hasta llegar arriba.

Las recibieron las paredes cubiertas de corcho y papel pintado con todo tipo de colores y motivos. Los tabiques parecian de papel de lo delgados que eran. Variopinta mezcla de estilos y manifiesta falta de dinero. Solo habia un mueble en los tres cuartos: un tosco armario de color verde claro con la puerta entreabierta.

La tenue luz del atardecer penetro e ilumino la habitacion cuando Isabel descorrio las cortinas. Abrio la puerta del armario y dio un grito ahogado.

El hombre acababa de estar alli, porque la mayor parte de la ropa colgada de las perchas la habia vestido mientras vivia en su casa. Estaba la cazadora de gamuza, los Wranglers gris claro y las camisas de Esprit y Morgan. Desde luego, no eran prendas que pudiera esperarse ver en un lugar tan humilde como aquel.

Rakel dio un respingo, e Isabel comprendio. El olor de su locion de afeitado bastaba para ponerte enferma.

Saco una de las camisas y le echo un vistazo rapido.

– La ropa no esta lavada, asi que ya tenemos su ADN si nos hace falta -aseguro, senalando un pelo debajo del cuello de la camisa. No podia ser de ella con aquel color. Despues continuo-. Vamos a llevarnos casi todo. Aunque no lo creo, puede que encontremos algo en los bolsillos.

Tras hacerse con las cosas, Isabel miro hacia el edificio del granero, y despues bajo la vista al patio de la granja. Antes no se habia fijado en los dibujos de la gravilla del patio, pero desde arriba se veian con nitidez. Ante la puerta del granero los guijarros estaban aplastados formando dos lineas paralelas, y parecian ser muy recientes.

Despues corrio las cortinas.

Dejaron los cascos de cristal de la entrada, cerraron la puerta tras de si y dirigieron una mirada veloz alrededor. No habia nada especial en la huerta, nada en el prado y tampoco parecia haber nada entre los numerosos arboles. Asi que se concentraron en el candado que colgaba de la puerta del granero.

Isabel senalo la azada que seguia colgada del hombro de Rakel, y esta asintio con la cabeza. Tardo menos de cinco segundos en desgajar el herraje de donde colgaba el candado.

Ambas se sobresaltaron cuando la puerta se abrio.

Tenian ante ellas la furgoneta. Una Peugeot Partner azul celeste con la matricula correcta.

A su lado, Rakel empezo a rezar en voz baja.

– Dulce Madre de Dios, haz que mis hijos no esten muertos dentro del coche. Que no esten dentro. Que no esten.

Isabel no tuvo la menor duda. El ave de rapina habia volado con su presa. Asio la manilla de la puerta trasera y abrio. El hombre se sentia tan seguro de su escondite que ni siquiera se habia tomado la molestia de cerrar con llave.

Luego puso la mano sobre el capo. Estaba aun caliente. Muy caliente, de hecho.

A continuacion, salio al patio y miro a traves de los arboles a la carretera donde Rakel habia vomitado. Una de dos, o el hombre se habia marchado por alli o si no hacia el fiordo. Desde luego, en aquel momento no podia estar lejos.

Habian llegado demasiado tarde. Por un pelo.

A su lado, Rakel echo a temblar. Toda la emocion contenida durante su largo viaje en coche, todo el asco que no podia expresarse con palabras, todo el dolor acumulado en sus rasgos faciales y en la postura de su cuerpo se unieron en un unico grito que hizo que las palomas alzasen el vuelo con batir de alas y desapareciesen en los setos. Cuando termino de gritar, le colgaban mocos de la nariz y las comisuras de sus labios estaban blancas de saliva. Habia caido en la cuenta de que su unica carta segura habia fallado.

El secuestrador no estaba en la casa. Los ninos habian desaparecido. Pese a los rezos.

Isabel asintio en silencio. Era espantoso.

– Rakel, siento mucho decirlo. Pero creo que he visto el coche mientras estabas vomitando -anuncio con cautela-. Era un Mercedes. Negro. De los que existen millones.

Estuvieron un buen rato en silencio mientras la luz celeste iba desapareciendo.

Y ahora ?que?

– No debeis darle el dinero -dijo por fin Isabel-. No debeis permitirle que dicte las condiciones. Tenemos que ganar tiempo.

Rakel miro a Isabel como si fuera una renegada que escupia a todo en lo que ella creia y representaba.

