los segundos previos a que ella echara la cabeza hacia atras y aspirase hondo hasta el diafragma, retiro sus habiles dedos de su entrepierna y la dejo tumbada con la tension chisporroteando en su interior y la mirada a la deriva.

Se levanto rapido y dejo a Isabel Jonsson a solas para que decidiera la mejor manera de descargar el cuerpo. Parecia confusa, y eso era justo lo que el queria.

Sobre la casita adosada de Viborg, la luz de la luna intentaba abrirse paso entre las densas nubes aborregadas. Se quedo desnudo en la terraza mirandolas, mientras el humo del cigarrillo surgia de sus fosas nasales.

A partir de ahora todo iba a seguir un patron conocido.

Primero, la rina. Luego la amante querria una explicacion de por que habia terminado lo suyo, y por que entonces. Suplicaria, discutiria y volveria a suplicar, y el responderia, y despues ella le pediria que recogiera sus cosas, y entonces saldria de la vida de la mujer.

Manana a las diez de la manana dejaria las colinas de Dollerup con los ninos a su lado en el asiento delantero, y cuando se extranaran porque se desviaba demasiado pronto, los anestesiaria. Sabia con exactitud donde podia hacerlo sin problemas, lo habia pensado bien. Entre unos arboles frondosos, que esconderian el coche y sus propositos durante los escasos minutos que necesitara para neutralizarlos y esconderlos en la parte trasera de la furgoneta.

Cuatro horas y media despues, incluyendo una visita para almorzar con su hermana, que vivia en Fionia, habria llegado a la caseta de botes junto a Nordskoven, en J?gerspris. Ese era el plan. Solo quedarian veinte pasos a traves de matorrales hasta el local de techo bajo con las cadenas. Veinte pasos con las dos figuras tambaleantes a su lado.

Antes ya habia oido gritos de suplica durante el paseito. Ahora volveria a oirlos.

Despues empezarian las negociaciones con los padres.

Vacio de humo los pulmones y arrojo el cigarrillo al pequeno trozo de cesped. En suma, lo aguardaban una noche y un dia atareados.

Las terribles sospechas de que en su casa ocurria algo que podia poner toda su vida patas arriba tendrian que esperar. Si su mujer le era infiel, peor para ella.

Oyo un chirrido en la puerta de la terraza y se volvio hacia el rostro perplejo de Isabel. La bata apenas cubria su tembloroso cuerpo desnudo. Dentro de un par de segundos iba a decirle que la dejaba porque era demasiado vieja, aunque no era verdad. Su cuerpo era excitante y sabroso, irradiaba algo que apelaba a lo insaciable que habia en el. Era una pena, por varias razones, que la relacion tuviera que terminar, pero habia pensado lo mismo muchas veces antes.

– Estas aqui sin ropa con este frio, ?estas loco? Hace un frio que pela -dijo ella ladeando la cabeza, pero sin mirarlo-. Dime, ?que diablos pasa?

El se coloco ante ella y asio el cuello de la bata.

– Eres demasiado vieja para mi -dijo con frialdad mientras cerraba la bata en torno al cuello desnudo.

Por un instante parecio quedarse paralizada. Dispuesta a pegarle o gritarle a la cara el cabreo y la frustracion que le producia. Las maldiciones se apelotonaban en su lengua, pero el sabia que no diria nada. Las mujeres educadas, divorciadas y empleadas del ayuntamiento no montan escenas cuando tienen ante si en la terraza a un hombre desnudo.

La gente pensaria mal. Ambos lo sabian.

Cuando desperto temprano, a la manana siguiente, ella ya le habia recogido sus cosas y se las habia metido en la bolsa. No habia mesa puesta para el desayuno, solo una serie de preguntas certeras, prueba de que la mujer aun no estaba hundida.

– Has andado en mi ordenador -dijo con voz controlada, aunque su rostro mostraba una palidez amenazadora-. Has buscado informacion sobre mi hermano. Has dejado mas de cincuenta huellas de elefante en mis archivos. ?No podias haberte hecho el favor, ya puestos, de investigar en que trabajo en el ayuntamiento? ?No ha sido algo estupido e irrespetuoso no hacerlo?

Mientras tanto, el penso que tendria que utilizar la ducha, aunque ella protestara. Que la familia de Stanghede no iba a dejar a sus ninos en manos de un hombre sin afeitar y apestando a sexo.

