Como de costumbre, se detuvo en el puente Ny y miro fijamente hacia abajo, al agua del rio Fyris. A pesar del frio severo, durante gran parte de diciembre habia un cauce abierto en medio del rio. Ahi Vincent Hahn descansaba la vista durante unos minutos antes de cruzar el puente. De nuevo tuvo la sensacion de caminar por un pais distinto al que lo habia visto nacer, en el que ninguna de las personas que lo habitaban lo conocia, donde los edificios habian sido levantados por manos extranas y con palabras que no entendia. Presto atencion a las personas que se encontraba, intento leer algo en sus ojos, pero la mayoria apartaban rapidamente la mirada o solo tenian ojos para ellos mismos.
Levanto la mano y cruzo la calle sin preocuparse de que estuviera resbaladizo y de que a los coches les seria dificil frenar. Alguien le grito palabras que no entendio. Estaban enfadados con el, lo podia ver. Saco un cuchillo que habia cogido en casa de Vivian. Un par de quinceaneros gritaron, se dieron la vuelta y salieron corriendo.
Repitio la maniobra, se puso en medio de la calle. Un coche tuvo que frenar en seco, derrapo hacia un lado y estuvo a punto de chocar con un taxi aparcado. El taxista se bajo y le grito algo. Vincent agito el cuchillo.
Se dirigio hacia la plaza Sankt Eriks. Una pareja mayor vendia decoracion navidena y guirnaldas. Se detuvo y miro los oropeles. Habia pocos clientes y lo miraron expectantes.
– No tengo un hogar de verdad -explico.
– Mirar no cuesta nada -repuso la mujer.
El hombre, que lucia un colosal gorro de piel, se quito uno de sus guantes de cuero, cogio una bolsa de caramelos caseros de la mesa y se la tendio.
– Tampoco tengo dinero -insistio Vincent.
– Coja uno, le vendra bien algo dulce -dijo la mujer-. Estan mezclados.
El hombre asintio con la cabeza. La mano con la bolsa temblaba un poco. Vincent miro la ancha mano, las venas azul oscuro de su dorso formaban un poderoso dibujo. Las unas eran gruesas, fuertemente curvadas y algo amarillentas.
– Ha tenido una apoplejia -explico la mujer-. No puede hablar.
– Es lo mas bonito que me han regalado -dijo el.
La mujer asintio con la cabeza. Sus ojos eran verde azulado con un ligero tono grisaceo en la cornea. Aparte de algunas manchas marrones en una de sus mejillas, su piel era completamente lisa y juvenil. Vincent penso que, en algun tiempo, ella tuvo que haber reido mucho.
Se acerco una joven pareja que ojeo entre las guirnaldas.
– Tienen unos caramelos buenisimos -indico Vincent.
La mujer joven lanzo una rapida mirada y sonrio.
– Nos llevamos uno de estos -dijo, y sostuvo una guirnalda de ramas de arandano.
Vincent abandono el puesto y siguio deambulando, sin rumbo fijo y con un vacio cada vez mas grande en su interior. Lo habia sentido muchas veces antes. Como un agujero negro, incomprensiblemente oscuro y profundo, donde los pensamientos tanto surgian como se ahogaban. Sentia como si estuviera atrapado en un torbellino que lo empujaba hacia el interior de si mismo.
Probo a decir algo y resono en su cabeza. El mareo iba y venia. Tomo otro caramelo. Se quedo parado frente a un escaparate que exhibia articulos para una vida sexual mas rica. La gente entraba y salia con tranquilidad, cargando paquetes coloridos, le echaban una ojeada y sonreian.
?Adonde podria ir? Las piernas apenas le sostenian. Los caramelos le proporcionaron un poco de energia, pero en cualquier lugar al que se dirigia surgian nuevos obstaculos. Cada vez habia mas personas en la acera, la aglomeracion se hizo mayor y el se golpeaba constantemente con la gente y sus paquetes. Era como si lo empujaran por todos lados.
Cuando por fin se decidio a ir de nuevo a la parte este, se encontro a un hombre disfrazado de Papa Noel que intento detenerlo con una oferta para dar un paseo en trineo por el casco antiguo de Uppsala. Doscientas noventa coronas por apenas un hora. Cogio un folleto y continuo. El mareo desaparecio. Se apoyo contra una pared y la angustia lo asalto como un ejercito de jinetes negros. Se protegio, levanto los brazos hacia el rostro y grito algo al viento.
