho merecedor de el en absoluto.

Ni siquiera sabia agradecerlo.

Sabia muy bien que era el que mejor dirigia los interrogatorios en todo el distrito, quizas en todo el pais, pero hubiera renunciado con gusto a ello si le fuera concedido dar una paliza memorable a Munster al badminton.

Una sola vez, al menos.

Y claro que le habian ascendido a comisario gracias a ese talento, a pesar de que habia otros que tenian mucho mas interes por el puesto que dejo el viejo Mort cuando se jubilo.

Y claro que era por eso por lo que el jefe de policia rompia una vez tras otra todas las renuncias y las tiraba a la papelera.

Van Veeteren tenia que permanecer en su puesto.

Poco a poco habia ido conformandose con su destino. Tal vez fuera lo mejor; al correr de los anos se le iba haciendo mas dificil imaginarse cualquier otro oficio que no se hiciera inmediatamente imposible.

?Por que ser un jardinero o un conductor de autobus deprimido cuando se puede ser un comisario de policia deprimido, como dijo Reinhart en alguno de sus momentos mas luminosos?

Pero ?como era aquello?

En diecinueve casos de veinte estaba seguro.

En el caso numero veinte tenia dudas.

?En el caso veintiuno?

Una vieja cantinela surgio en su cabeza.

Diecinueve jovencitas…

Tamborileo con los dedos en el volante tratando de rescatar la continuacion de las tinieblas de la memoria.

… ?puso el teniente a sus pies?

Parecia un disparate, pero daba lo mismo. ?Y luego?

Diecinueve jovencitas puso el teniente a sus pies.

La numero veinte le dio…

?Calabazas?, penso Van Veeteren. ?Esperanzas? No, no era probable.

La numero veinte le dio calabazas.

?La numero veintiuno le quito la vida!

?Que chorrada! Escupio el palillo y torcio delante de la Policia. Como de costumbre tuvo que hacerse fuerte antes de apearse del coche; este era sin duda uno de los tres edificios mas feos de la ciudad.

Los otros dos eran el instituto Bunge, donde el habia hecho la revalida en su tiempo y donde trabajaba el Mitter ese, y Klagenburg 4, el cuartelario edificio de viviendas donde Van Veeteren vivia desde hacia seis anos.

Abrio la portezuela y busco un paraguas en la parte de atras, pero entonces se acordo de que lo habia puesto a secar en el rellano de la escalera de su piso.

6

– Buenas tardes.

La puerta se cerro tras el comisario. Mitter miro hacia otro lado. Excepcion hecha de su ex suegro y del profesor de fisica y quimica, Jean-Christophe Colmar, Van Veeteren era seguramente la persona mas antipatica que se habia tropezado en su vida.

Cuando se hubo sentado a la mesa mordisqueando su sempiterno palillo, a Mitter se le ocurrio que daba igual confesarlo todo. Solo para librarse de el.

Solo para que le dejaran en paz.

Probablemente no era tan sencillo. Van Veeteren no se dejaria enganar. Alli estaba sentado como si de una tormenta amenazadora y maligna se tratara con su pesado torso inclinado sobre el magnetofono. Tenia la cara surcada por pequenas venas azules reventadas y su gesto era tan expresivo como el de un sabueso petrificado. Lo unico que se movia era el escarbadientes que pasaba lentamente de una comisura de la boca a la otra. Era capaz de hablar sin mover los labios, leer sin cambiar la mirada, bostezar sin abrir la boca… era mucho mas una momia que una persona de carne y hueso.

Y sin duda alguna, un policia muy eficaz.

No parecia improbable que el comisario se enterase de lo que pasaba con la posible culpabilidad de Mitter mucho antes de que el mismo supiera nada.

El volumen de voz de Van Veeteren se modulaba entre dos cuartos de tono justo por debajo del do menor. El mas alto marcaba pregunta, duda o burla. El mas bajo constataba.

– No ha recordado usted nada nuevo -constato-. ?Quiere hacer el favor de apagar ese cigarrillo? No he venido a que me envenenen.

Puso en marcha el magnetofono. Mitter apago el cigarrillo en el lavabo. Volvio a la cama y se tumbo de espaldas.

– Mi abogado me ha desaconsejado que conteste a sus preguntas.

– ?De veras? Haga lo que quiera, de todas maneras le descubrire. Seis horas o veinte minutos, a mi me da igual… dispongo de tiempo.

Se callo. Mitter presto atencion al sistema de ventilacion y espero. El comisario permanecio inmovil.

– ?Echa de menos a su esposa? -dijo al cabo de unos minutos.

– Naturalmente.

– No le creo.

– Eso a mi me da igual.

– Vuelve usted a mentir. Si le da igual lo que yo pienso, ?por que andar con esas mentiras estupidas? ?Trate de ser un poco inteligente, hombre!

Mitter no contesto. El comisario volvio al tono bajo.

– Usted sabe que tengo razon. Quiere meterme en la cabeza que echa de menos a su esposa. Pero no la echa de menos y usted sabe que yo lo se. Si dice las cosas como son, al menos no tendra que avergonzarse ante si mismo.

No era una critica. Solo una constatacion de los hechos. Mitter guardo silencio. Miro al techo. Cerro los ojos. Quiza fuera mejor seguir consecuentemente el consejo del abogado. Si no decia ni una palabra y evitaba todo contacto visual, malo seria que…

Bajo los cerrados parpados, se hizo evidente otra cosa.

Surgio otra cosa que le puso contra la pared. Siempre era algo.

?No tenia Van Veeteren razon despues de todo?

La pregunta se le quedo grabada.

?No la echa usted de menos?

Ciertamente, si el supiera. Se le habia metido dentro de su vida.

Habia echado abajo una puerta abierta, lanzandose como una princesa oscura, y se habia apoderado de el violentamente. Y hasta que punto.

Se habia apoderado de el, le habia tenido… y habia desaparecido.

?Era eso lo que parecia?

Si que podia contarse de ese modo y, si empezaba a poner palabras y nombres a las cosas, no habria punto de retorno… en el capitulo catorce de su vida aparecio Eva Ringmar. Entre las paginas 275 y 300, aproximadamente, interpretaba el papel protagonista dejando a oscuras todo lo demas; diosa del amor… la pasion absoluta… y desaparecio luego, aun viviria una especie de vida entre lineas, pero pronto quedaria en el olvido. Habia sido todo tan intenso que estaba condenado a terminar. ?Un episodio que anadir a la

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