– De modo que ya ve usted que no va a poder continuar por ese camino.
– ?Y no puedo hablar con el?
– No veo para que.
– Es el ultimo que vio a Merete Lynggaard viva. Quiero verlo.
El encargado se irguio en la silla. Se puso a mirar hacia el fiordo, tal como habia previsto Carl.
– Creo que no deberia.
Tipos como el merecian que los rociasen con un bidon de tippex.
– No se fia de que sepa contenerme, pero yo creo que deberia fiarse.
– ?Por que?
– ?Conoce usted a la policia?
El encargado se volvio hacia Carl con el rostro ceniciento y la frente arrugada. Los muchos anos pasados tras un escritorio lo habian amargado, pero su cabeza funcionaba perfectamente. No sabia que pretendia Carl con aquella pregunta, solo sabia que el silencio no lo dejaria satisfecho.
– ?Adonde quiere ir a parar con esa pregunta?
– Los policias somos curiosos. A veces nos consume el cerebro una pregunta que hay que responder, y punto. Esta vez la pregunta salta a la vista.
– ?Cual es?
– ?Que reciben sus pacientes a cambio del dinero? El cinco por ciento de veintidos millones, aunque haya que deducir impuestos, claro, es un buen pico. ?Reciben los pacientes el valor de su dinero, o el precio es demasiado elevado si anadimos la subvencion estatal? Y el precio ?es el mismo para todos? -cuestiono asintiendo en silencio para si, mientras se empapaba de la luz del fiordo-. Siempre surgen nuevas preguntas cuando no recibes respuesta a tus preguntas. Asi es la policia. No podemos evitarlo. Puede que sea una enfermedad, pero ?donde diablos hay que ir para que te la curen?
Un poquito de color parecio tenir el rostro del hombre.
– Me parece que no nos estamos entendiendo.
– Pues dejeme ver a Uffe Lynggaard. En el fondo, ?que puede pasar? Joder, ?lo tienen metido en una jaula, o que?
Las fotografias del expediente de Merete Lynggaard no hacian justicia a Uffe Lynggaard. Las fotos de la policia, los dibujos de la declaracion ante el juez y un par de imagenes de la prensa mostraban a un joven encorvado. Un tipo palido que se parecia a lo que con toda evidencia era: una persona emocionalmente retardada, pasiva y lenta de mollera. Pero la realidad mostraba otra cosa.
Estaba en una habitacion acogedora con cuadros en la pared y unas vistas tan buenas como las del encargado. La cama estaba recien hecha, los zapatos abrillantados, su ropa limpia y sin distintivo alguno de la institucion. Tenia unos brazos fuertes, el pelo largo y rubio, era ancho de espaldas, probablemente tambien bastante alto. Muchos dirian que era guapo. Uffe Lynggaard no tenia nada de babeante o miserable.
El encargado y la enfermera jefe observaron a Carl desde la puerta mientras deambulaba por la habitacion, pero nadie podia quejarse por su comportamiento. Pronto volveria, aunque no tenia ninguna gana, y mejor armado; queria hablar con Uffe. Pero aun podia esperar. Mientras tanto, en la habitacion habia otras cosas en las que concentrarse. La foto de su hermana, sonriendoles. Los padres, abrazados mientras sonreian al fotografo. Los dibujos de la pared, que no tenian nada que ver con los dibujos de ninos que se ven en esa clase de paredes. Dibujos alegres. No dibujos que pudieran decir algo sobre el terrible suceso que lo habia privado del uso del habla.
– ?Hay mas dibujos? ?Hay alguno en el cajon? -pregunto, senalando el armario y la comoda.
– No -respondio la enfermera jefe-. No, Uffe no ha dibujado nada desde que ingreso aqui. Esos dibujos los tenia en su casa.
– Bueno, ?y que hace Uffe durante el dia?
La enfermera sonrio.
– Muchas cosas. Da paseos con el personal, corre por el parque. Ve la tele. Le encanta.