Una hora despues llego la policia. La habia llamado el dueno de una galeria de arte. Habia estado observando a Vincent un rato, mirando la nieve caer sobre el. Era una bonita escena: la composicion, el hombre vestido de negro, el gorro bien calado, la postura encogida contra la pared, como si tuviera miedo de los golpes de los transeuntes que pasaban a su lado con sus paquetes navidenos en las manos, la nieve que caia lentamente…; todo junto creaba una imagen de una evidente autenticidad. «Esto ocurre aqui y ahora.» El galerista estaba dentro, en el calor, con las miniaturas expuestas en la pared. La gente entraba y salia, se intercambiaban saludos navidenos.
Al mismo tiempo era un recordatorio sobre la intemporalidad de la pobreza. Por aquella calle habian pasado miles de indigentes. Habian llegado a la ciudad por la puerta norte, huyendo del hambre y de los desalmados terratenientes, buscando alivio. En tiempos de plagas habian tomado el camino opuesto, alejandose de las chabolas y el hedor.
Podia ser cualquier ciudad nordica. El galerista vio al excluido como un recuerdo de las limitaciones del arte contemporaneo, pero tambien de sus posibilidades. Para la pintura clasica se trataria de un tipico cuadro de genero; para el artista de video, un motivo desafiante.
Pero la estetica tuvo que dar paso a la compasion. Llamo a la policia, que aparecio media hora despues. El galerista salio a la calle. Los dos policias no apreciaron las calidades artisticas; la mision era la recogida rutinaria de un borracho, quiza una persona enferma.
El frio se habia introducido en el cuerpo de Vincent. Habia metido las manos desnudas dentro de la chaqueta y la cabeza reposaba sobre las rodillas. Uno de los policias lo zarandeo del hombro. Vincent se desperto, abrio los ojos y vio al policia uniformado. Su companera intercambiaba unas palabras con el galerista.
Vincent habia sonado, habia visitado un pais donde la nieve tenia un metro de espesor durante todo el ano. Un pais de frio y hielo, donde las personas no podian escupirse, sino que tenian que conformarse con hacer rigidas muecas cuando se encontraban y deseaban mostrar su descontento. Habia estado en una esquina vendiendo loteria que nadie deseaba comprar. Habia gesticulado en vano. No se podia hablar, pues entonces el frio amenazaba con introducirse hasta el corazon. Y era el fin.
– ?Como esta? -pregunto el policia con amabilidad.
Reconocio el olor a alcohol. No era uno de los viejos habituales. Al cabo de media hora acabaria su jornada y se tomaria unas vacaciones. Viajaria junto con su familia a su pueblo en Angermanland.
Vincent movio entumecido la cabeza, intento apartar el sueno y fijar los ojos en el policia. Lentamente el presente se asento en su conciencia. Vio la pierna del uniforme, oyo la voz, sintio la mano, saco rapido como el rayo el cuchillo del bolsillo interior de la chaqueta y realizo un movimiento circular hacia arriba. El cuchillo de pan alcanzo el cuello de Jan-Erik Hollman, natural de Lunde, bautizado en la iglesia de Gudmundra, donde seria enterrado una semana despues de ano nuevo; acerto la yugular, atraveso la garganta y salio por el lado opuesto.
Su colega, Maria Svensson-Flygt, hizo todo lo posible por detener la hemorragia, pero todos los intentos fueron en vano. En pocos minutos Jan-Erik Hollman se desangro en la acera helada de la calle Svartbacksgatan.
Vincent permanecia sentado apoyado contra la pared, como si fuera totalmente inconsciente de lo que habia ocurrido. Maria lo miro. A su alrededor se habia formado un circulo de curiosos. El silencio era total. El trafico se habia detenido. La rosa roja de sangre en el suelo dejo de crecer. Una de las manos de Maria reposaba sobre el pecho de su colega. La otra buscaba el telefono movil. Despues de la corta conversacion se estiro tras el cuchillo que Vincent habia tirado, o que simplemente se le habia caido.
– Ella tiene una pistola -grito un nino pequeno.
Vincent le lanzo a Maria una mirada apatica y lo que ella vio fue locura. En la calle, a lo lejos, alguien se rio estrepitosamente y un taxista toco el claxon irritado; aparte de eso, reinaba el silencio. Despues de algunos segundos se oyo el sonido de las sirenas.
Maria Svensson-Flygt apreciaba a su colega. Habian sido companeros durante dos anos. Odio al hombre que habia junto a la pared y se le paso por la cabeza que, si hubieran estado solos en la calle, sin testigos, le hubiera