lugar seguro. Pero al menos Carl logro ver a Mona Ibsen.

Estaba buenisima para ser una psicologa de la policia.

– Eso era todo -anadio, luciendo una sonrisa mas amplia, relajada y viril que nunca, pero no obtuvo eco.

Por un instante se llevo la mano al pecho, donde de pronto le dolia justo debajo del esternon. Una sensacion desagradable de cojones. Casi como si hubiera tragado aire.

– ?Te encuentras bien, Carl? -se intereso su jefe.

– Bah, no es nada. Los efectos secundarios, ya sabes. Estoy bien.

Pero no era del todo cierto. La sensacion del pecho no auguraba nada bueno.

– Ah, perdona, Mona. Te presento a Carl Morck. Hace un par de meses fue victima de un terrible tiroteo en el que perdimos a un companero.

Ella lo saludo con la cabeza mientras el se estiraba cuanto podia. Entorno un poco los ojos. Interes profesional, por supuesto, pero mas valia eso que nada.

– Es Mona Ibsen, Carl. Nuestra nueva psicologa. A lo mejor llegais a conoceros mejor. No queremos que uno de nuestros mejores colaboradores vuelva al trabajo sin haberse recuperado totalmente.

Carl avanzo y la tomo de la mano. Llegar a conocerse mejor. Desde luego que iban a conocerse mejor.

Todavia le quedaba la sensacion en el cuerpo cuando tropezo con Assad camino del sotano.

– Lo he conseguido, Carl -dijo Assad.

Carl trato de olvidar la vision de Mona. No fue facil.

– ?Que? -pregunto.

– He llamado a TelegramsOnline mas de diez veces y no he podido hablar con ellos hasta hace un cuarto de hora -respondio Assad mientras Carl se recuperaba-. Tal vez puedan, o sea, decirnos quien envio el telegrama a Merete Lynggaard. Al menos estan en ello.

Capitulo 18

2003

Al rato Merete ya se habia acostumbrado a la presion. Le zumbaron un poco los oidos algunos dias, y despues la molestia desaparecio. No, lo peor no era la presion.

Era la luz que parpadeaba sobre ella.

La luz eterna era mil veces peor que la oscuridad eterna. La luz desnudaba la miseria de su vida. Un espacio blanco glacial. Paredes grisaceas, esquinas desnudas. Cubos grises, comida incolora. La luz le revelaba fealdad y frio. La luz le revelaba que no podia atravesar aquel espacio acorazado. Que la compuerta incrustada, su unico contacto con la vida, era una via de escape imposible. Que aquel infierno de cemento iba a ser su tumba. Ahora no podia cerrar los ojos y evadirse cuando le apetecia. La luz penetraba, incluso con los ojos cerrados. Solo cuando el cansancio la vencia totalmente podia dejar aquello atras y dormir.

Y el tiempo se hacia eterno.

Todos los dias, cuando terminaba la comida y se chupaba los dedos para limpiarlos, miraba fijamente ante si y hacia un repaso del dia. «Hoy es 27 de julio de 2002. Tengo treinta y dos anos y veintiun dias. Llevo encerrada aqui ciento cuarenta y siete dias. Me llamo Merete Lynggaard y estoy bien. Mi hermano se llama Uffe y nacio el 10 de mayo de 1973», solia empezar diciendo. A veces nombraba tambien a sus padres, y a veces tambien a otros. Todos los dias se acordaba de hacerlo. Eso y un monton de otras cosas. Pensar en el aire limpido, en el olor de otras personas, en el ladrido de un perro. Pensamientos que podian llevar a otros pensamientos que la ayudaban a evadirse del frio espacio.

Algun dia se volveria loca, ya lo sabia. Seria la manera de eludir las ideas tristes que giraban en su mente. Y se resistia con fuerza. No estaba en absoluto preparada.

Por eso se mantenia alejada de los ojos de buey de dos metros de altura que solia palpar a oscuras los primeros dias. Estaban a la altura de la cabeza y nada del otro lado atravesaba el cristal de espejo. Cuando al cabo de unos dias sus ojos se acostumbraron a la luz, se levanto con mucho cuidado, por temor a que la cogiera desprevenida su propia imagen del espejo. Y finalmente, levantando la mirada poco a poco, se enfrento a si misma, y el espectaculo le causo un profundo dolor en el alma. La recorrieron varios escalofrios. Tuvo que cerrar los ojos un momento por lo violento de la impresion. No era porque tuviera mal aspecto, cosa que ya esperaba, no, no era por eso. Tenia el pelo enmaranado y grasiento, y la piel demacrada, pero no era por eso.