Pero cuando ella siguio hablando se vio obligado a movilizar todos sus sentidos.

– Soy la experta en informatica, con E mayuscula, del ayuntamiento de Viborg. Soy la encargada de la seguridad de los ordenadores y de las soluciones informaticas. Y claro, por eso se lo que has hecho. Para mi es un juego de ninos ver los registros del navegador desde mi portatil, ?que te pensabas?

Lo miro a los ojos. Con total tranquilidad. Habia superado su primera crisis. Le quedaban cartuchos que la ponian muy por encima de la autocompasion, el llanto y la histeria.

– Has encontrado mis claves bajo la carpeta del escritorio -informo-. Pero las has encontrado porque las deje ahi a proposito. Te he acechado estos ultimos dias para ver que hacias. Un hombre que dice tan poco sobre si mismo es siempre raro. Muy extrano. Veras, a los hombres les suele encantar hablar sobre todo de si mismos, ?pero igual no lo sabias!

Sonrio con ironia cuando se dio cuenta de su estado de alerta.

– Este hombre ?por que no me avasalla con datos sobre si mismo?, me preguntaba. La verdad es que me parecia interesante.

El relajo el entrecejo.

– Y ahora ?crees que sabes todo acerca de mi porque no he dicho nada de mis asuntos privados y he sentido curiosidad por los tuyos?

– Curiosidad; si, ya lo creo. Entiendo que quieras ver mi perfil para las citas de internet, pero ?por que quieres saber nada de mi hermano?

– Creia que era tu ex. A lo mejor descubria que fue lo que salio mal.

Ella no pico. No le importaban sus motivos. Habia metido la pata hasta el fondo, no cabia la menor duda.

– Aunque debo decir en tu favor que no has vaciado mi cuenta por internet -admitio a continuacion.

El trato de sonreir, indulgente, ante aquella salida. En realidad esa expresion deberia haber sido su mimica inicial antes de ducharse, pero no fue asi.

– Pero ?sabes?, me parece que somos tal para cual -continuo Isabel-. Tambien yo he husmeado en tus cosas. Y ?que encontre en los bolsillos y en la bolsa? Nada. Ni carne de conducir, ni tarjeta de la Seguridad Social, ni tarjeta de credito, ni cartera ni llaves del coche. Pero ?sabes que, amiguito? Asi como las mujeres siempre dejan sus claves en sitios faciles de encontrar, los hombres dejan con la misma seguridad las llaves del coche sobre la rueda delantera si no quieren llevarlas encima. Vaya bolita de bolos mas chula tienes en tu llavero. ?Juegas a bolos? No me lo habias dicho. Lleva un «1» impreso. ?Tan bueno eres?

El empezo a transpirar lentamente. Hacia mucho tiempo que no perdia el control de aquella manera. No habia nada peor que eso.

– Tranquilo, hombre. He vuelto a dejar las llaves en su sitio. Tambien tu carne de conducir. Y el permiso de circulacion del coche y tus tarjetas de credito. Todo, tranquilo. Esta todo donde lo encontre en el coche. Bien escondido bajo las esterillas de goma.

Miro al cuello de ella. No era delgado, asi que habria que agarrar bien. Harian falta un par de minutos, pero tenia tiempo de sobra.

– Es cierto que soy una persona muy retraida -dijo, avanzando un paso mientras le colocaba con cuidado la mano en el hombro-. Escuchame bien, Isabel. Estoy muy enamorado de ti, de verdad, pero no he podido actuar con franqueza, ?sabes? Veras, es que estoy casado, tengo hijos, y la situacion se me estaba yendo de las manos. Por eso tengo que dejarte, ?no lo entiendes?

Ella alzo la cabeza, orgullosa. Herida, pero no vencida. Estaba seguro de que ya habria conocido a hombres casados que mentian. Tan seguro como de que ahora iba a tener que encargarse de ser el ultimo hombre de su vida que pudiera enganarla.

Isabel aparto su mano.

– No se por que nunca me has dicho tu verdadero nombre, y tampoco se por que todo lo que me has contado era mentira. Intentas convencerme de que era porque estabas casado, pero ?sabes que? Tampoco me lo creo.

Despues se retiro un poco, como si le hubiera leido la mente. Como si estuviera dispuesta a coger un arma ya preparada.

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