Parecia amable. Tenia que tratar con ella en su proxima visita.
– ?Y que suele ver?
– Lo que haya.
– ?Reacciona ante lo que ve?
– A veces. Suele reirse -dijo, meneando divertida la cabeza, y su sonrisa se hizo mas amplia.
– ?Se rie?
– Si, igual que un recien nacido. Espontaneamente.
Carl miro al encargado, que parecia un bloque de hielo, y despues a Uffe. El hermano de Merete no habia perdido de vista a Carl desde el momento en que entro. Era algo que se notaba. Era observador, pero mirandolo mas de cerca parecia, en efecto, algo espontaneo. La mirada no estaba muerta, pero lo que Uffe veia aparentemente no dejaba huella. A Carl le entraron ganas de darle un susto, para ver que ocurria, pero tambien eso podia esperar.
Se coloco junto a la ventana y trato de contactar con la mirada errante de Uffe. Eran unos ojos que percibian, pero que no parecian comprender, era evidente. Habia algo, pero en realidad no habia nada.
– Pasa al otro asiento, Assad -le pidio a su ayudante, que habia estado esperandolo al volante.
– ?Al otro asiento? ?No quieres, entonces, que conduzca? -pregunto.
– Me gustaria conservar el coche todavia un poco, Assad. Tiene sistema ABS y direccion asistida, y me gustaria que siguiera asi.
– ?Y que quiere decir eso entonces?
– Que me gustaria que atendieras bien a como quiero que conduzcas. Si es que vuelvo a dejarte conducir.
Tecleo su proximo objetivo en el GPS sin prestar atencion al torrente de palabras arabes que mano de los labios de Assad mientras se escurria al otro asiento.
– ?Has conducido alguna vez un coche en Dinamarca? -pregunto cuando llevaban un buen rato en direccion a Stevns.
El silencio fue de lo mas elocuente.
Encontraron la casa de Magleby en una carretera secundaria que bordeaba los campos. No se trataba de una pequena propiedad rural ni de una granja restaurada, como la mayoria, sino que era una autentica casa de ladrillo de la epoca en que la fachada solia reflejar el alma de la casa. Los tejos crecian tupidos, pero la vivienda se erguia por encima de ellos. Si aquella casa se habia vendido por dos millones, alguien habia hecho un buen negocio. Y a alguien lo habian enganado.
En la placa de laton ponia «Anticuarios» y «Peter & Erling Moller-Hansen», pero el propietario que les abrio la puerta parecia mas bien un aristocrata decadente. Piel fina, profunda mirada azul y crema perfumada aplicada generosamente por todo el cuerpo.
Era un hombre solicito y respondio gustosamente a las preguntas. Tomo con amabilidad el gorro de Assad y los hizo pasar a un recibidor lleno de muebles de estilo imperio y demas cachivaches.
No, no habian conocido a Merete Lynggaard ni a su hermano. Es decir, en persona, ya que la mayor parte de sus cosas estaban incluidas en el precio; de todos modos no valian nada.
Les ofrecio te verde en finisimas tazas de porcelana y se sento con las rodillas juntas y las piernas encogidas en el borde del sofa, dispuesto a ayudar a la sociedad en la medida de sus posibilidades.
– Fue terrible que se ahogara de aquella manera. Creo que fue una muerte espantosa. Mi marido estuvo una vez a punto de hundirse en un lago de Yugoslavia, y les aseguro que fue una experiencia horrible.
Carl capto la confusion en el rostro de Assad cuando el hombre dijo «mi marido», pero una simple mirada basto para borrarla. Desde luego, a Assad le quedaba aun mucho que aprender acerca de la diversidad de formas de convivencia que habia en Dinamarca.
– La policia recogio los papeles de los hermanos Lynggaard -intervino Carl-. Pero, desde entonces, ?han encontrado ustedes diarios, cartas o tal vez faxes, o simplemente mensajes en el contestador que pudieran aportar otra perspectiva al caso?