Era porque frente a ella habia una persona que estaba perdida. Una persona condenada a morir. Una extrana completamente sola en el mundo.

– Eres Merete -dijo en voz alta, y se vio a si misma pronunciando las palabras. Despues anadio-: Soy yo quien esta ahi.

Pero deseaba que no fuera verdad. Se sentia separada de su cuerpo, y aun asi era ella quien estaba alli. Era como para volverse loca.

Despues se aparto de los ojos de buey y se puso en cuclillas. Trato de cantar un poco, pero oia su voz como algo procedente de otra persona. Entonces adopto una postura fetal y se puso a rezar a Dios. Y cuando termino volvio a rezar. Rezo hasta que su alma se elevo por encima de aquel trance demencial y entro en otro mundo. Se refugio en suenos y recuerdos, y se prometio no volver a ponerse delante de aquel espejo para observarse.

Con el paso del tiempo aprendio a entender las senales del cuerpo. Cuando podia decir el estomago que la comida llegaba tarde. Cuando variaba ligeramente la presion, y cuando dormia mejor.

Los intervalos para el intercambio de los cubos eran muy regulares. Habia intentado contar los segundos que transcurrian desde el momento en que el estomago le decia que era la hora hasta que llegaban los cubos. Podia haber como mucho una variacion de media hora en la hora de comer. O sea que tenia una referencia temporal a la que atenerse, bajo el supuesto de que siguieran dandole de comer una vez al dia.

Aquella informacion era a la vez un consuelo y una maldicion. Un consuelo, porque asi podia seguir mentalmente las costumbres y los ritmos del entorno. Y una maldicion, precisamente porque podia hacerlo. Fuera habia verano, otono, invierno, y alli dentro no habia nada. Se imaginaba la lluvia de verano que la empapaba, limpiandola de infamia y mal olor. Veia las brasas de las hogueras de San Juan y el arbol de Navidad en todo su esplendor. No habia dia sin cambios. Conocia las fechas y sabia lo que podian significar. Fuera, en el mundo.

Y, sentada en el suelo desnudo, dirigia sus pensamientos hacia la vida del exterior. No era facil. A veces estaba a punto de escaparsele de las manos, pero se agarraba fuerte. Cada dia tenia su significado.

El dia que Uffe cumplio veintinueve anos y medio se apoyo en la pared fria y se imagino que acariciaba el pelo de su hermano mientras le deseaba un cumpleanos feliz. Mentalmente le haria un bizcocho y se lo enviaria. Habia que comprar antes todos los ingredientes. Se pondria el abrigo para hacer frente a las tormentas de otono. Y haria compras donde quisiera. En la planta del sotano de Magasin, dedicada a alimentos selectos. Y compraria lo que le apeteciera. Aquel dia Uffe iba a tener lo mejor de lo mejor.

Y Merete contaba los dias mientras se preguntaba que intenciones tendrian sus secuestradores y quienes serian. A veces era como si una leve sombra se deslizara por uno de los cristales de espejo, y Merete se estremecia. Cubria su cuerpo mientras se lavaba. Solia ponerse de espaldas cuando estaba desnuda. Colocaba el cubo-retrete entre los cristales para que no la vieran sentarse encima.

Porque estaban alli. No tendria ningun sentido si no estuvieran. Antes solia hablarles, pero ya no lo hacia tan a menudo. De todas formas no respondian.

Les pidio unas compresas, pero no se las dieron. Y en el punto algido de las menstruaciones no le llegaba el papel higienico y tenia que dejar de cambiarse.

Tambien pidio que la dejaran tener un cepillo de dientes, pero tampoco se lo dieron, y eso le preocupaba. A falta de cepillo, se masajeaba las encias con el dedo indice y trataba de limpiar los espacios entre los dientes insuflando aire a presion en los intersticios, pero no era muy efectivo.

Y cuando echaba el aliento a la palma de la mano, se daba cuenta de que era cada vez mas maloliente.

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