– ?Ganar tiempo? No tengo ni idea de que estas hablando, y no estoy segura de querer saberlo.

Rakel miro la hora. Estaban pensando lo mismo.

Dentro de poco, Joshua subiria al tren en Viborg con un saco lleno de billetes, y para Rakel alli terminaba todo. Entregarian el dinero y los ninos quedarian en libertad. Un millon era mucho dinero, pero lo superarian. Pese a todo. Isabel no debia poner palos en aquella carreta. Era el mensaje claro que irradiaba Rakel.

Isabel suspiro.

– Escucha, Rakel. Ambas lo hemos conocido, y es lo mas espantoso que pueda imaginarse. Recuerda que nos ha enganado. Que todo lo que decia y expresaba no podia estar mas lejos de la verdad.

Asio a Rakel de las manos.

– Tu fe y mi fascinacion infantil por el han sido instrumentos en sus manos. Nos engano donde eramos mas vulnerables. En los sentimientos mas intimos; y lo creimos. ?Entiendes? Lo creimos y nos mintio, ?vale? No puedes negarlo. Entonces, ?sabes adonde quiero ir a parar?

Por supuesto que lo sabia, no era ninguna tonta. Pero Rakel no se podia permitir venirse abajo en aquel momento. No podia permitirse perder su fe ciega, Isabel se daba cuenta. Por eso tenia que explorar las profundidades de donde proceden los instintos primarios, para poder pensar con libertad y apartar por completo los argumentos y conceptos de este mundo. Un terrible viaje al conocimiento de si misma. E Isabel la compadecia.

Cuando Rakel volvio a abrir los ojos, era evidente que ya sabia lo cerca que estaba del abismo. Sabia que tal vez sus hijos ya no vivieran. Que existia la posibilidad.

Aspiro hondo y apreto las manos de Isabel. Estaba preparada.

– ?En que estas pensando? -pregunto.

– Haremos lo que el ha dicho -anuncio Isabel-. Cuando encienda la luz arrojaremos la bolsa del tren, pero sin dinero. Y cuando la recoja y la abra encontrara objetos de esta casa que prueban que hemos estado aqui.

Se agacho, recogio del suelo el candado con el herraje y lo sopeso en la mano.

– Vamos a meter en el saco esto y parte de su ropa, y le dejaremos una nota diciendo que le seguimos la pista. Que sabemos donde vive, que conocemos su nombre falso y que tenemos el lugar bajo vigilancia. Que cada vez estamos mas cerca de el y que cazarlo es solo cuestion de tiempo. Vamos a escribir que recibira su dinero, pero que debe pensar en una solucion que nos de una seguridad total de que vamos a recuperar a los ninos. No le pagaremos hasta entonces. Debemos presionarlo, para que no sea el quien lleve la iniciativa.

Rakel dejo caer la vista.

– Isabel -dijo-, estamos en el norte de Selandia con el candado y la ropa, ?lo has olvidado? No llegaremos al tren de Viborg. No vamos a estar en el tren cuando encienda la luz en el tramo entre Odense y Roskilde.

Despues miro a los ojos a Isabel y cargo contra ella toda su frustracion.

– ?Como vamos a arrojarle el saco? ?COMO?

Isabel tomo su mano. La tenia helada.

– Rakel -dijo con calma-. Llegaremos. Vamos a ir en coche a Odense y nos encontraremos con Joshua en el anden. Tenemos tiempo de sobra.

Entonces, Isabel tuvo una vision fugaz de una Rakel que desconocia. No era una madre que hubiera perdido a sus hijos, no era la mujer de un granjero que viviera en las colinas de Dollerup. Ya no habia en ella nada provinciano o familiar. Ahora era alguien diferente. Alguien que Isabel no conocia.

– ?Has pensado en por que quiere que cambiemos de tren en Odense? -pregunto Rakel-. Habia muchas otras posibilidades, ?verdad? Estoy segura de que es porque nos estan vigilando. Hay alguien en la estacion de Viborg y alguien en la de Odense.

La expresion desaparecio. Sabia hacer preguntas, pero era incapaz de responderlas.

Isabel se quedo pensativa.

– No, no lo creo. Lo unico que quiere es estresaros. Estoy segura de que no tiene complices.

– ?Como puedes saberlo? -pregunto Rakel sin mirarla.

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