que iba a ascender, y el aumento de sueldo se esfumaria. ?Quien cono queria ir a un cursillo para eso?

El local que Vigga habia elegido era una antigua tienda de labores de punto que despues habia sido una editorial, el despacho de una imprenta, un almacen de importacion de objetos de arte y una tienda de CD, y de la instalacion original solo quedaba el techo de vidrio opalescente. Tendria como mucho treinta y cinco metros cuadrados, pero tenia su encanto, se daba cuenta. Un escaparate grande hacia el callejon que daba a los lagos, vistas a la pizzeria, a los patios traseros de frondosa vegetacion y casi al lado del Bankerat, donde Merete Lynggaard habia ido a cenar un par de dias antes de su muerte. Nansensgade no estaba nada mal, tenia sus cafes y sitios agradables. Un autentico idilio parisino.

Se volvio y justo entonces vio a Vigga y al tio pasar junto al escaparate de la panaderia. Ocupaba la calle con la naturalidad y el colorido de un torero en la plaza de toros. Su ropa de artista desplegaba todos los colores de la paleta. Vigga siempre habia sido divertida. No podia decirse lo mismo del homunculo de aspecto enfermizo, con su ropa negra ajustada, tez blanca como la nieve y ojeras, cuyos congeneres estarian en ataudes forrados de plomo de una pelicula de Dracula.

– ?Carinooo! -grito ella al cruzar Ahlefeldtsgade.

Aquello iba a salir caro.

Para cuando el espectro escualido termino de medir el maravilloso local, Vigga le habia comido el tarro a Carl. Solo tenia que pagar dos terceras partes del alquiler, ya se encargaria ella del resto.

Vigga extendio los brazos.

– El dinero va a entrar a espuertas, Carl.

Ya, o salir a espuertas, penso Carl, calculando que la parte que le correspondia eran dos mil seiscientas coronas al mes. Despues de todo, tal vez tuviera que ir al puto cursillo de comisario.

Se sentaron en el Cafe Bankerat para estudiar el contrato, y Carl miro en derredor. Merete Lynggaard habia estado alli. Y apenas dos semanas despues desaparecio de la faz de la tierra.

– ?Quien es el dueno? -pregunto a una de las chicas de la barra.

– Jean-Yves, esta sentado ahi -contesto la chica senalando a un tipo de aspecto solido. No tenia nada de exquisitamente delicado ni de frances.

Carl se levanto y saco la placa de policia.

– Oye, ?cuanto tiempo llevas siendo el dueno de este restaurante tan fino? -le interrogo, ensenando la placa. A juzgar por la sonrisa complaciente del tipo, no era necesario, pero de vez en cuando habia que desempolvar el chisme.

– Cogi el negocio en 2002.

– ?Recuerdas en que epoca del ano?

– ?De que se trata?

– De la parlamentaria Merete Lynggaard. Tal vez recuerdes que desaparecio.

El dueno asintio en silencio.

– Y habia estado aqui. No mucho antes de morir. ?Estabas aqui entonces?

El hombre sacudio la cabeza.

– Me traspaso el negocio un amigo mio el 1 de mayo de 2002, pero recuerdo que a el le preguntaron a ver si alguien de aqui recordaba quien la acompanaba. Pero nadie lo recordaba -declaro sonriendo-. Si hubiera estado yo, tal vez lo habria recordado.

Carl le devolvio la sonrisa. Si, tal vez. Parecia listo.

– Pero llegaste un mes tarde. Asi es la vida -replico Carl, dandole la mano.

Mientras tanto, Vigga habia estampado su firma en todo lo que le ponian delante. Siempre habia sido generosa con su firma.

– Dejame echarles un vistazo -dijo Carl, quitandole a Hugin los papeles de las manos.

Puso desafiante el contrato con un monton de letra pequena en la mesa, ante si, y sus ojos se desenfocaron inmediatamente. Toda esa gente que anda por el mundo sin saber lo que puede ocurrirles, penso. En este local estuvo Merete Lynggaard pasandolo bien mientras miraba por la ventana una fria noche de febrero de 2002.

?Habia esperado otra cosa de la vida, o podia pensarse realmente que ya entonces presentia que a los pocos dias iba a desaparecer en las heladas aguas del Baltico?

Cuando volvio, Assad estaba aun atareado con las secretarias, cosa que le venia de perlas a Carl. El impacto de estar con Vigga y su espectro ambulante lo habia dejado desfallecido. Solo un saludable tratamiento a base de tener los pies encima de la mesa y los pensamientos bien sumergidos en el pais de los suenos podria restablecerlo.

Llevaria asi unos diez minutos cuando su estado de meditacion se vio interrumpido por una sensacion que todos los policias conocen a la perfeccion y que las mujeres llaman intuicion. Era el desasosiego de la experiencia lo que bullia en su subconsciente. La sensacion de que una serie de acciones concretas iban a conducir inevitablemente a un resultado dado.

Abrio los ojos y miro los folios que habia sujetado con un iman en su pizarra blanca.

Despues se levanto y tacho «Asistenta social de Stevns» de uno de los folios, de forma que bajo el epigrafe «Investigar» ahora ponia «Telegrama – Secretarias del Parlamento – Testigos del transbordador de Schleswig- Holstein».

Puede que de alguna manera la secretaria supiera algo del telegrama a Merete Lynggaard. A fin de cuentas, ?quien habia recibido el telegrama en Christiansborg? ?Por que suponia con tal seguridad que lo recibio Merete Lynggaard en propia mano? En aquella epoca ningun otro parlamentario tenia tantas tareas como ella. De modo que logicamente el telegrama tuvo que pasar en algun momento por las manos de su secretaria. No porque sospechase que la secretaria de una vicepresidenta de grupo metiera la nariz en los asuntos privados de su jefa, pero aun asi…

Era ese aun asi lo que lo molestaba.

– Ya hemos recibido la respuesta de TelegramsOnline, Carl -declaro Assad desde la puerta.

Carl levanto la mirada.

– No sabian que habia escrito, pero si que registraron quien lo envio. Es un nombre bastante divertido, o sea -continuo, mirando la nota-. Se llamaba Tage Baggesen. Me han dado el numero de telefono desde el que encargo el telegrama. Dicen que es del Parlamento. Solo queria decirte eso.

Dio la nota a Carl y se dirigio hacia la puerta.

– Estamos investigando el accidente de coche. Me esperan arriba.

Carl asintio con la cabeza. Despues cogio el telefono y marco el numero del Parlamento.

La voz que respondio pertenecia a una secretaria de la oficina de los Radicales de Centro.

Se mostro solicita, pero por desgracia tenia que comunicarle que Tage Baggesen estaba de viaje en las islas Feroe el fin de semana. ?Queria dejar algun recado?

– No, es igual -respondio Carl-. Ya hablare con el el lunes.

– Entonces debo decirle que Baggesen tiene mucho que hacer el lunes. Mas vale que lo sepa.

Despues pidio que lo pusieran con la oficina de los Democratas.

Esta vez fue una secretaria muy cansada quien lo atendio al telefono, y no respondio inmediatamente. ?No habia sido una tal Sos Norup, secretaria de Merete Lynggaard en la ultima epoca?

Efectivamente, asi era.

Desde luego, nadie la recordaba de manera especial, pues estuvo poco tiempo en el puesto, pero una de las otras secretarias de la oficina intervino para decir que Sos Norup venia de la Asociacion Danesa de Abogados y Economistas, y que habia vuelto alli en vez de seguir con el sustituto de Merete Lynggaard. «Era una cuadriculada», se oyo de pronto por detras, y aquello debio de ayudar a refrescar la memoria de muchas.

Si, penso Carl satisfecho. Los mas faciles de recordar son los hijoputas buenos y estables como nosotros.

Entonces llamo a la Asociacion Danesa de Abogados y Economistas y si, todos los del secretariado conocian a Sos Norup. Y no, no habia vuelto a trabajar alli. Se habia desvanecido.

Colgo el auricular y sacudio la cabeza. De repente todas sus pistas se habian convertido en callejones sin

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